ANÁLISIS

El Señor Atado a la Columna

Es uno de los pasos tradicionales de la Semana Santa de la isla, desde 1978 integrado en la procesión magna | La talla madrileña fue donada a los frailes dominicos

Imagen del Señor Atado a la Columna, venerado en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de Vegueta.

Imagen del Señor Atado a la Columna, venerado en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de Vegueta. / C. T.

Miguel R. Díaz de Quintana

Uno de los pasos tradicionales de la Semana Santa grancanaria es la procesión del Señor Atado a la Columna, llamada también del Cristo del Granizo, y en lo antiguo, denominada por el magistral Marrero, la procesión del Reo. Se organizaba el Martes Santo en la parroquia de Santo Domingo, hasta que a partir de 1978 se integró en la procesión magna o interparroquial.

Lo celebrado de este cortejo es la extraordinaria talla madrileña que donó un canónigo al convento de frailes dominicos, una magnífica escultura que ni el propio genio de Luján Pérez pudo superarla en la serie de imágenes que realizó de esta misma advocación.

La llegada de la escultura a Gran Canaria en 1778 tiene una historia casual, ya que no parece que estuviera programado su encargo. Apuntes de su propio adquirente nos desvelan su origen, procedencia y los motivos que tuvo para traer la bella representación de esta efigie desde la capital de España.

El tesorero catedralicio Estanislao de Lugo-Viña y de Franchy Alfaro, sustituye al prebendado Juan de Carvajal en la diputación anual que señalaba el cabildo catedral para acudir a Teror en las fiestas patronales. El cargo coincide con la construcción de la nueva basílica mariana, y en relación con su cometido, el capitular tinerfeño se encargará de bendecir la colocación de la primera piedra en agosto de 1760. A raíz de este acto don Estanislao va a intervenir minuciosamente en todos los aspectos de la fábrica del proyectado templo, tanto en lo concerniente al edificio como en la delicada tarea de su decoración interior. En su intervención quiere dejar el sello personal de su paso por el histórico acontecimiento y se va a encargar de adquirir las esculturas de tamaño natural que han de instalarse en la nueva iglesia, especialmente en el proyectado retablo mayor.

Don Estanislao de Lugo tenía en Italia a un tío fraile, carmelita descalzo, que le informa de los buenos talleres de estatuaria existentes en Génova. Le entusiasma para que realice un viaje, y el tesorero catedralicio, que tiene en mente adquirir varias imágenes de buena factura para el proyectado templo, especialmente las de San José y San Joaquín, acepta la iniciativa del pariente y organiza la excursión a Europa.

El vehemente clérigo emprende el viaje acompañado de su primo y compañero de piso, Felipe de Alfaro Franchy y Poggio. En aquel periplo visitan en Sevilla los talleres de estatuaria, donde parece que el tesoro capitular adquirió la imagen del santo mercedario San Ramón Nonato, patrono de las parturientas, que se entroniza en Teror en 1771 por deseos del obispo Valetín Morán. Ambos parientes llegan a Madrid y en la capital de España también visitan los talleres recomendados, entre los que se encuentra la lonja de un escultor aficionado, hasta entonces desconocido, pero de una valía extraordinaria llamado Tomás Antonio Calderón de la Barca. El sevillano artífice, que es natural de Marchena, no solía admitir encargos. Modela lo que le gusta y apetece, «lo que me inspira realizar». Y allí, en el taller madrileño, se encuentra sin acabar una escultura de un Cristo Atado a la Columna. El prebendado canario Alfaro de Franchy se conmueve al observarla. Y al conocer que no tiene un destino concreto se interesa por adquirirla para traerla y colocarla en la capilla privada de su nuevo domicilio de Las Palmas

Después de ser acabada y policromada por el pintor Manuel de Blas, la imagen llega a Vegueta en 1778. La casa del canónigo era donde hoy se encuentra establecido el colegio Santo Domingo Savio en la señorial calle Castillo. Allí permanece en su oratorio hasta que en conversaciones con los frailes dominicos del convento vecino, se acuerda sacarlo en procesión. Su primera salida al año siguiente de su llegada la recoge el diario del memorialista Isidoro Romero Ceballos, que relata su estreno y añade la gran granizada que cayó en la ciudad cuando el Cristo, a su regreso de nuevo al templo, entraba por el pórtico de la iglesia dominica. Desde entonces, la procesión quedará popularmente conocida como la del Cristo del Granizo, y comenzó a impregnar, dicen las crónicas, «entre la muchedumbre una impresionante devoción».

