La Sinfónica de Bamberg se planta en Tamaraceite para compensar su huella de carbono

Una orquesta alemana promueve por primera vez una reforestación simbólica con especies locales para mitigar el impacto de su viaje a Canarias

La obligación moral de compensar la huella de carbono por el transporte en avión parece que empieza a calar en la sociedad, sobre todo respecto a los países con vínculos turísticos o culturales con Canarias, como ocurre con la Sinfónica de Bamberg. La orquesta alemana se ha comprometido a plantar árboles en Tamaraceite para contrarrestar el impacto ecológico del traslado de sus músicos a Tenerife y Gran Canaria, islas en las que dieron sendos conciertos este fin de semana.  

La orquesta alemana, tras participar en el 39 Festival Internacional de Musical de Canarias, se remangó ayer el traje para plantar a golpe de sacho 30 acebuches y 20 palmeras, contribuyendo con una donación de 5.000 euros para la reforestación simbólica del barranco que une Tamaraceite con las charcas de San Lorenzo.

El lugar elegido, casi pegado al parque urbano y al centro comercial, no pudo ser más idóneo. La expedición de voluntarios, capitaneada por Eugenio Reyes, que es portavoz de la federación ecologista Ben Magec y sabedor de estos temas, pegó a eliminar desde temprano el rabo de gato, esa planta invasora y de semilla oportunista que se extiende como la humedad por las carreteras. «Estamos a tiempo de frenarla en este punto del barranco», dice Reyes, y los voluntarios, procedentes de su colectivo y de las asociaciones vecinales de la zona, se ponen manos a la obra.

Primero quitan las semillas y las meten en bolsas de plástico para que el rabo de gato no se expanda barranco arriba; luego arrancan la planta con el sacho y las demás azadas, dejando los despojos en la tierra a modo de abono verde para nutrir el suelo. 

El objetivo es limpiar ese rincón del barranco lo máximo posible de rabo de gato, pues cada planta tiene hasta 6.000 semillas con una duración de siete años. De ahí la necesidad de recolectarlas con bolsas y meterlas en lejía durante un mes para eliminarlas. 

Con esa actuación, además, se deja espacio a las «semillas canarias», con la finalidad de que la lluvia caída estos días haga crecer vinagreras, cardones y tabaibas, entre otra flora isleña que está asfixiada por el empuje del rabo de gato, explica Reyes, que agradece el apoyo de la Sinfónica de Bamberg, pues es la primera organización o colectivo de esta naturaleza que se «toma en serio» el efecto medioambiental de sus viajes a Canarias, asumiendo la responsabilidad de compensar el desplazamiento con la plantación de árboles. «Todos los destinos turísticos tienen la obligación moral de reducir la huella de carbono», reclama el portavoz ecologista.

Una vez despejada la tierra de maleza, Reyes elige los espacios con mejor drenaje y manda cavar los hoyos para plantar las palmeras canarias. Esto del drenaje es importante porque así se aprovecha el agua que discurre por el cauce del barranco de manera natural, lo que incrementa las posibilidades de supervivencia de los plantones.

En el futuro, al menos en esa parte de Tamaraceite, habrá una masa de palmeras canarias que impedirán la entrada de rabo desde la carretera, salvaguardando así ese tramo del barranco, tan importante por su conexión con Las Charcas de San Lorenzo, con múltiples senderos para pasear y hacer ejercicio al abrigo de un paisaje excepcional. «Todo esto, desde Jacomar hasta Arucas, era un palmeral enorme del que los aborígenes cogían la támbara para alimentarse», añade el portavoz de Ben Magec.

Y es que crear bosques comestibles es otra de las claves para reducir la huella de carbono. Por eso hay que plantar higueras, castaños y hasta algarrobos, de cuyas vainas se elabora un chocolate que se vende luego «carísimo», ilustra Reyes sobre la necesidad de potenciar la soberanía alimentaria para vivir. 

Eso y recuperar los suelos agrícolas en desuso, tanto para frenar el avance del hormigón, tan a la vista ya en Tamaraceite, como para corregir la huella de carbono. Los suelos sanos, en ese sentido, contribuyen a mitigar las consecuencias del cambio climático, pues absorben el dióxido de carbono sobrante después de que las plantas lo extraigan de la atmósfera para hacer la fotosíntesis. 

Huella de carbono

El suelo es, después de los océanos, el mayor sumidero de carbono del mundo. De ahí la importancia de preservarlo y de apostar por la agricultura regenerativa, pues los productos de kilómetro cero son vitales para alimentarnos sin arruinar la salud del planeta.

Y con un Tamaraceite lleno de higueras, palmeras y algarrobos sueñan, quizá, los colectivos vecinales de la zona. «Levo 30 años aquí y esto se ha convertido en un vertedero de basura que la gente deja cuando viene de ocio. Hace falta disuasión y educación, pero no en la escuela, que ya se hace, sino en vivo y en directo, con una cartelería específica y más control medioambiental», denuncia Maisa Quintana.

De momento, a falta de la milagrosa intervención política, Maki Yoshimura, de Japón, y su pareja, Ian, de EE UU, aprovechan la ocasión para conocer el barranco y echar una mano, enfrentándose por primera vez en sus vidas a la temible colonización del rabo de gato. Son estudiantes de español y están encantados con la iniciativa, que es promovida por Ben Magec junto a los colectivos Tajaste, Tawada, Asociación Cultural Recreativa La Mayordomía de Tamaraceite y el Gobierno de Canarias.

Ella, Yoshimura, se muestra bastante más expansiva que Ian, el estadounidense. «Hay que proteger más las plantas canarias», comenta la joven durante una pausa en el trabajo. Su compañero asiente, pero no suelta prenda. Después, se excusa, «soy tímido», y añade que nació en Seattle y los dos han decidido cambiar EE UU por Canarias durante un tiempo para aprender español.

Más abajo, también en dura contienda contra el rabo de gato, está Verónica Rodríguez con sus dos mellizas, Ana y Dácil. La familia viene desde Los Giles, demostrando que la solidaridad entre barrios también es posible. Lo mismo que Emilio Terán, voluntario de Cruz Roja y amante de la naturaleza, que ha respondido a la llamada de Ben Magec desde la parte baja de la ciudad. Y así hasta 60 voluntarios arrimando el codo.

Suscríbete para seguir leyendo