La Provincia - Diario de Las Palmas

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Crónica histórica

Medio milenio de dominicos en la Isla

El párroco de Santo Domingo prepara la celebración de la llegada de la orden a

Gran Canaria | En 1520 arribaron los padres Pedro de la Caña y Juan Lebrija

La inconclusa catedral, a fines del siglo XIX. | | FEDAC

El celoso párroco de San Domingo de Guzmán de Vegueta, don José Domínguez Pérez, prepara con entusiasmo la celebración de los 500 años del establecimiento en aquel sagrado recinto de los dominicos tras su llegada a Gran Canaria. La efemérides será sencilla, pero no por ello dejará de recordarse con vehemencia el feliz acontecimiento.

Los religiosos dominicos vinieron a las islas en misión evangelizadora. En 1520, llegan a Gran Canaria los padres Pedro de la Caña y Juan de Lebrija. Procedían del monasterio andaluz de Jerez de la Frontera. Dos años más tarde (19 de marzo de 1522), erigen en la ermita de San Pedro Mártir que había levantado el general de la conquista Pedro de Vera, en los aledaños de la entonces llamada Vegueta de Porras, el convento que denominaron con la filiación de aquel primigenio oratorio. De inmediato, los frailes se ven arropados por la feligresía insular, que con sus dádivas y limosnas les ayudan a levantar el cenobio, proporcionándoles los enseres, ornamentos e imágenes imprescindibles para el culto. Entre los espléndidos comitentes del convento sobresale el toledano Álvaro de Herrera, hermano del gobernador de Gran Canaria, que a sus expensas trae de Flandes en 1527 la primitiva Virgen del Rosario, su peana y andas procesionales. La entronización de la Santa Señora motiva la creación de la primera cofradía del Rosario, que tras diversas etapas se convertirá en una de las más emblemáticas y extendidas hermandades de las islas a cuyo alrededor giraba la vida económica del monacato dominico a través de donaciones, derechos de sepultura, censos y tributos que disfrutará a lo largo de los siglos la devotísima imagen. Los dominicos llegaron a detentar en propiedades, bienes y raíces el 18% de la isla de Gran Canaria.

Proyecto del arquitecto Laureano Arroyo Velasco. | | M. R. D. Q.

Así han de transcurrir los años a lo largo de aquella centuria hasta que el bullicio comercial que se movía agitadamente entre la zona de Triana y márgenes arriba del Guiniguada quedó colapsado en el verano de 1599, cuando los invasores holandeses al mando del vicealmirante Van der Does sacuden con virulencia la ciudad. En el convento dominico de San Pedro Mártir, las tropas causaron muchos destrozos. Se produjeron graves daños en los principales edificios de la vieja ciudad. Las instituciones más perjudicadas por el saqueo y las pérdidas fueron el Cabildo Catedral de Santa Ana y los establecimientos monacales que detentaban la propiedad de la mayor infraestructura urbanística de la ciudad, viéndose en la necesidad de enajenar gran parte de sus pertenencias para poder hacer frente a las reconstrucciones de sus iglesias y oratorios.

Entre la feligresía devota y acaudalada de la isla que se apresta a proporcionar ayuda inmediata a los frailes, sobresale un benemérito matrimonio teldense formado por doña Susana del Castillo y don Rodrigo de León, quienes a sus expensas reconstruyen desde los cimientos el monacato destruido. En agradecimiento a tan generosa aportación, la provincia dominica concederá a los cónyuges patente de patronato a perpetuidad, cuyo privilegio otorgaron todos los religiosos del convento en escritura pública el 27 de agosto de 1599, apenas semanas después de ocurridos los vandálicos acontecimientos. Las prerrogativas contenidas en el documento isleño serán confirmadas luego por el cardenal nuncio apostólico.

Tras la erección del convento en la ermita de San Pedro Mártir, los frailes se ven arropados por la feligresía insular, que les ayudan con sus dádivas y limosnas

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Los años y siglos siguientes seguirán desenvolviéndose en un período religioso de gran actividad, ya que en los claustros de los monasterios eran donde estudiaban y se instruían los jóvenes de la burguesía insular, especialmente en el de Santo Domingo, que exhibía el título de padres predicadores y eran expertos en Gramática, Artes, Teología, Escolástica y Moral.

