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Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Rivero, la decana de las librerías de Las Palmas de Gran Canaria

La tienda, situada en la calle General Vives, está abierta desde 1946 gracias al éxito de su trato cercano y a su variedad

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Comercios históricos: la librería e imprenta Rivero Andrés Cruz

Desde 1946, la población de Santa Catalina sabe que puede encontrar material escolar y de oficina sin tener que desplazarse muy lejos. La librería e imprenta Rivero basa su éxito en la cercanía.

Rivero es la decana de las librerías de Las Palmas de Gran Canaria. Abrió sus puertas en 1946 en la calle General Vives, 60, de donde no se ha movido en estos más de tres cuartos de siglo de historia. La tercera generación de la familia propietaria se encuentra al frente de este mítico establecimiento, que se ha convertido en un elemento más del paisaje del barrio de Santa Catalina, donde vecinos y vecinas recuerdan haber ido en alguna ocasión a comprar material escolar o de oficina. Uno de esos comercios históricos que han impulsado la economía de la ciudad en las últimas décadas, y que mantiene a su clientela fiel, a la que atrae, no solo por la calidad y cercanía en el trato propio de este tipo de negocios de barrio, sino también por una variedad de productos que es difícil encontrar en otros puntos de la capital.

Carlos Tomás Rodríguez Guerra es, desde finales de los 80, socio de la librería imprenta que fundara su tío-abuelo, Manuel Rivero Sánchez, en mayo de 1946, tras comprar el edificio en el que se encuentra. Orgulloso, muestra los documentos oficiales de esa transacción, así como el artículo de LA PROVINCIA que se publicó cuando solicitó la licencia de actividad al Ayuntamiento capitalino. Junto a él, y desde los años 50, comenzaron a trabajar dos de sus sobrinos, el padre del propietario actual, Carlos Rodríguez Rivero, y Gonzalo Márquez. No han cesado su actividad en ningún momento en todo este tiempo, y eso ya es decir, con los cambios que se han venido produciéndose en estos 76 años de historia.

Para Rodríguez Guerra, el éxito de un negocio pequeño como el suyo es «reinventarse a diario y adaptarse al cambio»

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Tanto Carlos Tomás como sus empleados, Natalia y Ernesto, tienen claro que, en este mundo tan cambiante, la única opción de mantenerse es "reinventarse cada día y adaptarse a esos cambios". Y ello sin perder esas características tan propias del pequeño comercio de siempre, el que ha estado a cinco minutos de casa para rotos y descosidos, y que trata a su clientela como si de una familia se tratase. "Para nosotros, nuestros clientes fieles son eso, amigos", relata Rodríguez, quien asegura que las tendencias y la tradición no necesariamente tienen que chocar, porque cada una ocupa su lugar diferenciado y mutuamente beneficioso.

El establecimiento del barrio de Santa Catalina consta de un espacio principal con los productos expuestos y un mostrador modular de madera, que a ambos lados cuenta con estanterías rebosantes de material escolar, de oficina y papelería en general. El olor propio de estos templos puede percibirse desde la calle, y quien entra a esta dimensión, lo hace envuelto en el halo de lo longevo, de lo que lleva estando ahí desde hace varias décadas.

Una de esas personas es María Lozano, natural del barrio "de toda la vida", quien se acuerda de haber visto esta pequeña librería-imprenta desde siempre. "Veníamos con mi padre siendo niña yo a comprar lápices de colores, libretas, encuadernaciones para los libros de texto...", evoca la mujer para luego destacar que lo mejor que ha tenido siempre el establecimiento ha sido "el trato y lo bien que se porta la familia". En esta ocasión, se acercó para comprar un bloc de notas que le hacía falta para apuntar los recados junto al teléfono.

Y así suele ocurrir a diario. Mucha gente entra a buscar productos que no suelen verse en las grandes cadenas o en las papelerías de nuevo cuño, que se centran más en el mundo escolar y no tanto en el de oficina. "Todas las librerías no tocan este mercado específico, y por ahí es donde hemos ido avanzando", señala el propietario. Rivero no solo cuenta con esta papelería, sino que también trató, desde sus inicios, la impresión. En ese sentido, han abierto otro establecimiento cerca del principal que solo se dedica a impresión digital y diseño, para diferenciar claramente los dos sectores de negocio en los que se encuentran embarcados. Carlos Tomás Rodríguez indica que la primera máquina de impresión que compró su tío-abuelo fue una Hermes y que en aquella época le costó la friolera de 26.500 pesetas, un auténtico dineral en los años 40.

Diseño de Felo Monzón

Rodríguez rebusca en sendas carpetas repletas de papeles amarillentos por la edad para mostrar otro de los secretos de la librería imprenta Rivero. Al encontrarlo, se le ilumina la cara. Son bocetos originales del gran genio capitalino Felo Monzón, que en su momento realizó el diseño del mobiliario y organizó el espacio del primigenio local. El mostrador de madera y cristal y con forma de «L» redondeada, cuyo palo corto daba a la entrada y servía como recibidor de la clientela. Estos esbozos se encontraban en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), pero se los cedieron al propietario del establecimiento cuando descubrió que estaban allí para que los custodiara con el mismo celo que la propia institución. 

El primer diseño del local lo realizó Felo Monzón, y sus bocetos son guardados con celo por los propietarios

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En la actualidad, de esos muebles únicamente quedan las estanterías, ya que en la década de los 90 el propio Rodríguez hizo un rediseño del mostrador y, manteniendo la idea de Felo Monzón, lo modernizó y lo dividió en módulos, instalando ruedas en su interior para poder moverlo con más facilidad. Es en ese mostrador donde atiende a las muchas personas que se acercan a la librería para buscar asesoramiento. Y es que el propietario reivindica que él y sus empleados «no despachamos únicamente», sino que van mucho más allá porque entiende que existe «un nicho bastante grande de clientes que siguen buscando que les atiendan con calma». Y defiende que, de no mantenerse el comercio de proximidad, «al final todos se convertirían en una especie de centro logístico que solo reparte productos de distintas marcas». 

Es este pequeño comercio el que, durante años, ha dado de comer a miles de familias de la capital grancanaria, el que ha movido economía y el que ha acercado a la población aquello que necesitaba en el preciso momento en que lo necesitaba, y sin tener que desplazarse de su barrio. «Somos los verdaderos héroes de esta ciudad», concluye Rodríguez. 

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