ANÁLISIS

Los antecedentes del rostro de Nuestra Señora de La Luz

La talla de la virgen, del escultor José Luján Pérez, exhibe unos rasgos de dama andaluza muy diferente al del resto de producciones que el artista guiense hizo en la Isla

Miguel Rodríguez Díaz de Quintana

Es público y notorio que la imagen portuaria de Nuestra Señora de La Luz es una de las más admiradas, queridas y devotas efigies de Gran Canaria, especialmente en el sector portuario que la venera como la excelsa patrona del lugar.

La talla, realizada por nuestro gran escultor guiense, José Luján Pérez, rivaliza con las demás vírgenes llamadas de gloria entronizadas por diferentes templos de la Isla, como, por ejemplo, la Señora de la Antigua de la catedral de Santa Ana, la Merced de Santa María de Guía, la Encarnación de Gáldar, el Carmen de la parroquia matriz de San Agustín y otras tantas fervorosas imágenes repartidas por el Archipiélago, todas ellas esculpidas con los mismos trazos característicos de las maestras líneas del consagrado escultor.

Por ello, los tratadistas que estudian la escuela del artista guiense a veces se preguntan por qué esta imagen de Luján exhibe un rostro completamente diferente a los rasgos tradicionales de sus producciones, todos ellos marcados por una similitud singular.

Y hay una razón por la que Nuestra Señora de la Luz se aparta de esta peculiaridad artística del notable imaginero, al proporcionarle a la hermosa talla unos rasgos de dama andaluza que se alejan del resto de sus magníficas producciones.

Luján, antes que nada, era un artista que vivía de su arte. Y como los grandes artífices del siglo XVIII que regentaban talleres con un gran número de colaboradores asalariados que debían cumplimentar los encargos con arreglo a las exigencias y demandas de sus clientes, tuvo que realizar la escultura de Nuestra Señora de La Luz tal cual la requería el altruista solicitante.

Los Arboniés

Una de las más conocidas y respetadas estirpes de la burguesía canaria que durante más de tres siglos figuró en primera línea entre la sociedad insular, fue la familia Arboniés, cuyo apellido por varonía se extinguió a mediados de la pasada centuria. Aunque originaria de la comarca vizcaína de Tolosa, desde su llegada a la Isla a principios de 1722 sus miembros se vincularon con entusiasmo en todos aquellos quehaceres que beneficiaban a la ciudad que generosamente les había acogido.

Fue el autor de la familia don Miguel de Arboniés y Aróstegui, nacido en la villa de Sada, en el reino de Navarra. Presumía de ser hijodalgo de reconocida nobleza, en cuyo frontis de su casa guipuzcoana se exhibían las armas nobiliarias de su estirpe. Los motivos que hicieron avecindarse en la Isla estaban relacionados con las milicias del país. Con el grado de Teniente Capitán llegó a regir el Regimiento Provincial, siendo nombrado, además, Regidor Perpetuo hereditario del Cabildo de la Isla y Castellano del Castillo de La Luz.

Casado en el Sagrario de la Catedral de Santa Ana al año siguiente de su llegada con la teldense doña Isabel Inés Muñiz, el matrimonio se estableció por un tiempo en la ciudad de los faycanes. De los seis hijos que alcanzaron los cónyuges fue el primogénito, José Jacinto de Arboniés, quien como el padre, seguirá vinculado a los ejércitos nacionales, obteniendo el grado de teniente coronel de Infantería, y al igual que el progenitor vinculado a la fortaleza portuaria de La Luz y al templo cercano, del cual obtuvo del obispado el nombramiento de mayordomo.

Varios motivos hicieron al castellano José Jacinto Arboniés decidirse por encargar una nueva imagen de la virgen para la diminuta ermita del recinto portuario. Su vinculación con el sector, el gran deterioro que sufría la entonces talla allí entronizada, y su matrimonio con una muchacha guiense, cuya suegra, doña María de Silva y Quintana, tenía ciertos lazos de parentesco con su paisano Luján Pérez. Además, había un asunto familiar muy delicado que aconsejaba la generosidad del regalo eclesiástico.

La elegida del comprometido militar era doña Josefa Gómez de Silva, con la que había celebrado nupcias el 12 de noviembre de 1800. El casorio debió de ser apresurado porque la novia ya estaba en estado de buena esperanza y meses después de las nupcias nació la primogénita, la niña María de la Soledad. Luego vinieron cuatro hijos más: Josefa, Isabel, José y Miguel.

De todo este cúmulo de circunstancias nació el fervoroso deseo de la familia, especialmente del teniente coronel don José Jacinto, de que el pariente de su mujer confeccionara la nueva imagen mariana.

La talla se encargó en 1802. La exigencia del donante era que en la escultura se reflejara exactamente el rostro de su esposa, una práctica muy frecuente en aquella época entre los generosos comitentes.

La cónyuge, doña Josefa, aunque oriunda de Santa María de Guía y de madre canaria, sacó la genética granadina de su padre, don José Antonio Gómez de Andrade, siendo, según sus descendientes, el vivo retrato de su abuela andaluza, Josefa Teresa de Andrade y Alcántara, de quien la desposada heredaría también su onomástica. De ahí que José Luján Pérez tuvo que esculpir a Nuestra Señora de la Luz siguiendo los deseos del encargante.

Terminada la talla y llevada al templo portuario, inicialmente la imagen no despertó ningún fervor entre los antiguos feligreses. Siempre ha ocurrido que con las sustituciones al pueblo le cuesta mucho seguir dedicando el mismo afecto. Será al paso de los años cuando el fervor arraigó de nuevo. Las populares fiestas de la Naval fueron poco a poco ganando el respeto y la admiración a la bella efigie, que desde hace unas décadas honra al vecindario con sus títulos de alcaldesa honoraria de la ciudad y patrona popular del Puerto de La Luz

El hijo de la pareja donadora, Miguel, asume con el obsequio la prebenda de ser el mayordomo de la imagen y el encargado de ocuparse de sus celebraciones. Había casado con doña Rosa Russell y Avilés, que también se entusiasma con Nuestra Señora y se ocupará de tener siempre en las mejores condiciones la hornacina que la custodia. De ambos nace, entre otros, José Arboniés Russell, que aparte de devoto de la Señora portuaria se destaca en la Isla como el más experto y entendido cultivador de tabaco, por lo que será el director encargado de los secaderos de las Rehoyas de la compañía inglesa Miller.

Don José está casado con su prima doña Antonia Avilés de Campos. Y aunque el matrimonio procreó siete hijos, solo alcanzó descendencia la primogénita doña Rosa Arboniés y Avilés de su enlace con don Roque Ramos Guerra. Las llamadas niñas Arboniés de la plazuela de Colón fueron unas destacadas maestras, y una de ellas alcanzaría fama como excelente profesora de dibujo. La mayoría de los otros hijos varones, que estuvieron muy vinculados a la comercialización de los excelentes vinos de las bodegas de la calle Cano de su abuelo don Nicolás de Avilés, terminaron sus días, como tantos otros canarios, en la República de Venezuela.

Esta es la breve historia, en líneas generales, de una imagen y una familia que dejaron una entrañable huella en los anales de la sociedad de Gran Canaria. Hoy recuerdan a estas estirpe los bisnietos de doña Rosa, que asumen la representación del linaje bajo las siglas de Ramos-Arboniés Jiménez.

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