Con la llegada del siglo XIX las islas vivirán un período verdaderamente conflictivo. Entre 1817 y 1851 se producirán sorprendentes acontecimientos que se inician bruscamente a partir de la muerte de Fernando VII con el llamado trienio revolucionario. Las regencias de María Cristina y Espartero, ambas con gobiernos anticlericales, y tres desamortizaciones, dieron paso a una descontrolada agresividad al decretarse la disolución de las órdenes religiosas con el correspondiente despojo de sus propiedades.

Dominicos españoles del siglo XX. | | LP/DLP

La noticia de haberse extinguido los conventos por orden ministerial llegó a Las Palmas en junio de 1835. Gran Canaria contaba entonces con diez monasterios: San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, San Bernardo, San Ildefonso y Santa Clara, en la ciudad, los tres primeros de frailes y los restantes de monjas. En el interior de la isla estaba el de San Francisco, en Telde, otro franciscano, de San Antonio, en la vega mayor de Gáldar; el dominico de San Juan de Ortega, en Firgas, y el también de la orden de predicadores de Nuestra Señora de las Nieves en la Villa de Agüimes.

Los frailes, al verse sin haciendas y desposeídos de tanto que tuvieron en su día, abandonaron aquel mismo año la clausura, incorporándose unos a la vida civil, emigrando otros a América y otros fueron asimilados por el clero secular. En cuanto a las monjas de San Bernardo y Santa Clara, se les permitió que se quedaran en sus respectivas residencias hasta 1843, pero cuando llegó al poder el General Narváez abrió la vía para la liquidación definitiva de sus establecimientos.

A partir de entonces los recintos conventuales quedaron incorporados a la vida civil. El concejal del ayuntamiento, Manuel López de Villavicencio (farmacéutico que dio nombre a la calle Villavicencio en el sector de Triana, antes del Diablito), presentó una moción sobre el destino que debería de darse a los edificios monásticos nacionalizados. Del magnífico monasterio de San Bernardo la autoridad civil del momento no daba noticia de su futuro destino. El de Santo Domingo fue señalado en principio para cuartel de la guarnición militar, intentando derribar las salas de juntas de la venerable Hermandad del Rosario. Por fortuna, se logró detener la barbarie de la demolición. Años después, se ordena que el convento de San Agustín pase a ser luego cuartel de la Milicia Nacional, y en el dominico se instale el asilo de mendigos.

Con aquella decisión, la ciudad de las Palmas va a contemplar uno de los espectáculos más aterradores que se hayan visto jamás en nuestro municipio. El gobernador civil de la región, señor Epifanio Mancha, mandó desalojar la leprosería de San Lázaro en cuarenta y ocho horas. Indicó que los leprosos se trasladaran inmediatamente al ex convento de Santo Domingo. Previamente, en diciembre de 1842, los cuatro doctores de la ciudad (Antonio Roig, Manuel Rodríguez, González de Torres y Pedro Avilés), tras un exhaustivo análisis, manifestaron que el edificio dominico no reunía las condiciones para la leprosería. Nuevamente, el jefe político volvió a ordenar el traslado inmediatamente de los veintiún enfermos al recinto dominico para solucionar de una vez la discutida cuestión. Con violencia se despojó el lazareto. Los leprosos fueron trasladados al filo de la madrugada, en medio de una fuerte lluvia y el frío relente de la noche. Se dice que la estampa era fantasmagórica al ver desfilar por las sombras callejeras la hiriente hilera de aquel cortejo espeluznante, medios desnudos y arrastrando junto con sus miserias sus ennegrecidos harapos.

El Padre Claret fotografiado en 1860 por Pujadas. | | LP/DLP

Desde 1840, el oratorio del convento dominico ya se encontraba desierto y sin religiosos. Sólo quedaba atrincherado en su celda el testarudo fray Juan Artiles Romero, que se había negado a dejar desprotegida a la Virgen del Rosario y se constituyó en su fiel custodio, «aunque me muriera de hambre». El fraile quería evitar la profanación de la Señora. Ante el abandono del santuario, un grupo de dieciocho vecinos solicitaron al Cabildo Catedral que se creara la parroquia. Será durante el pontificado del obispo don Judas José Romo, cuando en 1841 se crearon las dos ayudas de parroquia de la Iglesia del Sagrario, la de San Francisco de Asís y la de Santo Domingo de Guzmán.

