En los anales del Puerto de Refugio de La Luz, hay un muelle que luce con nombre propio: el de Santa Catalina. Este recibió el nombre del castillo que estuvo en los terrenos de la actual Base Naval y que fue derribado para la construcción del muelle Virgen del Pino a partir de le década de los años 30 del pasado siglo.
Durante la primera mitad del siglo XIX, el citado muelle de Santa Catalina se convirtió, desde su finalización en 1902, en el centro operativo de toda la actividad comercial de esta Isla para la carga y descarga de mercancías, y desembarque y embarque de pasajeros y tripulaciones. También para el aprovisionamiento de buques, al abandonarse por inservible el viejo muelle de Las Palmas en el parque de San Telmo. Esto hizo que toda la actividad portuaria que estaba centrada en la zona de Triana se fuera trasladando a la entrada del Santa Catalina, construyéndose las primeras oficinas para atender el negocio marítimo. La primera de ellas fue la Casa Miller y luego una serie de casetas de madera a lo largo de sus aceras para albergar a los primeros consignatarios.
Todo era una gran actividad con las carretillas de madera que manejaban a mano los trabajadores portuarios, los primeros carros tirados por burros y mulos y luego las camionetas que sacaban las mercancías o llevaban los huacales de plátanos o cajas de tomates para la exportación. Y a la salida del muelle, las populares tartanas a la espera de algún viajero para trasladarse a la ciudad. Más tarde, llegó el tranvía y la guagua con parada en el parque de Santa Catalina.
Del fondeo de los buques en el antepuerto, se pasó a atracar los barcos fruteros amarrados a los noray. Luego, llegaron las primera operaciones comerciales y los correíllos y vapores para unir las Islas y éstas con la Península. Y mientras tanto, el Puerto seguía creciendo con su ensanche en el muelle de León y Castillo, con 2.850 metros más entre 1927 y 1935. Y así hasta nuestros días, con 140 años de acontecer portuario.