La Provincia - Diario de Las Palmas

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A propósito del libro de David Bramwell

El primer puente sobre el Guiniguada que unía Vegueta con Triana fue arrasado por el agua en 1579

Foto del Puente de Palo, tomada en 1902 La Provincia

La reciente noticia conocida hace unos días del libro que en edición póstuma se ha editado del que fuera director del Jardín Canario David Bramwell -lo contrató Juan Pulido Castro al fallecimiento de Sventenius- sobre la desafortunada idea hace ahora sesenta años del cubrimiento del barranco Guiniguada y el editorial que Javier Durán suscribió el domingo sobre el tema, nos ha hecho evocar para recuerdo de unos pocos y el conocimiento de otros muchos, aquella antañosa estampa cuando las dos zonas de la ciudad, Triana y Vegueta estaban unidas necesariamente por dos puentes centenarios: el de Piedra y el de Palo o de Palastro.

Porque desde siempre, hasta 1962, el barranco se convertía en invierno en otra de las atracciones ciudadanas cuando las abundantes lluvias discurrían por su cauce hasta el mar.

Y ahora, cubierto su cauce con la mole de cemento, como se lamenta Bramwell, ha evitado desde entonces mucho más la pérdida de un jardín de flora endémica idea que seguía siendo irrenunciable para el botánico aunque, lamentablemente, ya no está entre nosotros.

El aprendiz de río

Hubo un larga época en la que el ahora escondido barranco Guiniguada se convertía cada invierno en un aprendiz de río. La última gran avenida la recordamos a mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo, y otra menos caudalosa en diciembre de 1970 cuando ya el barranco estaba cubierto con el primer tramo de sus túneles que lo esconden y que en aquel año ya estaban construidos desde el puente de Palo hasta el de Verdugo.

Pero tradicionalmente, desde muchas centurias anteriores el Guiniguada solía ofrecer, de vez en cuando según la virulencia y crudeza de los inviernos que azotaban la isla en aquellas épocas con lluvias copiosas, la estampa de un pequeño río como aquella de 1910 en que se recogieron 117 litros por metro cuadrado, o en 1912 en el que la ciudad sufrió inundaciones por la invasión del mar en el litoral, sobre todo en la que entonces se llamaba calle de La Marina (hoy Francisco Gourié).

Bastante virulentas fueron también las lluvias caídas en 1926 que provocaron una gran avenida del barranco que «cubrió todo su cauce alcanzando los tres metros de altura y en la que el Puente López Botas o de Palo corrió el peligro por la fuerte presión que ejercía la impetuosa corriente», relato que nos dejaron los periódicos de la época, que añadían que «el Café Universal, sede de tertulias futboleras que estaba en la esquina Bravo Murillo quedó inundado alcanzando el agua un metro de altura y los techos del garaje París, en la calle Perojo, se desplomaron», así como varias casas en el barrio de San Cristóbal y el tranvía estuvo dos días sin funcionar.

Posteriormente hubo otros crudos inviernos que también hicieron correr los barrancos de la isla, incluido el Guiniguada: en 1946 el temporal dejó entre 160 y 217 litros por metro cuadrado en 24 horas y en 1950, en el mes de noviembre, se produjeron otras grandes precipitaciones a consecuencia de las que se recogieron entre 190 y 300 litros por metro cuadrado.

 Otros tiempos en que, afortunadamente, la isla no sufría la pertinaz sequía de los actuales. En los que el agua de lluvia era tan abundante que proporcionaba la alegría de los agricultores, y a nuestros convecinos la curiosa estampa, contemplada desde los puentes, del barranco con caudalosas avenidas discurriendo sin problemas los puentes de Piedra y de Palo aunque hubo inviernos en que su gran caudal tenía problemas para el segundo amenazando los establecimientos de tejidos de José El-Mir y Santiago Said, la dulcería, o la Tabaquería El Deportivo.

El Puente de Piedra

Al principio, el único puente que tenía el Real de La Palmas era de madera con estribos de albañilería, y servía, principalmente, para unir a Vegueta con Triana, principalmente con el Monasterio de San Francisco y el reducido caserío que lo circundaba, pasadizo que en 1579 fue arrasado por el enorme caudal de agua que llevó aquel año el barranco.

Precisamente aquel mismo año llegó a Las Palmas como gobernador Martín de Benavides, que se propuso levantar otro para sustituir el arrasado, hecho de argamasa y de un solo ojo.