El territorio de la ayuda de Santo Domingo era el más pobre, pues su jurisdicción se componía de la clase popular más desfavorecida de la ciudad. Sus habitantes, por su miseria, apenas podían acudir a oír la Santa Misa. Sus numerosos vecinos abarcaban los barrios más humildes de la zona y sus límites parroquiales llegaban al arrabal de la costa de San Cristóbal. La feligresía contaba con cuatro establecimientos religiosos, el de San Juan, muy necesitado de restauración, el de San Cristóbal, casi en el suelo, abandonado y, en ocasiones, destinado a usos indecorosos, y las ermitas de San José y de los Reyes. El oratorio de San Roque pertenecía a la demarcación de la Iglesia del Sagrario.

Instalada, pues, el día 4 de agosto de aquel año la ayuda parroquial de Santo Domingo de Guzmán con carácter de hijuela del templo matriz, la nueva iglesia comenzó su andadura eclesiástica. Ante la pobreza material y la ignorancia religiosa de aquel amplio vecindario, en donde proliferaba la indigencia humana, los canónigos intentaron dar una respuesta adecuada nombrando como auxiliares a sacerdotes y dominicos exclaustrados de ejemplar virtud y ciencia.

La orden de desalojo de la leprosería de San Lázaro dio lugar en 1843 a uno de los espectáculos más aterradores que se hayan visto en el municipio

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Cuando visitó la isla el Padre Claret en la primavera de 1848, la situación social del clero seguía siendo de pura pobreza. Llegó poco antes de Cuaresma y, ante la agonía económica de los altares, quiso vivir muy intensamente la espiritualidad de la Semana Santa de aquel año. Atrincherado durante un mes en la iglesia de Santo Domingo como sede de atención y preferencia, no dejó de atender un solo instante el púlpito y el confesionario.

La llegada a la diócesis del Padre Cueto también va a proporcionar a la ciudad que las parroquias se revistieran del esplendor perdido. El prelado será prolijo en fundaciones, como las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Siervas de María, Hijas de Cristo Rey, Religiosas del Sagrado Corazón, Congregación de Dominicas, Padres Paules, Franciscanos, Cistercienses, Hermanos de la Doctrina Cristiana y la Venerable Orden Tercera de Santo Domingo. También fundó la Universidad Pontificia del Seminario y la Adoración nocturna en varias iglesias del interior. La presencia de nuevos religiosos y clérigos, monjas y beatas para atender las nuevas responsabilidades darán a la Diócesis un mayor predicamento.

Cueto, que era fraile dominico, quería a toda costa que la catedral de Santa Ana se terminara de una vez, y había ordenado que la Virgen del Rosario saliese un día al mes recorriendo las calles de toda la ciudad, desde la iglesia dominica a los confines del parque de San Telmo. La medida impuesta la consideró el Padre Cueto como remedio de recoger a lo largo del trayecto las limosnas que el pueblo iba entregando a los colectores, especialmente las entregadas por los comerciantes de la calle mayor, con cuyo importe se pretendía concluir el inacabado imafronte de la catedral, cosa que se consiguió. El arquitecto Laureano Arroyo fue el encargado de diseñar el actual templete, al cual quería incorporar una escultura a caballo. Aquella impagable acción del prelado canario en beneficio del ornato y decoro de la ciudad se verá recompensada por el arzobispo titular de Calcedonia, facultado por la Santa Sede, que concedió plenas indulgencias a la socorrida Virgen del Rosario grancanaria, cuya gracia recaería en los devotos que la visitaran durante los meses de mayo y octubre.

De todos estos acontecimientos transcurridos a través de quinientos años, nos dará cumplimiento el teólogo y párroco actual de Santo Domingo, el doctor Domínguez Pérez, que nos recordará con entusiasmo las vicisitudes de aquellos eventos de nuestra historia.

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