Un año más nos disponemos a vivir, con toda nuestra fe, el Triduo Pascual en esta Semana Santa de este año 2022.

La Semana Santa es «la Semana grande de los cristianos». En ella conmemoramos los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, misterios a través de los que el Señor nos ha rescatado del pecado, nos ha reconciliado con el Padre, ganando nuestra categoría de hijos de Dios.

En este Triduo Pascual, debemos acompañar al Señor en la cena del Jueves Santo; estar a su lado en el momento de la pasión del Viernes Santo; y resucitar con Él a una vida nueva, en la que Dios sea realmente alguien importante para nosotros: Debemos plantearnos nuestra vida desde su mensaje y ser, para cuantos nos contemplen, un verdadero testimonio de vida como seguidores suyos.

Es importante centrar nuestra mirada en cada uno de los personajes de la Pasión, en sus comportamientos y actitudes. Meditar con ellos.

Me gustaría en este año centrar mi mirada en el centurión y en su afirmación: Realmente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15, 39).

El centurión no ha reconocido a Jesús haciendo milagros, ni escuchando sus palabras, sino al verlo expirar de aquel modo. Él entendió que, dentro de aquella historia de las relaciones humanas, había acontecido algo totalmente nuevo que sólo podía tener su origen en Dios. El Hijo de Dios había venido a vivir nuestra muerte y nuestra vida para llenarlas de sentido a partir de aquel acontecimiento de la cruz. El centurión entendió que aquella muerte había introducido en el mundo la verdadera vida. Nosotros, contemplando a Cristo, entendemos que aquella muerte no fue un fracaso, sino un triunfo. El fin ignominioso del Señor parecía ser el triunfo definitivo del odio y de la muerte sobre el amor y la vida. Sin embargo, no fue así. En el Gólgota se erguía la Cruz, de la que colgaba un hombre ya muerto, pero aquel Hombre era el Hijo de Dios. Con su muerte Él nos ha rescatado de la esclavitud de la muerte, roto la soledad de nuestras lágrimas, y entrado en todas nuestras penas y en todas nuestras inquietudes (Benedicto XVI).

Dios nos ha donado la cruz para poder atravesar con nosotros el tempestuoso mar de la existencia y hacer así la travesía más segura. La muerte se ha convertido en la suprema manifestación del amor que se dona.

La Cruz nos habla también del misterio del hombre, del misterio de la iniquidad. ¿Quién es el hombre? Personas capaces de pecar, capaces de vivir la enemistad con Dios, manifestada en la soledad de tantos jóvenes instruidos en el más radical individualismo, las desilusiones del más puro materialismo, las violencias, las guerras y el terrorismo que aniquila la vida de tantos inocentes. Pero a la vez, a la pregunta de ¿quién es el hombre? Encontramos que en el Calvario se nos responde diciendo: un pecador perdonado.

Ante el vil asesinato de Jesús, planificado y ejecutado por las autoridades políticas y religiosas, Dios no pudo permanecer callado; Dios en la noche de Pascua rompió su silencio para decirles a los verdugos de todos los tiempos que ellos no tendrán la última palabra. Se escucha con fuerza el grito en todo el orbe que Jesús ha Resucitado. Con la Resurrección de su Hijo, Dios manifiesta que la solidaridad y el amor, que el perdón y la misericordia, que la fraternidad y la igualdad prevalecerán sobre el poder económico y el poder religioso. La Resurrección de Jesús es la advertencia de Dios a toda la humanidad de que la maldad, la violencia, la guerra y la muerte de los fuertes sobre los débiles, de los grandes sobre los pequeños, jamás triunfarán sobre la tierra. Los poderosos de este mundo podrán cantar victoria, pero su triunfo será efímero; por tanto hermanos desbordemos de gozo y con los ángeles gritemos Cristo ha Resucitado.

La resurrección, subraya el Papa Francisco, es una fuerza imparable, entraña una explosión de vida que ha penetrado en el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. En medio de la oscuridad siempre brota algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto abundantísimo.

Es el Resucitado quien nos ilumina con su luz y nos alienta a seguir luchando y defendiendo la afirmación de la dignidad inviolable de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte natural; la integridad de los derechos fundamentales que le son inherentes y la comprensión solidaria del bien común.

Es él quien nos invita y nos llama a hacer crecer un amor compasivo con todos los que sufren; un amor suplicante para que ablande los corazones de todos los hombres endurecidos por el odio, la violencia, la intolerancia y la mentira; un amor esperanzado en la posibilidad de que crezcan jóvenes pensantes y defensores de la verdad y la paz.

En estos días de Semana Santa estamos invitados a Acoger a María en nuestra casa como el discípulo amado para que nos enseñe la profundidad de los misterios de Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo. Ella, como Madre, nos confirma que Dios está de nuestra parte y con Ella, podemos comprobar, que Dios es nuestra fortaleza.

Atravesado el pórtico del Domingo de Ramos os deseo que viváis con gran devoción el Triduo Pascual y con alegría desbordante la Pascua de Resurrección. ¡Feliz Pascua de Resurrección!