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Puerto

¿Por qué se celebra La Naval en La Isleta?

En la capital, la advocación de Nuestra Señora del Santísimo Rosario va unido al histórico Sábado de la Naval Canaria que tuvo lugar el 6 de octubre de 1595

Imagen del Puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, en 1912. Fedecan

Este año las fiestas de La Naval tienen un carácter especial pues se viene celebrando, con algunos parones, el 225 Aniversario de la llegada de la imagen de la Virgen de La Luz al Puerto que culminará con la procesión extraordinaria el día 8 de diciembre. 

A lo largo de la historia de estas fiestas, algunos historiadores e investigadores han dedicado diversos artículos muy interesantes sobre su origen, además de tantas crónicas que recogen con mucho detalle cómo se han ido desarrollando las mismas y que sería muy difícil, por no decir imposible, plasmarlo en un sólo artículo. 

Cuando hablamos de las fiestas de La Naval no existe un claro consenso en cuanto a su origen, por lo que deberíamos de tener en cuenta dos acontecimientos importantes en la historia y además muy seguidos en el tiempo como son la Victoria de la Batalla de Lepanto y el triunfo de los canarios frente al ataque pirático de Francis Drake, hechos acaecidos en los años en 1571 y 1595, respectivamente. 

Este año, se celebra el 225 aniversario de la llegada de la imagen de la Virgen de La Luz al Puerto que culminará con la procesión del 8 de diciembre

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Por lo menos, desde el año 1637, como registra el distinguido historiador Pablo Artiles en su obra Luz y Leyenda, se celebraba en la Ermita de La Luz, del Puerto de las Isletas, la Fiesta de La Naval o de La Victoria, que los frailes de Santo Domingo adscritos al Convento de San Pedro Mártir de Las Palmas de Gran Canaria tenían a su cargo, solemnizaban a través de la Cofradía y Hermandad del Santísimo Rosario. Es lógico suponerlo dada la vinculación dominicana del rezo del Santo Rosario y el origen de la institución de la fiesta del Santísimo Rosario por Bula de Pío V, suposición que queda demostrada con el acuerdo de la dicha cofradía, de fecha primero de septiembre de 1861, que figura en el Libro 2º de Actas (Parroquia de Santo Domingo), que habla de los actos a celebrar en el primer domingo de octubre y en su octava, que llaman también de La Naval. Al exclaustrarse los frailes, pasaron a ser celebradas en la ermita de La Luz organizada por los Alcaides y Castellanos del evocador Castillo de La Luz o Principal de Las Isletas.

¿Por qué se celebra La Naval en este barrio de La Isleta?

En Gran Canaria, y particularmente en Las Palmas de Gran Canaria, su capital, la advocación de Nuestra Señora del Santísimo Rosario va estrechamente unida al histórico Sábado de la Naval Canaria, que correspondió al 6 de octubre de 1595, fecha en la que Gran Canaria, atacada por las naves piráticas del almirante Drake, rechazó brava y heroicamente el ultraje inferido a través de sus castillos y torreones, de sus milicias y paisanaje de todos los pueblos de la Isla, y del prior y frailes de Santo Domingo junto a la clerecía de la Gran Canaria que mandaba el Obispo Don Fernando Suárez de Figueroa. 

Este sábado victorioso de La Naval Canaria fue, en miniatura, otro Lepanto. Enaltecido con su pluma por Lope de Vega en su Dragontea y Bartolomé Cairasco en su Templo Militante, la brava defensa de los canarios de Gran Canaria ante la invasión de Drake.

Corre el inglés de su rosada aurora, hasta Canarias por probar su espada, 

como si fuera gente que pudiera huir el rostro a su arrogancia fiera. 

Volvió la espalda e hízose a la vela que allí no le valió fuerza o cautela. 

