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ANÁLISIS

El pilar de Tamaraceite

Prácticamente hasta los años 60, salvo los más pudientes, si las familias querían tener agua para lavar la ropa, hacer de comer o para beber había que ir a buscarla

El pilar de Tamaraceite Esteban Santana

Abrir el grifo del agua para ducharnos, fregar o hacer la comida era un privilegio que no tenían todos los ciudadanos. Prácticamente hasta los años 60 del siglo XX, no había agua corriente en la mayoría de las viviendas de los barrios de la ciudad. Existían las llamadas aljibes, grandes depósitos situados en los bajos de la vivienda, pero que sólo las tenían las personas más pudientes. Es por ello, si las familias querían tener agua para lavar, para hacer de comer o para beber tenían que ir a buscarla. Cuando llegó el agua corriente había que almacenarla y empezaron a aparecer unos depósitos grandes en las azoteas, que al principio eran de uralita y luego pasaron a ser de plástico. Tener un bidón o dos era primordial, ya que, sobre todo en verano, el agua no llegaba todos los días, sino unas horas cada varios días y había que aprovechar llenando los bidones y otros recipientes como palanganas o cubos. Todas estas penurias hasta que llegaron las desaladoras y, aunque se perdió en calidad, teníamos agua corriente de manera habitual. Esto empezó poco a poco, porque la desaladora en principio abastecía a la parte baja de la ciudad y los barrios seguían pasándolas canutas para obtener agua.

El pilar de Tamaraceite

En Tamaraceite había un pilar en la Calle Belén de la Montañeta, que era el que abastecía de agua a toda la vecindad. Pero no era fácil y veremos por qué. Y para ello tenemos que remontarnos a los años 40 o 50. Pepe Déniz (QEPD), uno de los tamaraceiteros que más conocía las anécdotas de nuestro barrio, los ojos se le ponían como platos cuando le hablaban del Pilar. Él recordaba que la primera fuente de agua estuvo enfrente de Carmita Déniz y luego hubo otra que estaba un poco más arriba, pero siempre ubicado en la calle Belén. El grifo del Pilar lo abría a las 7 de la mañana maestro Fernando Cabrera, el de Antoñita de la Cruz, para por último dejar paso a Fernandito Aguilar, de Tenoya. El horario de cierre era más o menos a las 4 de la tarde. Antes de existir el Pilar la gente tenía que ir a buscar el agua al barranco donde también iban a lavar la ropa. El agua se transportaba de una manera muy peculiar, según fuese hombre o mujer. Las mujeres se ponían un trapo viejo, toalla o manta en la cabeza que se denominaba «ruedo» y que servía para llevar el cacharro. El ruedo también se utilizaba para llevar la compra, los lavados... Los hombres iban a buscar el agua con «ganchos», que era un palo grueso con un cerco en los extremos donde se le ponía una cuerda o verguillas y ahí colgaban los ganchos que servían para llevar los cacharros. Los que podían, en vez de verguilla o cuerda, le ponían cadenas. La gente se levantaba a las 6 de la mañana para poner el cacharro en fila. Generalmente se ponían los cacharros más viejos y agujereados que luego se cambiaban por los «nuevos», por decir algo. Estos cacharros eran de pintura, de aceitunas o de petróleo. Cuando se iban rompiendo se les ponía jabón para que no se saliese el agua. La cola para coger el agua llegaba hasta la casa de Prudencio Medina. Se utilizaba esta agua para la comida, para regar las flores y para ducharse, eso sí una vez a la semana, con jaboncillo la cabeza y el resto del cuerpo con jabón «suasto» y estropajo. Antes se cocinaba con bostas de vaca, tabaibas, leña o brasero y el agua, sobre todo en invierno, se calentaba para no coger una «pulmonía». Los que iban a buscar baldes pequeños no se ponían en fila. Los cacharros se tapaban con hojas de «capa de la reina».

El pilar de Tamaraceite

Los guardias eran los encargados de guardar el orden ya que había muchas peleas y discusiones. Juanito Vargas y Juanito Pérez, el de San Lorenzo, eran los guardias más recios. Antonio el de El Zardo y Nazareno también eran dos de los que les tocaba darse sus paseos por el Pilar. El Pilar fue fiel testigo de las desigualdades sociales de Tamaraceite entre la gente de la Carretera y la gente de la Montañeta. No se veía a nadie de la Carretera llenando los baldes en el Pilar. Solían darle una propinilla a los chiquillos por llevarle un balde de agua (siete perras y media o una peseta). También en la Carretera y en la Cruz del Ovejero había mucha gente que tenía aljibes y que vendían el agua a dos perras o un real el balde.

El pilar de Tamaraceite

Aparte de un punto de visita obligado para los habitantes de Tamaraceite, el Pilar era también punto de encuentro, charla y entretenimiento. Allí iba gente de todos los lugares de Tamaraceite. Personajes carismáticos del Pilar eran Carmita Trujillo, Adelita Torres, Inés Tejera, Rosario,... Muchos eran los juegos que practicaban los más jóvenes mientras esperaban el turno. Calimbre, planto, palito salvo, pinto la uva, pinto el garbanzo, huevo, araña, caña, piola, plío - plín, trompo, tángara, anillito, chique, soga... Otros compraban chuflas en la tienda de Mariquita Serapita para pasar el rato. Finalmente si seguimos por la calle Belén hacia arriba nos encontramos con la Plaza de la Cruz, donde se realiza cada año y durante las fiestas de San Antonio Abad, la bendición de los animales. Los vecinos llevan sus mascotas a que sean bendecidas por el cura. En los últimos años la gente suele llevar también animales más grandes como cabras, cerdos o caballos. Ésta es una tradición que se conserva en Tamaraceite desde hace muchos años y que atrae a gente de otros lugares para bendecir los animales.

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