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Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

El taller de la alta relojería

Oliver Casañas toma el relevo de un negocio iniciado por su padre hace casi 50 años, ahora enfocado en la reparación y venta de segunda mano en la calle General Bravo

Oliver Casañas junto a la fachada de la Relojería Casañas, en la calle General Bravo, un negocio que abrió su padre en 1973. ANDRES CRUZ

La Relojería Casañas, ubicada en la calle General Bravo, continúa con un negocio familiar que empezó a gestarse desde 1973 a través de distintos locales de la capital. Su apuesta por la reparación de relojes de alta gama y la reciente apertura a la venta de piezas de segunda mano les han permitido mantenerse en un mercado cuya demanda no baja pese a los casi cincuenta años que han transcurrido desde sus inicios.

La pasión de la familia Casañas por el mundo de los relojes se remonta a 1973, momento en el que un joven Antonio Juan Casañas empezó a adentrarse en los distintos talleres de reparación de Las Palmas de Gran Canaria. El código propio que utilizaba para marcar las piezas que arreglaba sigue emocionando a su hijo Oliver, que recuerda a su padre cuando encuentra esta señal al abrir algunos de los artefactos que le llegan a la tienda de la calle General Bravo, nombrada con el apellido familiar. "A lo mejor esa persona no sabe que era mi padre porque lo trajo otra persona o lo trajo hace 15 años, pero nada más abrirlo me doy cuenta de que era de él", aseguró el sucesor del negocio. 

Ahora forma una dupla junto a su hermana para atender la Relojería Casañas, que en los diez últimos años, tras su traslado desde la calle José Franchy Roca, ha ampliado su actividad a la venta de relojes de alta gama de segunda mano. "La reputación que viene desde mi padre me precede y el boca a boca creo que es la mejor publicidad y como mejor se hacen las cosas porque cada día llega alguien diciendo 'me recomendó esta persona' o 'es que ustedes son los mejores', cosa que tampoco creo", explicó el propietario actual de la tienda. 

"La reputación de mi familia me precede y el boca a boca creo que es la mejor publicidad", incidió el propietario

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El recorrido de la familia por el sector no se limita solo a Canarias. Sin ir más lejos, Antonio Juan Casañas realizó bastantes viajes a Suiza, país referente en la producción de relojes, porque llevaba los servicios técnicos de varias firmas importantes. Las fábricas suizas eran el destino de cientos de personas que iban allí a formarse y cada una de ellas contaba con 30 o 40 profesionales. Una de las anécdotas que más le contaba a sus hijos era la sorpresa que le supuso ver el método de trabajo de los japoneses, pues algunos se quedaban mirando el artefacto un día entero antes de empezar a manipularlo. 

El legado pasó después a su hijo, Oliver Casañas, que empezó a trabajar en el negocio desde que tenía trece años porque "era un mal estudiante, muy gamberro" y le gustaba hacer otras cosas. Cuando sacaba notas bajas en la escuela, su padre le hacía trabajar con él en verano y fue así cómo descubrió la profesión, que en muy poco tiempo le empezó a gustar. "Luego seguí estudiando y más adelante, cuando vi que se me daba bien y que podía ganarme la vida con ello, decidí seguir sus pasos", aseguró. 

Con el paso de los años Antonio Juan Casañas se jubiló, pero no podía mantenerse muy alejado de la tienda, así que, cuando su hijo no podía reparar algún modelo, su padre le ayudaba a arreglar los relojes por teléfono. "Él siempre me preguntaba qué máquina era y después me explicaba por qué ese reloj daba ese fallo. Después venía a preguntarme si había arreglado el reloj y yo le respondía que era él quien lo había reparado por el teléfono, yo solo era las manos que ejecutaban lo que decían sus conocimientos", especificó Oliver Casañas.

El relojero Oliver Casañas repara una pieza en el taller de la tienda que regenta desde hace una década. ANDRES CRUZ

La entrada de su hermana a la tienda es más reciente, pues empezó a iniciarse en la profesión hace siete años, después del fallecimiento de su padre. Por el momento se ocupa de atender al público y de tareas más sencillas como cambiar pilas, correas o cristales. "La verdad es que se le da muy bien, pero es una profesión en la que cada día aprendes cosas nuevas, salen movimientos nuevos y lo que es la maquinaria mecánica, que no es de pilas, es mucho más complicada porque intervienen más componentes", aclaró su hermano. 

El dueño de la tienda sostiene que lo que les ha permitido mantener las ventas en la ciudad durante tantos años es que "hay bastante demanda de relojería y poco servicio, hay poca gente que se dedique a esto. Sobre todo en la alta relojería hay muy poca gente cualificada para repararla".

"Tenemos alta relojería y sobre todo relojes que son muy difíciles de conseguir", aclaró el propietario del local. De hecho, fue Oliver Casañas quien empezó vendiendo unos pocos modelos que adquiría en ferias internacionales, hasta que percibió que estos artículos tenían éxito en la ciudad, por lo que fue ampliando el catálogo. Ahora mismo está presente en tres grupos específicos de WhatsApp, cada uno de los cuales tiene cerca de 200 profesionales de todo el mundo, a través de los cuales puede localizar los modelos que sus clientes le demandan.

Las ventas de la tienda crecen cuando tiene lugar un cambio de hora porque la gente estropea más las piezas

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Las ventas del local se mantienen durante todo el año, aunque en los meses de verano, en especial entre julio y agosto, bajan un poco. Pero las semanas más ajetreadas, cuando las filas para acceder a la tienda se multiplican, coinciden siempre cuando se produce un cambio de hora. "Hay gente que a lo mejor no se acuerda de cómo se hace y de repente se dan cuenta de que el reloj está parado o cogen alicates u otras herramientas y lo rompen. Es una locura", recuerda Casañas.

Pese al trabajo meticuloso y prolongado que implica el oficio de relojero, lo que más satisfacción le trae al dueño del negocio es "el hecho de terminar un reloj, que es lo más complicado". "Lo que me gusta también de la profesión es la ingeniería que tiene. Hay relojes automáticos que sin un circuito ni nada tienen cronómetro, contadores de calorías, contadores semanales, de fechas, calendarios perpetuos… Todas esas cosas son de ingeniería y cuando terminas un reloj así te invade la satisfacción de terminarlo, más cuando el cliente se lo lleva y se pregunta: ¿Este es mi reloj?", concluyó Casañas.

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