La Provincia - Diario de Las Palmas

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Fiestas del Carmen

Una tradición recuperada en La Isleta

En el barrio portuario de la capital daba igual ser marinero o cambullonera, proceder

de Agaete o de Fuerteventura, porque la Virgen del Carmen unía a todos

Unos vecinos de La Isleta con las alfombras del Carmen, en la década de 1960. | | FEDAC

Hace ya cerca de un siglo y medio, los miles de personas que aquí llegaron traían como equipaje la raíz de su cuna en otros muchos sitios. Venían de Tenteniguada o Casillas del Ángel, de Fontanales o Arrecife, de Agaete o del lugar donde nací, El Palmar de Teror. Venían buscando trabajo, comida, honestidad y pan para sus familias al calor que el Puerto de La Luz, verdadero motor de la economía grancanaria, generara desde fines del siglo XIX.

Y los que vinieron desde una esquina de la isla a la otra, escapando de hambrunas y malestares, trajeron aquí sentimientos y vivencias propias, y aunque no hubiesen nacido en La Isleta, les bastó un amanecer en Manigua Alta, el olor del oleaje del cercano Atlántico; el ajetreo portuario que les daba trabajo e ilusión, para que se sintieran isleteras e isleteros de cuerpo entero.

Eso me ocurrió a mí también. Vine pequeñito acompañando a mis padres que ubicaron con la ayuda de mi abuelo, un comercio en la calle Tecén, tan cerca de aquí. Y a mi madre, a mí mismo, que estábamos acostumbrados al campo terorense, al olor mañanero de la tierra mojada, al canto de los capirotes y a ver a los campesinos en sus diarios laboreos, nos encandiló el espíritu de las isleteras e isleteros; el torrente de vida que emanaba de sus casas y sus calles; y por eso, cuando la vida nos retornó a Teror, La Isleta se fue con nosotros.

En La Isleta, la población creciente y su aumento imparable determinó un inicial desconcierto en la organización de los servicios de todo tipo: saneamientos, viviendas dignas, escuelas, que desgraciadamente permaneció mucho tiempo y marcó muchísimo el vivir isletero durante décadas. Viendo todo aquello, el obispo Adolfo Pérez Muñoz -que lo fuera desde 1909 a 1913- decidió encomendar a las Hermanas de la Caridad la formación de aquellos niños que faltos de tanto, encontraron en la Ermita- Escuela del Puerto de La Luz ubicada entre las actuales calles Benartemi, Umiaga y Malfú una muestra de respeto hacia este lugar y el inicio, el germen de lo que hoy aquí celebramos.

De San Martín al Carmen

Conocida es la preciosa historia de aquellos inicios, la venida de las dos Hermanas de la Caridad -Sor Teresa y sor Asunción al recuerdo de algunos- le primera representación pictórica del Carmen y la llegada poco después de la Imagen desde el Hospital de San Martín. Y así comenzó el milagro, porque no de otra manera puede calificarse lo que aquí ocurrió. Todos los isleteros, que traían desde sus lugares de nacimiento querencias y fe profundas pero diversas, vieron en la Virgen del Carmen el lazo de unión más fuerte y el distintivo más claro del «ser isletero».

En realidad, a partir de entonces, en La Isleta se podía ser marinero o cambullonera, se podía tener familia en el Valle de Agaete o en Fuerteventura, se podía montar una tienda de aceite y vinagre, trabajar en la factoría o en una fábrica de puros; todo eso daba igual porque desde el mismo momento en que el Carmen llegó, al acercarse el mes de julio La Isleta se sentía unida y fuerte y el poner a la Virgen más arriba del Faro, lo más cerca del cielo que se pudiera fue el empeño emocional, devocional y sentimental más definitorio de la gente que aquí habitaba.

La advocación del Carmen y sus festejos, presentes en infinidad de lugares de la geografía isleña, lo estaban en esta ciudad en el templo de San Agustín de Vegueta y su señorío. Al año siguiente de llegar la Imagen aquí, el 16 de julio de 1912, no habían tenido tiempo los isleteros de organizar festejo alguno por lo que sólo aparece reseña de su solemne celebración en la iglesia veguetera.

Al año siguiente, los sencillos habitantes del barrio se pusieron en su sitio y organizaron las primeras fiestas que las lomas de La Isleta vieron. Le gente más humilde de la ciudad de entonces hizo fiesta al Carmen con voladores, misas concelebradas, quinario, banda de música, diana, carreras de bicicleta, verbena, cinematógrafo al aire libre e iluminación en la bahía, concurso de natación y cucaña marítima en el ámbito del Náutico, demostrando que aunque no vivieran en calles adoquinadas, aunque les faltasen saneamientos o colegios, cuando ellos querían no había nada que les parase. Y la primera procesión por aquellas sendas de tierra, más camino que calles y antecesora de lo que hoy podría afirmarse sin temor a exageración como una de las expresiones de participación popular en actos religiosas que mueve más corazones y con una participación más masiva y emotiva de todo el archipiélago canario: la Procesión del Rosario de la Aurora de la madrugada del Carmen.

