Carmelo Monzón: «Viví el asesinato de Cathaisa y el crimen del contenedor»

Su idea era heredar la empresa de su padre y al final acabó en la Policía Nacional 43 años

El policía jubilado Carmelo Monzón.

El policía jubilado Carmelo Monzón. / ANDRES CRUZ

La vida, a veces, da muchas vueltas. Al menos eso es lo que considera Carmelo Monzón Alemán, miembro de la Policía Nacional recién jubilado. Con una amplia sonrisa de oreja a oreja, reconoce que alistarse al cuerpo no estaba en sus planes, pero todo cambió cuando hacía la mili. «Un compañero se estaba preparando los exámenes y me sugirió que me apuntara, le dije que estaba loco, entonces estaba mal visto», apunta. Al final terminaron por liarlo, «un día me presentó un papel de solicitud y firmé; no quería ni siquiera ir al examen, pero me padre me dijo que si había firmado tenía que presentarme y dar mi palabra».

Dicho y hecho. Monzón entró en el cuerpo allá por abril de 1979. «Había estudiado empresariales y mi idea era hacerme cargo del negocio de mi padre», pero aquella firma, aquel papel en la mili le cambió su plan de vida. Llegó justo en el cambio de promoción de la Policía Armada del franquismo al nuevo Cuerpo, «iba con tres maletas, la ropa de civil, la de la armada y el nuevo uniforme».

Lo destinaron al principio a Bilbao, una época que define como «muy dura», y es que el País Vasco estaba sumido en los años de plomo del terrorismo. No obstante, en a comienzos de los 80 logró el traslado a la capital grancanaria, su ciudad natal.

Brigada de homicidios

Allí desempeñó varios puestos, aunque sería en la brigada de homicidios donde más tiempo permaneció, la friolera de 24 años. En esa etapa vivió todo tipo de crímenes y sucesos que en su momento conmocionaron a la sociedad grancanaria. «Cuando salía del trabajo me dedicaba a mi familia, prefería pensar en los míos porque de lo contrario eso nos habría afectado», reconoce.

Y es que Monzón llegó a ser testigo de la crónica negra de Gran Canaria durante las décadas de 1980 y 1990. «Viví tanto el asesinato de la niña Cathaisa como el crimen del contenedor de la calle Albareda», cuenta, en esa última ocasión, «durante la investigación estuvimos dos semanas sin dormir, recuerdo que un compañero casi se cae de frente, nos preguntaron si habíamos descansado y al decirles la verdad nos mandaron a dormir».

Pese a haberse encontrado con algunas de las situaciones más macabras acaecidas en la capital grancanaria en las últimas décadas, Monzón también vivió momentos mejores. Corría el año 83 u 84, no recuerda bien, «estábamos de patrulla en La Puntilla, llevaba incluso el sobre de la paga encima, y de pronto vimos a un hombre nadando a contracorriente; mi compañero y yo nos lanzamos al mar en calzoncillos para sacarlo», señala, «el señor salió ileso pero a nosotros las olas nos llevaron contra las rocas». Ahora afronta la jubilación con entusiamo después de haber servido en el cuerpo durante más 40 años.

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