Estaba entre los Remedios y la entonces llamada Plazoleta de la Cruz Verde. Para la obra se utilizó material antiguo que provenía de la medio derruida muralla que defendía la ciudad por el Sur. Una vez terminado fue coronado de algunas cresterías y con dos imágenes: una representando a Santa Ana y la otra a San Pedro Mártir. Entre ambas efigies se colocó la siguiente octava, lápida que le costó un proceso de la Inquisición que, por fortuna, quedó en nada:

Alegrate Canaria, pues te hallas

de tales Patronos protegida

de torres, puentes, fuertes y murallas

y bélico ejercito enriquecida.

Con esta y otras ínclitas medallas

te ves y te veras ennoblecida

por su Gobernador que en paz y en lides

se nombra don Martin de Benavides

En 1615 otro gran temporal de agua se llevó aquel puente. De nuevo, en 1673, el gobernador de la isla don Juan Coello de Portugal, hizo construir otro más sólido de cantería azul que también se lo llevó al mar las lluvias torrenciales de 1713. Repuesto éste por otro que el Cabildo de la ordenó entonces alzar con unas obras que fueron lentísimas hasta el punto que para terminarlo se hizo preciso emplear maderas.

Se le llamó del Terrero y que fue destruido otra vez en 1766 por un famoso temporal de Reyes con la consabida inundación de parte de la Ciudad, llegando las aguas al palacio del Obispo, al del presidente de la Audiencia, el Toril, la calle Herrería y los Remedio.

A principios del siglo XIX se hizo levantar otro, pero de mayor categoría y se llevó a efecto mediante la intervención del gran e inquieto elemento que fue don Agustín José de Bethencourt en la forma siguiente Compró don Agustín José unos voladores, y con varios instrumentos de ruido, se fue el barranco con un grupo de maestros pedreros, marcando los obreros los puntos de los cimientos y simulando el comienzo de las obras para la construcción de uno nuevo. Acto seguido Bethencourt llegó a las puertas del palacio episcopal y oyendo el obispo Verdugo el ruido de los voladores preguntó lo que sucedía.

En ese momento entró don Agustín José al patio y le dijo que «ahí fuera está el pueblo que dice que su Ilma. había dado órdenes para empezar un nuevo puente».

Negando el prelado que hubiese dado tales órdenes le contestó Bethencourt: «pues voy a comunicar al pueblo su resolución, en el bien entendido que sería de muy mal efecto, ya que todo el pueblo cree que es cosa hecha». Y ante este razonamiento el obispo consintió hacer el puente y hasta se presentó en el balcón de palacio dando la bendición a los vecinos.

Tardó en construirse unos 18 meses y sobre el arco de en medio se colocaron dos lápidas de mármol: una mirando a Oriente en la que se hallaba esculpidas las armas episcopales del generoso y engañado obispo, y la otra a Occidente, que contenía la siguiente inscripción: «Reinando el señor don Fernando VII se fabricó este puente a expensas del Ilmo. Don Manuel Verdugo, obispo de estas islas. Año de 1815».

Como se sabe, ya bien entrado el siglo XX se sustituyó el puente que hizo Verdugo por otro de cantería mandado construir en 1929 con proyecto de Simón Benítez Padilla por el Cabildo de Gran Canaria, conocido popularmente hasta su lamentable desaparición para dar paso al actual acceso al centro de la isla como «puente de piedra», llamado así porque su principal estructura estaba adornada con piedra azul de Arucas. 

En algún sitio hemos leído que el primer puente en el siglo XVI y los sucesivos hasta 1800 estaba construido a la altura de la actual calle San Pedro, pero parece ser cierto que el de Verdugo --conocido después como de Piedra--se hizo como continuación de la hoy calle Muro para enlazar con la que llevaba a la catedral. Tema pendiente para que aclare.

Para las más recientes generaciones supone una incógnita saber a qué nos referimos las más veteranas cuando señalamos como lugar geográfico de la ciudad el Puente de Piedra.

Porque aquel entrañable puente desapareció abatido por las palas de los tractores a principios de 1971 cuando se iniciaba la construcción del llamado acceso por el centro que supuso el cubrimiento del no menos entrañable barranco Guiniguada y que también hizo desaparecer su vecino Puente de Palo o de Palastro.

Ya se sabe que la ciudad, en siglos pasados, estaba dividida por el barranco lo que obligó en todos los tiempos a construir diversos y rudimentarios puentes que en las copiosas lluvias invernales fueron arrasados en distintas épocas.