Y al año siguiente precediendo tristemente a todo lo malo que vendría a las islas y en concreto al Puerto con el inicio de la Primera Guerra Mundial, los vecinos de La Isleta vieron como la humildad que habían puesto en la primera organización festiva que realizaron tenía su premio. El 18 de julio de 1914, tan sólo unos días antes de comenzar la funesta contienda, la procesión del Carmen contó con la presencia del obispo Ángel Marquina y del delegado del Gobierno de Alfonso XIII, Manuel Luengo Prieto.

En la previa función religiosa José Mariano Riverol, profesor de la Universidad pontificia y capellán de San Lázaro, dijo en su homilía que con todo aquello, la gente del barrio demostraba que ardía en sus corazones la llama de un entrañable amor a la excelsa Patrona del Carmen, único consuelo para todas las horas del día en medio de su pobreza, de sus trabajos, de sus sinsabores, único tesoro que no podría arrebatarles ni la envidia de los hombres, ni las astutas y solapadas maquinaciones de la mala gente. Y así fue en todos los sucesos de los años siguientes, pese a que tal como Héctor Ramos destacara, el desarrollo de la fiesta no llegaría hasta las décadas de 1940 y 1950. La Virgen del Carmen se convirtió sin una palabra en contra, en la reina de La Isleta.

Cuando en 1915 se iniciaba con una aportación episcopal la ampliación de la escuela y ermita que no se culminaría hasta casi cuatro décadas más tarde, estaba con los isleteros la Virgen del Carmen. Cuando en 1920, aquella otra pandemia de triste recuerdo, la mal llamada «gripe española» en su último rebrote azotó la isla y se cebó con duro ensañamiento en la población de La Isleta, donde los cortejos fúnebres pregonaban constantemente la triste realidad de que el mortífero virus se ensañaba con los más necesitados y empobrecidos; también entonces los hombres y mujeres de este lugar encontraron alivio y consuelo en la Señora del Carmen. La Parroquia de Nuestra Señora del Carmen fue erigida el 15 de enero 1938, desgajándola de la de Nuestra Señora de La Luz de donde había dependido hasta entonces. Cuando en 1940 se produjo un punto de inflexión que motivó la introducción de dos actos -la procesión de la Aurora y la marítima-; la ilusión les venía de las ganas de estar junto a Ella y de pasearla y disfrutar de su visión y de cubrirla de flores, cantos y rezos. Fue un año destacado del que se cumplieron ocho décadas en plena pandemia, en el que La Isleta y sus fiestas brillaron sin igual, pese a todas circunstancias negativas que rodeaban aquel momento.

A las tres de lo tarde del 21 de julio de 1940 salió por primera vez la procesión terrestre-marítima, acompañada por lo Banda municipal; que cinco años más tarde ya se instauraría con traslado en embarcación de la Armada Y todo aquello eran respuestas de la Virgen que enaltecía a las personas que desde la humildad derramaban en Ella todo lo que tenían y más. Cuando aquí se mantenían costumbres devocionales como el rezo y canto del Santo Rosario de la Aurora, la imposición del Escapulario y la Medalla o las Cuarenta Horas, la Virgen del Carmen estaba con La Isleta. Cuando en 1941, las Fiestas del Carmen se instauraban hace ochenta años no ya como las fiestas de la ciudad sino de toda la isla demostrando que se tenía que producir un cambio hacia ellas y el lugar donde se celebraban.

Cargadores y costaleros

Cuando en la tarde del 27 de julio de 1968 la imagen de Nuestra Señora del Carmen de La Isleta fuera reconocida con el lazo conmemorativo bel Báculo de la Paz, movidos por la insinuación de los responsables de la Infantería de Marina así el hondísimo fervor popular que todo el barrio capitalino de La Isleta, decidieron a los responsables de la concesión. Cuando a partir del 2004 los hasta aquel momento cargadores del Trono decidieron transformarse en los Costaleros La Virgen del Carmen estaba en el fondo de sus almas cuando lo decidieron. El barrio, la ciudad, Canarias entera ha sabido reconocérselo. Y cuando, por último, en junio de 2016 la Junta de Portavoces elevó al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria el acuerdo de declarar las fiestas de Nuestra Señora del Carmen, que cada mes de julio se celebran en el barrio de La Isleta, como Fiestas de la Ciudad, la Virgen sonrió aún más como una madre agradecida por los afectos con que sus hijos quieren colmarlas.

Porque en realidad es el pueblo de La Isleta quien mueve mar y tierra para hacer presente todo lo que aquí ocurre. Desde doña Evarista recordada en las brumas de las viejas memorias, a maestro Julián Cerpa, pasando por decenas de personas que pusieron empuje y trabajo, a Bonilla, Paco Herrera, Pancho Falcón, David Sánchez, los costaleros y la camarera, el que hace las alfombra o la que se deshoja los pétalos; los que barren las aceras o los que ponen las banderas; o el genio inefable y laborioso de Juan Luis Barragán, han sido siempre los hombres y mujeres de La Isleta los merecedores de los mayores honores en todo lo mucho que han conseguido. Quede para ellos mi público y agradecido reconocimiento por el buen trato y hasta por la desafiante humanidad que manifiestan en todo lo que hacen y que yo he tenido la suerte de vivir y palpitar.

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