La remodelación callejera de la ciudad que durante varios meses ha ido transformado por completo muchos sectores de la urbe, especialmente rotondas y plazas, dejó sin aliento a muchos admiradores de nuestras costumbres y tradiciones cuando se demolió la sencilla pero admirada fuente de cantería de la Plazoleta Emilio Ley, pensando que ya no se iba a volver a instalar.

Pasado el susto, al ver que se ha reemplazado nuevamente unos metros más hacia el poniente, los sorprendidos transeúntes y familiares han vuelto a tranquilizarse, pues aquellas piedras, más bien discretas como monumento artístico, encierran una bella y emotiva historia patriótica y familiar. Fue erigida en memoria del gran patricio Emilio Ley Arata, un conejero de procedencia italiana que con su esposa, la madrileña Manuela Gracia y Cervera, proporcionó durante el desarrollo de sus amplias actividades un alto e impagable prestigió a nuestra ciudad.

Don Emilio había nacido en Arrecife en 1868, capital de Lanzarote de la que sería años después nombrado Hijo Predilecto. Por ambas ramas procedía de Módena y de Génova, estableciéndose sus progenitores italianos en el Puerto lanzaroteño en la época del gran auge comercial que se desarrollaba en la isla, especialmente con la comercialización y exportación de la orchilla y barrilla a los mercados europeos.

La Plazoleta Emilio Ley, su ubicación y su historia

Años más tarde, don Emilio y su hermano Luis se establecieron en la capital grancanaria. Emilio, por su capacidad y sus grandes dotes profesionales, ostentó una serie de altas responsabilidades, tanto de la vida económica, social, política, diplomática y cultural de la ciudad, eminentemente relacionadas con las actividades náuticas de nuestro Puerto. Inicialmente, fue el gerente de la compañía interinsular, que con el tiempo se convertiría en la popular Compañía Trasmediterránea, de la que sería luego su principal consejero. Asumió también la representación de los consignatarios de buques a los que le proporcionó muchas mejoras, convirtiéndose en su tiempo en la primera y más responsable autoridad portuaria.

En otro orden de cosas, don Emilio fue gerente de la Elder Dempster y Cía. y cónsul de Suecia, Noruega y Finlandia, presidente del Círculo Mercantil, de la Cruz Roja española, concejal del Ayuntamiento de Las Palmas, consejero del Cabildo Insular y miembro de honor del Gabinete Literario y de la Sociedad Filarmónica.

A tantas dotes y representaciones profesionales, se unía su altruista labor humanitaria de la que fue un consumado mecenas, porque junto con su mujer, la infatigable doña Manuela, sufragaban de su bolsillo el suministro de varios comedores para que familias portuarias sin recursos pudieran alimentarse. Del mismo modo, el matrimonio costeaba en el Asilo de San José de la Playa de Las Canteras varias camas para asistencia de enfermos menesterosos. Desde la Cruz Roja Española, en donde la esposa también desempeña una magnífica labor, su colaboración con los principales sectores necesitados de la población se dice que fue impagable. Doña Manuela, por su generosa ternura en pro de los desvalidos y de la infancia, fue la iniciadora de los regalos de Reyes a los niños acogidos en el internado del Asilo de San Antonio, cuyos obsequios ella misma preparaba con gran esmero en su antigua residencia de la calle Pérez Galdós.

En el transcurso de los años, el benemérito matrimonio recibió merecidas altas distinciones en reconocimiento, tanto a su labor como a su desprendimiento. Hijo Predilecto de Arrecife de Lanzarote, como ya hemos mencionado, el rey de Suecia le otorgó a don Emilio la máxima condecoración de su país, como era la Real Orden de Wassa. También fue galardonado por el Ejército español con la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco. Doña Manuela, por su parte, recibió de la reina Isabel de Bélgica, en el año 1920, la condecoración que llevaba su propio nombre para premiar la gran ayuda que la dama canaria realizó en favor de los prisioneros belgas durante la guerra europea.

En el ámbito familiar, el matrimonio había alcanzado a procrear ocho hijos, de los que sobrevivieron siete, teniendo la tristeza de asistir don Emilio al fallecimiento en Barcelona de su hijo Manuel, a los 48 años de edad, así como al sepelio de su mujer. doña Manuela Gracia, que lo dejó viudo en 1944. El emprendedor y altruista empresario acabó su existencia ya longevo, a los 82 años de edad, el 2 de febrero de 1950. A su muerte fueron numerosos los obituarios que le dedicaron en la prensa los más prestigiosos articulistas, como Luis Doreste Silva, Luis Benitez Inglott, Leopoldo Navarro Wood y otros muchos ciudadanos agradecidos. En la Sociedad Filarmónica, a la que durante su vida prestó su incondicional apoyo y colaboración, se le dedicaron luego magnos conciertos con la intervención de afamados músicos y cantantes.

La fuente

Y ahora es cuando viene la historia de la fuente de cantería de Arucas en la plazoleta que lleva su nombre. Poco después de su fallecimiento, sus apenados hijos supervivientes querían perpetuar el recuerdo de sus padres. Y aprovechando que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria había dado el nombre de don Emilio a una parte del sector de Ciudad Jardín, donde había vivido en sus últimos años, querían levantar un sencillo monumento a su memoria.

Coincidió aquel deseo con la estancia en Las Palmas de Gran Canaria del arquitecto y famoso diseñador de jardines internacional, Nicolás María Rubio Tudurí, encargado de diseñar varios recintos en la ciudad, como los jardines del Castillo de La Luz y los de la propia montaña de Altavista para unirlos con los huertos y parterres del Parque Doramas. Los hermanos Ley y Gracia le encomendaron el proyecto, previa presentación y solicitud al Ayuntamiento, exponiendo la familia al Consistorio que el costo de la instalación de la fuente que ascendía a 50.000 pesetas, sería sufragado por ellos, así como también pagarían los honorarios del ilustre urbanista mahonés, considerado en aquel momento como el mejor proyectista de jardines de Europa. Aprobada la propuesta e instalación en el pleno municipal celebrado el 7 de marzo de 1958, la fuente quedaría inaugurada el 18 de julio siguiente.

La sencilla fuente ajardinada, con el compromiso que luego fuera atendida por el Ayuntamiento, está formada por una columna central que lleva un pulverizador con desagüe del que brota el agua que se va deslizando hacia las siete tazas o recipientes de piedra de su alrededor, en forma de conchas marinas. Los siete grandes moluscos representan cada uno de ellos a los siete hijos del homenajeado: María de los Ángeles, dama enfermera de la Cruz Roja española (1892); Manuel, representante en Canarias de la casa Ford y presidente del Automóvil Club de Gran Canaria (1893); Atilio, ingeniero militar, delegado de la Transmediterránea y presidente de la Unión Deportiva Las Palmas (1894); Emilio, doctor neurocirujano del Hospital Central de la Cruz Roja de Madrid, director del Hospital de Talavera de La Reina y consejero de la Cía Mediterránea (1898); Luis, cónsul general de Suecia y caballero comendador de la Real Orden de Wassa (1900); Mercedes, dama enfermera de la Cruz Roja (1901); y Adolfo, prestigioso doctor en medicina y cirugía establecido en Barcelona (1908), unos hijos de los que su padre estaba plenamente orgulloso y de la carreras universitarias que a su satisfacción la mayoría emprendieron.

Esta es, en definitiva, la pequeña historia de una fuente de la que muchos ciudadanos agradecen que no haya desaparecido con motivo de esta remodelación que los nuevos tiempos y el desarrollo urbanístico están impregnando a lo largo y ancho de nuestra querida ciudad.