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La ‘herencia’ de los cambulloneros sigue viva en el Puerto de Las Palmas

Un libro resalta el papel de los provisionistas de buques en el desarrollo de los muelles de La Luz

Cambulloneros a bordo de un buque en el Puerto de Las Palmas. FEDAC/COLECCIÓN DEL CRONISTA OFICIAL DE TEROR

La historia de éxito del Puerto de Las Palmas no sería tal si sus aguas no llevaran siglos ofreciendo un abrigo natural a los buques que atraviesan el Atlántico. Desde los tiempos de las navegaciones colombinas, la bahía de Las Isletas es refugio de barcos a la búsqueda de vituallas o efectos navales, una actividad que sirvió como la base a partir de la cual se desarrollaron otros servicios portuarios. Desde los tiempos de los cambulloneros, cuyos trueques ayudaron a introducir en la Isla mercancías tan imprescindibles como la penicilina, los provisionistas son una parte imprescindible de la historia de La Luz. Un libro escrito por el periodista Manuel Vidal ahonda en su papel.

Pese a su presencia habitual en puertos de todo el mundo, estos comerciantes carecen hasta del reconocimiento más básico, el de la Real Academia Española. El término que designa a su profesión no está reconocido en el diccionario de la lengua, aunque la organización que los aglutina en la provincia de Las Palmas, Provicanarias, ya se ha dirigido a la institución para solicitarles la inclusión del vocablo en una futura edición. Mientras eso ocurre, Vidal ofrece en su libro algunos esbozos de esa hipotética definición: provisionista es quien suministra «víveres, bebidas, efectos navales, artes de pesca, pertrechos y otros productos del habitual avituallamiento de un barco»

Con o sin aprobación oficial de la RAE, los provisionistas llevan a cabo su labor desde hace siglos bajo otras denominaciones, como la de cambulloneros, cuyas primeras referencias datan de 1842. En 1888, con las obras del Puerto de La Luz recién comenzadas, ya eran un centenar, de acuerdo con los datos recopilados por Vidal. Poco después comenzó a regularse su actividad con una licencia para acceder a los buques. Los hombres del carnet negro –el que les reconocía como vendedores marítimos– se convirtieron en personajes cercanos al pueblo llano, el mismo que empezaba a ocupar las barriadas del Puerto, envueltos en un halo romántico que los hacía protagonistas de canciones o poemas. 

Carne y leche en polvo

La actividad de los cambulloneros era marginal, aunque tomó fuerza a partir de la década de 1920 y resultó crucial tras la Guerra Civil, con las penurias de los primeros años de la dictadura de Franco, proporcionando productos «que escaseaban en las Islas». Además de medicinas, Vidal resalta latas de carne, jabón, macarrones o leche en polvo que hacían de ellos «intermediarios entre la despensa de los barcos y las necesidades del mercado».

No había un solo tipo de cambullonero. En el libro se recuerdan también otros oficios como el de bombista, que era el encargado de abastecer a toda la tripulación, o el de tratista, que compraba todo lo que los tripulantes pudieran vender, desde café hasta maderas. También los gambuseros, que se dedicaban a comprar todo el sobrante de las despensas de los barcos. Todos compartían una jerga particular –el pichingli– con la que se dirigían a las tripulaciones y un simpático listado de apodos para las navieras. Nombres como el de Perico el Carnicero, Santiago el Parajero, Pedro el Gato, Paco el Cabozo y Miguel el Barrigúa se suceden en las páginas del libro.

Portada del libro 'Provisionistas: una historia del Puerto de Las Palmas', de Manuel Vidal.

Portada del libro 'Provisionistas: una historia del Puerto de Las Palmas', de Manuel Vidal. LP/DLP

Con el paso de los años se establecieron dos tipos de atención a los buques que demandaban provisiones. Además de las tradicionales operaciones de pequeña escala, con trueques o entregando a fiado, surgía la figura de la licencia de provisionista y almacenes, que permitía realizar descargas a partir de 40 toneladas. La transformación permitió a algunos de los antiguos cambulloneros prosperar y desarrollar negocios que se fueron extendiendo por otras vertientes comerciales. Entre ellos, Vidal menciona el caso de Juan Martel Peñate, que fundó el grupo que lleva su apellido tras comenzar su trayectoria laboral como cambullonero vendiendo tabaco.

El apogeo de la pesca

La época dorada de los provisionistas comenzó con el declive del comercio informal de los cambulloneros. A partir de la década de 1960, el Puerto de Las Palmas se convirtió en la base de operaciones de múltiples flotas pesqueras internacionales que faenaban en aguas canarias, marroquíes, saharauis o mauritanas. La pesca pelágica y de cefalópodos atrajo a buques japoneses, coreanos, soviéticos o cubanos «y multiplicó el aprovisionamiento de buques que arranchaban –organizaban la cubierta y cargaban los suministros necesarios para una travesía– en el puerto grancanario», escribe Vidal. 

La bonanza de la pesca trajo consigo el florecimiento de un sector, el de provisionistas, que a partir de entonces adquiriría un carácter profesionalizado. En marzo de 1978, la Junta de Obras del Puerto de Las Palmas –antecedente de la actual Autoridad Portuaria— abordaba las condiciones para obtener el alta en el censo de empresas prestatarias de servicios. Habría armadores y consignatarios, agentes de carga y descarga, empresas de apoyo y varios. «los proveedores de buques entraban en el segundo grupo», detalla el autor, por lo que se les empezaría a exigir «relación nominal de personal y medios materiales». 

Cambulloneros en el Puerto de Las Palmas en una imagen de la Fedac. FEDAC/COLECCIÓN DEL CRONISTA OFICIAL DE TEROR

Barcos como los japoneses requerían muchos servicios que eran atendidos por empresas locales, como fue el caso de Fransari, pero también con compañías gestionadas por nipones como Yamato Shokai, Hikari Shokai o Tosa Canarias. La presencia de naves coreanas permitió crear una comunidad que floreció y acabó menguando a la vez que desaparecía su flota en busca de otras aguas. Durante su etapa de esplendor crearon empresas como Comercial Yook, Comercial Guanche, Doraji o Sang Min Lee Chung. Otro caso singular es el de Comercial Yu Fong, creada por un inspector de buques chino en 1986 y que con el paso de los años se ha convertido en una referencia para el comercio de productos de Asia en la ciudad.

Libios y rumanos

La historia de las provisiones a buques es una muestra del carácter globalizador de La Luz, de los elementos cosmopolitas que aportó a Las Palmas de Gran Canaria. También había barcos soviéticos, rumanos, libios o cubanos, o comerciantes indios que llevaban ya décadas asentados en Canarias. El autor del libro repasa los nombres claves de aquel sector cuyo volumen de negocio se estimaba entre 4.500 y 12.000 millones de pesetas en 1975, entre el 15% y el 20% de la economía insular. 

Vidal no concluye el libro sin destacar la especialización como una de las claves que ha permitido a las empresas mantenerse a lo largo del tiempo y recuerda casos como los de Sumarsa, Anidia o Nautical, que han logrado expandirse desde el Puerto de Las Palmas. La presentación de Provisionistas de buques: una historia del Puerto de Las Palmas tiene lugar este martes a las 11:30 horas en la sede de la Autoridad Portuaria de Las Palmas.

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