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Premios Puertos de Las Palmas: José Juan Ramírez Báez, el gran innovador de La Luz

Los galardones rinden tributo al fallecido José Juan Ramírez Báez, que fue consejero delegado de Astican

José Juan Ramírez Báez, en su despacho de Astican. LP/DLP

La capacidad de adaptación a los cambios de la que el Puerto de Las Palmas hace gala es fruto del esfuerzo de gente adelantada a su tiempo, innovadora, que da forma a los proyectos que otros no son capaces de ver más allá del papel. Durante décadas, La Luz ha sabido sobreponerse a las crisis cíclicas abriendo vías de negocio en áreas nuevas gracias profesionales con conocimientos específicos que sabe aplicar al día a día de un entorno cambiante. Entre este tipo de personas destaca la figura de quien durante muchos años fue el consejero delegado de Astilleros Canarios (Astican), José Juan Ramírez Báez, fallecido en noviembre de 2019. Los premios Puertos de Las Palmas han querido reconocer su larga trayectoria con un galardón a la vida profesional en el entorno portuario que le será entregado a su familia el próximo jueves durante una ceremonia en las naves del Programa Mundial de Alimentos.

Ramírez Báez nació y creció cerca de la parroquia de Santo Domingo, en Vegueta, aunque las raíces de su familia se hundían entre Teror y Arucas, lugares a los que continuó vinculado toda su vida. El pequeño José Juan era un niño curioso, estudiante brillante, que devoraba libros con una inquietud intelectual sobresaliente. Sus deseos de aprender cristalizaron en la por entonces conocida como Escuela de Comercio, donde no solo sentó las bases de los conocimientos empresariales que aplicó en toda su carrera. Allí también entablaría amistad con alguien que, con el paso de los años, también acabaría convertido en su gran aliado, Germán Suárez Domínguez.

Aunque los caminos personales de ambos se habían cruzado en la juventud, los profesionales aún tardarían algunos años en unirse. Tras completar sus estudios, Ramírez Báez se incorporó a una agencia de viajes que, por carambolas de la vida, le permitió conocer a Teresa Hernández Ortega, quien se convertiría en su compañera de por vida. El matrimonio solo fue el primero de los cambios que afrontaría durante esos años: a finales de la década de 1960, con la familia comenzando a crecer, se le presentó una oportunidad laboral radicalmente moderna para aquellos tiempos, convertirse en programador informático.

Aquel era un tiempo en el que los ordenadores solo eran del interés de algunas empresas, ocupaban el espacio de una habitación y sus funciones sonaban a brujería para el común de la ciudadanía. Sin embargo, la cibernética llevaba ya algún tiempo desarrollándose y el sector contaba con grandes multinacionales como NCR, en la que acabó entrando Ramírez Báez. Su fichaje fue idea de Vicente Martín Anglés, que años atrás dejó escritos en estas mismas páginas de LA PROVINCIA sus recuerdos de aquel “joven con muchos deseos de triunfar en la vida” que conoció en 1966. 

Ceros y unos

NCR fabricaba máquinas de contabilidad y computadoras electrónicas, aunque para acceder a la compañía, impregnada de la filosofía laboral estadounidense, era necesario superar una serie de estrictas pruebas. Ramírez Báez “obtuvo un 100% de éxito” en los test de selección y se desplazó inmediatamente a Madrid y Barcelona para recibir la formación necesaria. Como programador, ayudó durante los años posteriores a la introducción de los primeros sistemas informáticos en muchas empresas del Archipiélago para las que el mundo de los unos y los ceros no había tenido ningún sentido hasta entonces.

Los caminos profesionales de Ramírez Báez y Suárez Domínguez se cruzaron por fin algunos años más tarde, cuando coincidieron en el grupo de empresas que conformaban Gemasa, Frucasa o Cotrade, sociedad de la que fue director, aunque el gran salto llegaría en 1988, cuando el Estado decidió privatizar buena parte de los astilleros públicos. Entre las atarazanas en venta se encontraba Astican, que en poco tiempo pasó de ser una atarazana en quiebra a convertirse en el ejemplo de la diversificación y la internacionalización de la economía canaria. No fueron tiempos sencillos por la conflictividad laboral, aunque la compañía acabó saliendo adelante gracias al empeño de profesionales como Ramírez Báez, entregado por completo gracias al respaldo de los suyos, que entendían el sacrificio familiar.  

El esfuerzo en Astican acabó dando frutos. Las antiguas flotas pesqueras, que comenzaban a menguar en La Luz, fueron relevadas por nuevos buques atraídos gracias al esfuerzo comercial de la compañía, por lo que el equipo directivo se lanzó a la búsqueda de oportunidades de negocio más allá del Archipiélago. Surgieron en Cantabria, donde el Estado estaba a punto de privatizar otro antiguo astillero público, Astander. A partir de la compra en 1999, Ramírez Báez se desplazó hasta allí para pilotar el proceso de transición hacia la nueva gestión.

Aquel viaje no tuvo que hacerlo solo. Sus cuatro hijas –Fátima, Montserrat, Begoña y Lourdes– ya eran mayores, por lo que Teresa y él decidieron hacer las maletas juntos: durante los siguientes dos años pasarían la mitad del tiempo en Santander y la otra en Las Palmas de Gran Canaria, para poder compartir juntos el mayor tiempo posible. En la familia recuerdan aquella época como una de las más felices del matrimonio, que por lo demás nunca abandonó el espíritu de comunidad y cercanía con los allegados y los amigos. 

En el plano cercano, Ramírez era un hombre afable y vivaz, aunque quienes lo trataron durante años destacan su faceta como trabajador abnegado a lo largo de toda su vida, ya fuera como programador en NCR o como consejero delegado en Astican y Astander. El próximo jueves, durante la ceremonia de entrega de los premios Puertos de Las Palmas, su familia no solo recibirá el galardón que reconoce su vida laboral; también el cariño de todos aquellos a los que ayudó durante su dilatada carrera.

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