ANÁLISIS

Unamuno, mantenedor de los Juegos Florales en 1910

El escritor se hospedó durante aquella visita en el Hotel Continental de la plaza de San Bernardo, donde luego estuvo el Circulo Mercantil hasta su demolición en 1965

Miguel de Unamuno en una ilustración de la época

Miguel de Unamuno en una ilustración de la época / LP/DLP

Pedro González Sosa

La noticia o el anuncio de la publicación por Colette y Jean Rabaté de la biografía que han titulado Unamuno y la política. De la pluma a la palabra y la vinculación del que fue rector de la Universidad de Salamanca primero con Gran Canaria y después con Fuerteventura han sacado de la memoria algunos retazos de la estancia del escritor en estas islas y especialmente con Las Palmas en el lejano 1910, cuando vino para actuar de mantenedor de los Juegos Florales.

La primera visita de Miguel de Unamuno a Gran Canaria se produce, es conocido, en junio de 1910 para actuar el día 25 como mantenedor de los Juegos Florales organizados por la Sociedad El Recreo. La estancia en la isla, programada para principios de año, se aplazó desde marzo a petición del rector en carta dirigida a Salvador Pérez en la que le comunica que «le agradece el aplazamiento y que la visita puede producirse a partir del 10 de junio próximo». Don Miguel se reencontrará en Las Palmas con Domingo Doreste Rodríguez, ‘Fray Lesco’, en aquel tiempo director del periódico La Mañana, a quien había conocido en Salamanca cuando éste estudiaba en aquella Universidad sobre cuya reciproca amistad hay un texto muy explicito y evocador de Juan Rodríguez Doreste en su libro La vida y la obra de un humanista canario cuando en una de las muchas páginas nos regala un texto recordatorio dejando escrito que «la visita de Unamuno se convierte en el acontecimiento mayor del año, uno de los que hacen época, pues, aparte de la huella profunda que dejó entre sus amigos la irradiante personalidad del gran conversador, quedó para siempre el manojo de prosas inmortales, suculentas, que su visita suscitará: el prologo al libro El lino de los sueños de Alonso Quesada y sus artículos en el periódico La mañana».

Unamuno, mantenedor de los  Juegos Florales en 1910

Postal turística del hotel Continental fechada en la década de 1910. / FEDAC

Los actos organizados en su honor (excursiones, visitas, reuniones y tertulias) han sido recogidos además en variados trabajos y en todas las referencias se coincide en que se hospedó en el Hotel Continental, sobre el que muchos desconocen cuál era su situación en la ciudad y a quién pertenecía.

El que fuera hace mas de cien años aquel hotel, aquella casona de tres plantas, será recordado por muchos porque se levantaba en la plaza de San Bernardo y fue el que siendo partir de 1922 Círculo Mercantil se derribó en 1965 para la construcción del nuevo y alto edificio actual donde tiene su sede aquella Sociedad, reinaugurada en 1972. Originariamente se construyó (desconocemos la autoria de los planos) a mediados de 1860, según Manuel Ramos Almenara, por la que era conocida como la familia Navarro, solar que formó parte del que había sido convento bernardo antes de la Desamortización. En 1884 Carlos B. Quiney compra o arrienda -aunque el inglés en los documentos municipales se intitula «propietario»-y abre un hotel con el nombre de Quiney’s British Hotel que en 1900 tenía seis habitaciones en la segunda planta y diez en la tercera con un amplio jardín, estructura arquitectónica que siguió siendo hasta aquel 1965. Entre los fondos municipales de aquella época localizamos cuatro expedientes de ampliación y reforma de este edificio. En los tres primeros firmados por Quiney: en 1900 pide licencia para la construcción de una pared de cerramiento con reja metálica en los jardines que daban a la entonces llamada «prolongación de la calle Perdomo»; en 1904, para la construcción de un nuevo comedor en terrenos del mismo jardín, proyectos éstos firmados por Fernando Navarro, y en 1908, para colocación de una artística marquesina en la entrada principal, proyectada por Laureano Arroyo, que le fue denegada porque entorpecía el paso público por la acera de la plaza de San Bernardo.

