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Peluquería Castro: Tres generaciones de corte y retoque

José Castro lleva más de medio siglo estilizando las cabelleras y barbas de cientos de hombres

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Comercio histórico: Peluquería Castro Andrés Cruz

En las manos de José Castro Sánchez aún pueden verse las cicatrices de las antiguas navajas que se utilizaban para estilizar las cabelleras y barbas masculinas. Por sus manos han pasado cientos y miles de hombres que confían en el estilo clásico que sigue manteniendo desde 1965, fecha en la que abrió su local, la Peluquería Castro. La suya es una historia relatada por el destino, es la tercera generación de barberos en su familia; abuelo, padre e hijo han seguido el oficio. Castro empezó a trabajar desde los doce años en la barbería familiar en Sardina del Sur y destaca que de cuatro hermanos es el único que continuó con el negocio y el que heredó el nombre de su abuelo y padre. Los José Castro llevan desde hace más de un centenar de años siendo barberos. 

En su peluquería nadie entra sin conocer las normas que hacen que el local funcione como un perfecto engranaje. A las 7.30 Castro no atiende a más clientes excepto a los que llegaron antes de esta hora y no hace excepciones, ya sea un amigo, un policía nacional o un gobernador civil, todos ellos casos que le han sucedido. Además, el barbero guarda 20 minutos para cada turno, ni más ni menos. “Prefiero perder un cliente antes que dejarme llevar por nadie”, sentencia. Castro tiene una frase que se ha convertido en típica y sintetiza su filosofía de vida que transmite a su negocio: “Yo funciono así, si empiezo a dispersarme pierdo mi línea”. 

José Castro muestra el cartel de su familia, dedicada a la barbería.

José Castro muestra el cartel de su familia, dedicada a la barbería. ANDRES CRUZ

Su estilo férreo da la sensación de que lo aprendió durante el servicio militar al que tuvo que asistir con 21 años en Lanzarote y donde asegura que se hizo “de oro”. En el cuartel pelaba y afeitaba las cabezas de todos los soldados y cabos y les cobraba a la alza, 5 pesetas para el pelado y 2,50 por el afeitado. 

Tras terminar el obligado servicio militar convenció a sus padres para trasladar el local de su natal Sardina del Sur a Las Palmas de Gran Canaria. Fue un cambio que supuso más formación por su parte. “No podía mantener el estilo del campo en la capital porque no hubiera triunfado”, explica y asegura que estuvo algunos meses formándose en una barbería de la zona para modernizar sus técnicas. Desde entonces, 57 años después, ha afianzado a su clientela que llega desde diferentes zonas de la Isla solo para arreglarse el pelo con Castro. “Se sienten bien aquí”, explica el barbero. 

Tertulias entre corte y corte

El trato personal es fundamental para la supervivencia del negocio. Castro se adapta a cada cliente e identifica si la persona quiere hablar y los temas delicados que no puede tratar. Comenta que los temas que más discuten tras las puertas de la barbería son el “fútbol y la política” y asegura que más de una vez ha mantenido una tertulia política con los clientes en plena faena. Con el paso del tiempo ha hecho buenos amigos que han comenzado como clientes y amistades que se han vuelto clientes fijos. “Me siento muy agradecido de la clientela que tengo”, indica.

El perfil de sus asiduos ha cambiado, ahora acuden, en su mayoría, hombres adultos o mayores y escasean los jóvenes. Pero Castro asegura que lo entiende. “Con 24 años comencé con el negocio y le robé mucha clientela joven a una barbería más veterana de la zona”. En definitiva, Castro opina que la “juventud va a donde están los jóvenes”.

Sus clientes han envejecido con él pero Castro no tiene fecha para la jubilación, “que se jubilen los viejos”, repite como mantra a todos los que le preguntan. El secreto para seguir con la misma vitalidad que hace medio siglo es disfrutar de su trabajo. “Nunca me he levantado y no he tenido ganas de ir a la barbería”, comenta. Su vitalidad lo confirma, siempre jovial se mueve de aquí para allá por la peluquería sin que se note que ya pesan sobre sus espaldas 82 años. Es un gran cuentista de chistes y afirma que sabe “muchísimos” de barberos. 

Confiesa que en sus comienzos trabajaba muchas horas para ganar dinero para su familia. “Cuando conseguía mi sueldo se lo daba todo a mi madre”, indica emocionado. Ahora quiere trabajar lo justo para ganar lo necesario.

En los años 60 comenzó la transformación de las herramientas de barbería pero Castro mantiene como reliquias de otro tiempo las navajas y sus afiladores junto a un máquina para cortar el pelo llena de polvo por el desuso. En su peluquería se corta el pelo de la forma clásica. Para los clientes más antiguos que toda la vida se han cortado el pelo a navaja él sigue manteniendo este procedimiento que requiere gran concentración y más tiempo.

Castro confiesa que ahora tarda más tiempo con cada cliente que durante su juventud porque cada vez intenta perfeccionar más cada trabajo. “Quiero hacerlo siempre lo mejor posible, me gusta verme representado en el buen corte que realizo”. “Si me dedico a la chapuza no me siento bien”, añade. El peculiar reloj de la pared con la numeración al revés marca la hora y Castro sale de la peluquería para almorzar. Aún queda día por delante de cortes, rasurados y charlas hasta que entrecierre sus puertas a las 7.30 de la tarde y vuelva con la misma vitalidad el día siguiente, a tomar entre sus expertas manos, tijera y peine para armar un peinado como una barba.

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