(Lope de Vega)

Sobre las fiestas en el Puerto de La Luz podemos contar con esta crónica que describe parte de su programa: «En las mismas horas que el ómnibus circula en la ciudad de Las Palmas, gran parte de sus habitantes y de los demás pueblos do la isla circular, corren y saltan en las playas del puerto de la Luz. La fiesta conocida con el nombre de La Naval, atrae á aquel punto un inmenso gentío, consistiendo generalmente las diversiones y pasatiempos en comer y beber al aire libre, en embarcarse, en luchas, en juegos de varias clases… Muchos se pasan el tiempo papando moscas. El dios Baco suele ser muy desatendido en este día, pues en vez de honrarlo haciendo libaciones con el zumo de la uva, se refrescan el gaznate con aguardiente y ginebra». (1867)

La víspera y el día de La Naval en épocas pasadas la animación era extraordinaria. De los pueblos del interior acudía la gente, grupos numerosos de campesinos a los cuales la traviesa chiquillería colgaba rabos para luego gritar regocijadamente: «¡Rabo lleva y si no se lo quita siempre lo lleva!» De estas burlas solían desquitarse, mujeres y hombres, repartiendo bofetadas al que se descuidaba y se ponía al alcance de ellos. Las campesinas, sobre todo, vociferaban coléricas imprecaciones contra los que la hacían blanco de sus travesuras. Tal espectáculo, a la verdad, no era culto; pero aquellos tiempos servía de regocijo a grandes y pequeños. 

Sobre esto quiero unirme a la crítica que muchos cronistas expresaron en las primeras décadas del siglo XX, porque en otros lugares no habría suficientes instrumentos de protección a los que recurrir para garantizar la pervivencia de algo tan anecdótico como colgar rabos a los transeúntes sería una auténtica fiesta, aquí para no variar, se convirtió en olvido e indiferencia. 

La ermita de La Luz acogía la romería más antigua y conocida en la Isla. El cuadro que ofrecía la romería de la Luz era muy vistoso. La pequeña ermita era insuficiente para contener la enorme peregrinación de personas devotas que venían de los campos a pagar las promesas que durante el año le habían ofrecido a la virgen. Una vez cumplidos los deberes religiosos venían las expansiones, las compras de turrón, los paseos marítimos, las isas cantadas al son de la guitarra, las copiosas libaciones y a veces hasta las riñas trágicas y sangrientas. La fiesta de La Naval tenía cierto aspecto carnavalesco.

La afluencia de gente del interior era precisamente la que daba la nota peculiar y prestaba mayor animación. Antes hacían jornadas de leguas a pie o en carros, pasaban por Las Palmas y seguían en dirección al Puerto. Los primeros años que se estableció el tranvía, los vagones iban atestados de viajeros desde por la mañana hasta la noche. La novedad del tranvía atrajo muchísima gente. Por millares se contaban los romeros; los campos se despoblaban para visitar la ciudad. Ya apenas quedan restos del movimiento y del regocijo del tiempo pasado. De los pueblos siempre venían centenares de personas, mujeres en su mayoría con trajes y pañuelos de colores llamativos; pero de la antigua animación tan pintoresca sólo queda el recuerdo de las crónicas.

El Puerto de La Luz en 1905, decía José Batllori y Lorenzo, ya no era el mismo en tiempo del sargento Llagas donde había más arena que casas y ya en esos años hay más casas que arena, más barcos que casas, y más gente que agua. No podían reconstruir en su memoria lo que fue aquella playa de las Isletas, «aquel desierto arenoso, donde sólo se levantaba la casa de la Virgen con su vieja ermita que se convertían el sábado de La Naval en una población de ventorrillos y tiendas de campaña para alojar y dar de comer a casi toda la Isla que en romería se agolpaba en las playas en cumplimiento de sus promesas; donde el concurso era inmenso la víspera por la noche y donde destacaban el resplandor de la ermita profusamente iluminada, las hogueras de la plaza, los faroles de los ventorrillos y de las tiendas.

Esta era la fiesta de La Naval que los viejitos presenciaban desde aquel rincón donde aún las peñas, las arenas y las algas eran libres, buscando en vano con sus ojos cansados, entre aquella visión deslumbradora, el campanario de la vieja ermita de la Virgen que el año del temporal habían contemplado en el arenal desierto, a la orilla de la desierta mar, rodeada de grupos de romeros que bailaban y cantaban la isa al son de las guitarras y de los mozos que lucían sus gallardías en la lucha, a la luz de los hachones, entre los campesinos que se agolpaban en torno del terrero dando ajidos y aplaudiendo frenéticamente al vencedor.

Finalizo con una estrofa que el coro parroquial canta al comienzo de las fiestas: 

«¡Vamos pal Puerto, vuelvo a cantar porque la Virgen en su trono está! Bahía de La Isleta un remanso sin igual, viejas historias en ti guardadas que la memoria pudo olvidar. Virgen de La Luz, ¡Madre mía! Va mi ofrenda en mi cantar, orgullo del grancanario que te viene a festejar».

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