Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Cuatro décadas al fuego

El restaurante El Conejo Alegre lleva 40 años sirviendo flambeados | Su dueño lamenta que pasan por un mal momento en su larga historia

Las Palmas de Gran Canaria

Cuando a Isidoro Díaz le preguntan si vende carne de conejo siempre responde entre carcajadas: “¡Qué va!, esto es el Conejo Alegre, no podemos”. El pequeño restaurante de la calle Joaquín Costa lleva desde 1982 deleitando a sus clientes con flambeados que encienden las cenas incluso en las noches más oscuras.

El restaurante fue abierto por el palmero, Jaime, que le puso ese nombre para estar en consonancia con El Cerdo que Ríe y el Gallo Feliz, restaurantes en los que había trabajado. Dos años después Isidoro tomó las riendas del local, se había dedicado toda la vida a la hostelería como camarero y su sueño era tener su propio negocio para poder contar con algo suyo. El Conejo Alegre fue la manera de conseguirlo. 

Desde que comenzó su aventura como propietario, el ahora dueño desde hace cuatro décadas decidió reformar el concepto del negocio, que en un principio había sido el de un bar más bien de tapeo y no el restaurante que es en la actualidad. “El tipo de hostelería estaba cambiando y era casi una obligación la reforma”, explica Isidoro que asegura que aunque Canarias nunca ha sido una región de tradición de tapas, los pocos locales que existían han ido desapareciendo. La decoración que le dio el estilo que luce hoy en día estuvo a manos de su hijo que es diseñador industrial: “No me dejaba ni pisar el restaurante porque no me aguantaba quieto pero al final ha quedado muy bien”, destaca. 

El dueño cuenta que si se hace efectivo el cierre de las terrazas a las diez la supervivencia del negocio peligra

El restaurante ha tenido sus momentos buenos y malos pero Isidoro aclara que el actual es uno de los peores al tener que lidiar con la pandemia y la inflación además de con las quejas de los vecinos

El pasado 11 de enero el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria anunció el adelanto de la hora del cierre a las diez de la noche para las terrazas de la calle Joaquín Costa ante las quejas de los vecinos por el volumen de ruido en la zona. Los empresarios manifestaron que recurrirían la resolución municipal al considerarla injusta para la supervivencia de sus negocios. 

 Por su parte, Isidoro teme que si finalmente se cumple la imposición del Consistorio capitalino el restaurante termine por echar el cierre, ya que lo considera inviable para el negocio

La pandemia, como al resto de locales, les obligó a cerrar sus puertas durante meses. En un principio, intentaron entregar a domicilio pero lo dejaron al poco tiempo porque estaban convencidos de que no podían atender a sus clientes de forma adecuada de esta manera. Además, al ser uno de sus platos estrella los flambeados, la entrega a domicilio eliminaba parte del espectáculo que conllevan estas comidas. 

Otro de los platos más aclamados en el restaurante es el sombrero de carne. Es una estructura con forma de cono donde en la base están las verduras cocidas sobre un caldo y la carne se cocina sobre las paredes del sombrero. Isidoro cuenta que tomó la idea en un viaje a Fuerteventura donde vio cómo lo utilizaban. 

Isidoro Díaz en la entrada del restaurante El Conejo Alegre.

Isidoro Díaz en la entrada del restaurante El Conejo Alegre. / ANDRES CRUZ

Para poder encontrar una estructura como esa tuvo que recorrer toda la capital y aún así no la encontró, por lo que tuvo que encargar su fabricación de forma artesanal. Isidoro indica que El Conejo Alegre es uno de los pocos restaurantes de la ciudad que tiene este plato, ya que para ello hacen falta unas instalaciones adecuadas con muchos extractores y filtros debido al intenso humo que produce.

Parte de la carta del restaurante la respetó de la que había creado el anterior dueño y el resto la amplió con recetas que había tomado como referencia de los restaurantes en los que había trabajado con anterioridad.  

Después de una dilatada experiencia, el restaurante ya cuenta con clientes fijos y que asisten con sus hijos. “Se agradece mucho que las nuevas generaciones sigan viniendo”, explica. En cuanto a los turistas, explica que no suelen venir porque se quedan por el paseo de Las Canteras. Isidoro, que tiene 74 años aunque no lo parezca, explica que está jubilado en activo pero en el momento en el que decida retirarse no pasará a manos de la familia porque sus hijos ya trabajan en otros sectores.

En el interior del restaurante se queda impregnado el olor de la mostaza utilizada para el flambeado, las copas y platos ya están simétricamente dispuestos para una noche más. 

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