Las cuatro estatuas

Como se ha explicado desde los inicios de 1800 Vegueta seguía unido a Triana gracias al puente llamado de Verdugo hasta que en 1928 el Cabildo decide la construcción de otro de mayor envergadura donde igualmente se recolocaron las conocidas cuatro estatuas que representan las estaciones del año: Primavera, Verano, Otoño e Invierno, que desde principios del XIX formaban parte del conjunto ornamental de aquel entorno.

Hace ya bastantes años el que fuera concejal capitalino en la década de los sesenta del pasado siglo José Penichet Guerra nos obsequió con unas notas referidas a estas figuras que, seguramente, le fueron facilitadas por algún funcionario. Según las notas de Penichet las estatuas vinieron de Italia, «doce años después de que se construyera el puente de Verdugo y costaron 6.000 reales de vellón», sobre el que se supone fue levantado entre 1815 y 1816.

El último, conocido popularmente de Piedra se hizo en 1928 con proyecto de Simón Benítez Padilla. recolocando las cuatro estatuas de mármol de Carrara

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Pero lo cierto es que en la base de las estatuas -al menos en una pudimos comprobarlo en 1978 cuando se recolocaron donde hoy están- aparece la inscripción: «Carrara. 1824»; es decir ocho o nueve años después y no doce como apuntaba el concejal. Una de estas figuras fue derribada a principio de la década de los sesenta por una guagua que se empotró contra la columna que la sustentaba. Cayó al barranco y se partió en varios trozos que fueron enviados a la Península donde un artista -no recordamos si de Barcelona o de Valencia-, según explicaron en aquella época desde el Ayuntamiento, hizo una réplica, también de mármol.

Las cuatro estatuas protagonistas de esta croniquilla estuvieron guardadas en los talleres municipales desde 1971 como consecuencia de obras del acceso por el centro hasta 1978 en que fueron respuestas, más o menos, en el lugar donde estaban desde principios del XIX.

El Puente de Palo

El Puente de Palo nació en la segunda mitad del siglo XIX, entre 1861 y 1868, en que fue alcalde de la ciudad Antonio López Botas en memoria del cual se le rotuló oficialmente con su nombre y en cuya misma época se levantó el mercado de Vegueta en 1856.

La primera versión del puente era un simple paso sobre el Guiniguada, continuación de la calle de Triana, cuya calzada era más estrecha que la que conocimos por donde transitaban los vehículos hasta 1970. 

La posible razón de sus denominaciones populares ofrece varias incógnitas: desde luego, los pilares eran de cemento y es posible que la primera calzada fuera de madera, de ahí lo «de palo», pero como se le llama también popularmente «palastro» y según la Real Academia palastro es una armazón de hierro laminado, es presumible que la primera calzada de tablas fuera sustituida después por armazón de hierro y de cemento. A finales del XIX cambió la fisonomía del puente.

A la primera calzada se le añadió a cada lado unos metros de forma que este espacio sirvió para levantar los cuatro kioskos que tenía en cada esquina como los conocimos hasta hace unos treinta años en que desaparecieron. El primero fue construido en 1890 por autorización del ayuntamiento en que figura «la petición de Rafael Juan Roca para la instalación en el puente de un kiosko destinado a la venta de los productos de su fabricación», sobre los que no hemos podido averiguar cuáles eran.

Tras la construcción del de Rafael Juan Roca (que era el que estaba situado en la esquina más cercana a la plaza del mercado donde tenía su tienda de tejidos Santiago Said), se decidió la autorización de otros tres, uno en cada esquina, acordando el ayuntamiento que «para ello se prefiera primero al señor Juan Roca» que fue quien los levantó, iguales, con proyecto de Laureano Arroyo como consta en el acuerdo municipal de entonces, que con el correr del tiempo tuvieron sucesivos propietarios, según el Registro de la Propiedad.

En los cuatro kioskos tuvieron sus negocios hasta 1972 en que se derribaron el Bar Polo; enfrente el establecimiento de tejidos de José El-Mir en el que también estaba la tabaquería El Deportivo y una dulcería; en el de la esquina dando al mercado los tejidos de Santiago Said y en el de enfrente, haciendo esquina con la calle Calvo Sotelo, de donde salían las guaguas, el bazar Socorro y la tabaquería de Santiago. En los espacios que quedaban entre aquellos, venta de flores.

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