En este 1908, Quiney vende al alemán Otto Netzer -que regentaba el Santa Brígida- el hotel, que a partir de aquel momento aparece con el nombre de Continental, y Carlos arrienda el edificio vecino de la misma plaza esquina a Viera y Clavijo que había sido de Salvador Cuyás, conocido hoy como antigua sede de Unelco, que fue cedido por el que fue presidente de aquella compañía eléctrica, Antonio Castellano, al Museo Canario. Quiney abre allí un nuevo establecimiento hotelero repitiendo la misma denominación del que había explotado antes, como aparece en algunas postales. Netzer, en una instancia donde se intitula igualmente «director y propietario» del hotel Continental adquirido solicita del ayuntamiento en 1911 permiso para reformar la parte baja de la fachada sustituyendo los zócalos de piedra por mármol y rematando los huecos de puertas y ventanas con idéntico material. El mismo Netzer publica en la revista Canarias turística de 1910 publicidad del Continental, del que dice que es «un hotel de primer orden con todo confort deseable, situado en el centro de la población». Y agrega que tiene «departamentos de lujo, salones de lectura con los periódicos más importantes nacionales y extranjeros, salas de billar y fumar, magníficos cuartos de baño y jardines, además de bodegas con los mejores vinos españoles y extranjeros», acompañando al texto una foto de la fachada (cuya reproducción ilustra estas notas), edificio que luego pasó a ser del Circulo Mercantil hasta su demolición en 1965. El espacio no da para más amplias noticias sobre este hotel que en 1910 tuvo entre sus huéspedes a Miguel, ilustre visitante de la ciudad y de la isla.

Aquella estancia de Unamuno en Las Palmas quedó grabada para siempre en la memoria del rector de la Universidad de Salamanca porque siempre que tuvo ocasión la evocaba. Por eso se nos presenta la ocasión para recordar igualmente el descubrimiento de dos cartas del rector que permanecían inéditas, localizadas, transcritas, comentadas y dadas a conocer por Julio Cabanillas en 1985 en un trabajo, casi desconocido, que vio la luz en la revista Condados de Niebla, de Huelva. De la lectura de los textos de estas cartas conocemos algunas reflexiones y recuerdos de don Miguel que realizó cuatro años después de su visita a las islas que, en opinión del transcriptor, «ninguna línea escrita en las misivas es trivial, porque en ellas sigue diciendo lo mismo aunque con el tono de voz amable que conversa con un amigo».

En las dos misivas el escritor habla de las islas, evocando su fugaz estancia en Tenerife y la más amplia en Gran Canaria, recordando a personas y agradeciendo el trato de que fue objeto. Nos descubrió Cabanillas que fueron enviadas en 1914, época en la que era notario de Tenerife, a Hipólito González Rebollar, autor de algunas críticas literarias que en Salamanca había conocido al rector, donde en 1903 publicó un trabajo sobre La Ley de accidentes de trabajo y que en 1915, cuando Ortega y Gasset funda el periódico España, se convierte en corresponsal en las islas.

La primera está fechada en 26 de octubre de 1914 y según su descubridor viene encabezada con el membrete del Ateneo de Salamanca. Tiene más extensión que la segunda y se trata de la contestación de don Miguel al envío por González Rebollar de su libro La Nueva Política. Críticas de Actualidad, publicado en La Laguna en 1914, agregando como un elogio que «sus artículos recogidos en libro no irán a la gaveta en que guardo las ingenuidades, sino que me darán materia para otros artículos, porque me sugieren tantas cosas…». Le dice que «en sus artículos noto el acento, el timbre que da a su espíritu ese aislamiento tinerfeño. Hasta que visité las Canarias no entendí del todo el valor del a-isla-miento. Y puede haber hasta a-islotea-miento». Le recuerda el día que estuvo en La Laguna y que guarda un recuerdo imborrable de Zeguerte [se refiere a Tegueste, por error del rector o más bien del transcriptor de las cartas]. El motivo principal es la recomendación para que hable con Cabrera Soto «el director del Instituto y semi-Universidad» para que reciba con agrado a uno de sus mejores amigos, el cura Moisés Sánchez Barrado, que «tuvo problemas de conciencia y fue acusado de modernista hasta el punto que se redimió económicamente de la sumisión de la Iglesia», sin renunciar a ser cura, y que en tres años había hecho el Bachillerato, la Licenciatura y el Doctorado obteniendo Cátedra. Lo recomienda para que en Tenerife sea recibido «como se merece».

La segunda carta, en opinión de Cabanillas, es más personal y más concisa y en ella el rector se refiere en su texto expresamente a Gran Canaria. Unamuno le explica al notario que «Llamé a esas tierras, islas del espíritu conociéndolas bien. Quise con ello decir que el espíritu vivía ahí aislado, sin comunicación con el mundo. Las ideas pasan sobre esa tierra como las nubes, sin llover en ella, por lo menos en Las Palmas, que ahí [en La Laguna] llueve, creo, algo más». Insiste en el recuerdo del día que pasó en La Laguna y especialmente la persona de un catedrático de Física de aquel Instituto, «un catalán, que es uno de los hombres más profundamente cómicos que he conocido; un catalán cerrado y caricatura tipo del catedrático». Concluye esperando del notario «que no se aburra usted también en La Laguna. Por lo menos eso es bonito». Recuerda a «un bohemio de Santa Cruz, Crossa, que me entretuvo mucho, y un té que me dieron en aquella ciudad». La ilustración es la firma de Unamuno en una carta a Pérez Galdós.

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