La obra de Joan Margarit i Serradell: arquitectura de una capital en verso

El Obelisco, el Mercado Central o la iglesia de los Dolores de Schamann son algunos de los edificios en los que el arquitecto catalán ha dejado su huella en la ciudad

La iglesia de los Dolores de Schamann en los años 60.

La iglesia de los Dolores de Schamann en los años 60. / Las Palmas ayer y hoy.

“Debió quedarse en Las Palmas”, escribió el poeta y ganador del premio Cervantes en 2019, Joan Margarit, sobre su padre, Joan Margarit i Serradell. El arquitecto catalán llegó a la capital grancanaria en un viaje por España buscando trabajo después de haber luchado en la Guerra Civil en el bando republicano y convertirse en prisionero de guerra. Con ese historial era complicado encontrar proyectos y la capital grancanaria le permitió realizarse profesionalmente. 

Trabajó en Las Palmas de Gran Canaria como arquitecto municipal y dejó su herencia estilística en edificios que se han vuelto parte de la cotidianidad de los viandantes y que marcaron la modernidad de la ciudad. Fue un soplo de aire fresco para el aspecto de la capital, incluso algunas postales turísticas lucían sus edificios como símbolo de una ciudad en proceso de expansión y embellecimiento. 

El arquitecto nació en una familia humilde y cuando finalizó sus estudios no tenía contactos ni relaciones para moverse en el mundo de la arquitectura. De esta manera, comenzó su periplo por España, que terminó en Las Palmas de Gran Canaria porque más tarde volvió a su tierra natal, Cataluña, donde finalmente falleció en 1997. “Fue un hombre culto e inteligente, cargado con todas las contradicciones que le venían de una pobreza que siempre sintió humillante. Odiaba a los señores, pero quería ser un señor”, destacaba el hijo de su personalidad. 

Uno de sus primeros trabajos tras llegar a la ciudad fue la ordenación de la calle de Tomás Morales, el entorno de El Obelisco y la plazoleta. El profesional utilizaba materiales locales para sus proyectos, la materia volcánica de las canteras de La Isleta dio forma a su trabajo, además de la piedra roja; el mosaico cerámico con una lira en el piso; la fuente o los laureles de india. El paisaje elaborado en El Obelisco, es para el doctor en Construcción de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Ricardo Santana, un ejemplo de cómo pensaba el urbanismo el arquitecto histórico. 

Para Santana, los arquitectos canarios deberían revisar su obra para “reaprender” algunos aspectos tan importantes como el uso de los materiales de kilómetro 0 para favorecer la industria del Archipiélago y apostar por una arquitectura “más sostenible que la de importación”. Margarit, a pesar de ser catalán conocía los beneficios de crear un proyecto canario en su totalidad. No solo los materiales de las Islas le sedujeron sino también la luz, importante en toda su obra. La soleada capital le promovió a crear un tipo de arquitectura, que por aquella época, en España, se salía de la norma. Margarit se podría encuadrar más bien en la influencia portuguesa en el Atlántico.

Margarit no solo se centró en el centro de la ciudad sino que también realizó proyectos en los barrios periféricos. Fue el caso de la iglesia de Los Dolores de Schamann. Para Santana es el ejemplo perfecto de su estilo, que combina la fuerza del color, con una gran luminosidad: “Nos recuerda a arquitecturas tropicales más que a Europa”, indica. “Sus muros dentados laterales, que figuran olas y que enmarcan la vista hacia el altar, la torre, exenta, con referencia clara a conjuntos eclesiales italianos, que se configura como gran símbolo de identidad del barrio de Schamann y el arte inserto en su interior”, son algunas de las razones por las que Santana considera que es una de sus mejores obras.

El escritor e hijo dedicó a los edificios de su padre varios poemas alabando su luz y belleza

La iglesia ha caído en decadencia por falta de reparación, a pesar de ser un símbolo para el barrio capitalino. En diciembre del año pasado el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, el Cabildo y el Obispado anunciaron la financiación de la reparación de la torre. Cuando finalice la obra, las instituciones pretenden proteger el inmueble por su rico valor arquitectónico e histórico. Para Santana la torre destaca por su levedad y ligereza: “Es alta, esbelta, sobria y exenta de la nave de la Iglesia”, enumera. 

La torre es una estructura de cinco plantas con una escalera de caracol en su interior y 33 metros de altura. Al principio era usada como capilla bautismal pero al perder su uso inicial, terminó siendo un símbolo ornamental. Además de proteger el inmueble, el arquitecto Santana, que es el encargado de la obra de reparación, ha propuesto volver a darle vida a la edificación con el objetivo de utilizarla para actividades menores en la planta baja o para añadir carteles que hagan referencia a la humanidad y solidaridad. 

Funcionalidad y diseño

Su hijo ha transformado en versos cargados de sentimiento las huellas de su padre por la ciudad. Sus edificios, además de estar plasmados en los planos de la época, perdurarán en los poemas de la prolífica mano de un poeta que dejó huella en la literatura española y catalana. El escritor dejó grabado en palabras que la torre de la iglesia representaba la “limpieza conceptual en aquellos años en que empezaba a imponerse el brutalismo, el gris hormigón”. En definitiva, Margarit buscaba ofrecer la luz y levedad que tanto faltaba en aquella época. 

“Su uso del hormigón como material estructural esbelto, con formas ondulantes y nervadas” son algunas de las novedades de su estilo que se puede contemplar, por ejemplo, en el Mercado Central, también obra suya. No solo consiguió crear un edificio de gran belleza sino que también consiguió la funcionalidad necesaria para construir un espacio cómodo para un mercado de abastos. “Es de destacar su funcionalidad interior en contraste con las fachadas que dan buena iluminación y movimiento al edificio y su grácil marquesina de la fachada trasera”, refleja Santana. Su hijo, que dedicó algunos versos y alabanzas a la obra de su padre destaca en uno de sus poemas “su arco enorme, en calma”.

El Mercado Central poco tiempo después de su construcción.

El Mercado Central poco tiempo después de su construcción. / LP/DLP

Menos conocida es su faceta de artífice de viviendas públicas. Al ser arquitecto municipal también se encargó de la urbanización de hogares protegidos. Es el caso de las 80 viviendas en la ampliación de la barriada de Escaleritas en 1960 o las 32 viviendas en Alcaravaneras, un proyecto para funcionarios municipales en dos bloques entre los que situó establecimientos comerciales. A pesar de ser una faceta poco valorada, es igual de esencial para conocer el trabajo del arquitecto, que tras la postguerra fue uno de los primeros que “habló en España de urbanismo moderno ligado a la economía y a la política”. 

En Gran Canaria tan solo estuvo cinco años, por lo que su huella en la ciudad es escasa. Antes, también estuvo en Tenerife, donde realizó algunos trabajos en el municipio de Los Realejos. La biblioteca de Viera y Clavijo, que fue pensada primero como ayuntamiento, pero luego el Consistorio se traspasó a un edificio más moderno fue uno de sus más aclamadas obras en la isla vecina. También fue el autor de los planos y proyecto del nuevo santuario del Carmen, previamente destruido por un incendio. 

En 1960 regresó a su tierra natal y comenzó a trabajar como profesor de la Escuela de Arquitectura en Barcelona. A pesar de su corta estancia, su huella fue inmensa en la capital grancanaria por su capacidad de introducir la modernidad, la alegría de los colores y estilos que impregnaban la luz en una época de postguerra en la que la población necesitaba nuevos espacios que se alejarán del hormigón y sobriedad. Creaciones que alegran la vista y el corazón, aún a día de hoy.  

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