Tras el regreso procesional, nuevamente volvía a la capilla privada del domicilio del canónigo Alfaro de la entonces calle de Puertas, aunque ya estaba comprometido que en el futuro pasaría definitivamente al monasterio de los frailes.

En el testamento del canónigo extendido en 1787, don Felipe dejá heredera a su sobrina Antonia de Alfaro, y le encarga que se siga ocupando de la función principal del Martes Santo, con plática y miserere solemne. y le ordena, además, que a su muerte se celebren para la “salvación de su alma” 400 misas rezadas ante el altar de su devota imagen.

Pasan los años. Desaparecen los conventos por las leyes desamortizadoras. Se crea la parroquia de Santo Domingo, y con la llegada del Padre Cueto se volverá a dar gran impulso a las apagadas procesiones de Semana Santa.

Entre los clérigos parroquiales que se vincularon con gran entusiasmo al Cristo Atado a la Columna sobresaldrán don Pedro Díaz y el magistral don Jose Marrero y Marrero. Este último se convertirá en el mecenas de la imagen, adquiriendo una peana plateada para que luciera mejor en las procesiones. Y se encargará de ser el que recibiera al Santo Cristo desde el púlpito al verlo entrar por el pórtico de la iglesia, gritando: “¡Ahí llega el Reo!”. Fue tradicional la función solemne que el magistral celebraba en su honor con canto de Pasión y orquesta.

Los patronos

Es tradición en nuestra Diócesis que para ayudar las salidas procesionales se asigne a personas o familias la vinculación de un paso para que sean los que sufraguen los gastos que originan los cortejos, como cargadores, flores, luces, baterías etc., ya que en la mayoría de los casos las exiguas tesorerías parroquiales no podían encargarse. Y este cometido le fue encomendado a la familia de don Buenaventura Doreste Henríquez de Vegueta, la que durante muchos años se encargó de su arreglo procesional. Ayudaban en los preparativos su hija María Dolores Doreste González junto con su marido, don Luis Morera Navarro, técnico del Ayuntamiento de Las Palmas, que se ocupará de sacar el trono en sus recorridos procesionales. Al fallecimiento del esposo en agosto de 1911, la viuda le transmite el testigo a su sobrina doña Rafaela Doreste Marrero, cuyo marido es el altruista comerciante de Triana, don Manuel Campos Padrón, quien no sólo se va a vincular al patronazgos de la imagen, sino que asume con gran satisfacción la presidencia de la creada Junta de Semana Santa.

Los nuevos comitentes se implicarán en mejorar su responsabilidad proporcionando al trono de la efigie en 1928 el actual y artístico zócalo de plata, con su espléndidos adornos y la luminaria de doce esbeltos candelabros. Durante años, un gran retrato del Cristo Atado a la Columna presidía el despacho de los almacenes de este recordado comerciante canario de la emblemática calle mayor.

Al reestructurarse los cortejos de Semana Santa y crearse la llamada procesión interparroquial en 1978, asumió la representación del patronazgo la familia Rodríguez y Rodríguez de Matos, invitándose posteriormente al ilustre Colegio de Abogados su colaboración y patrocinio para retomar el tradicional acuerdo suscrito en 1894 entre el párroco don Pedro Díaz y el decano de la corporación letrada, don Tomás de Zárate y Morales. Durante años los abogados con su toga desfilaban por las calles de Vegueta y Triana, como los notarios, entonces orgullosos patrones de la procesión del Santo Encuentro, también conocida como la del Paso o la del Señor de la Caída.

Actualmente, junto con el Colegio de Abogados, colabora con mucho entusiasmo el capataz de la imagen, Carlos Luis Rodríguez Cabrera, a quien el obispo don Francisco Cases le hizo entrega durante un acto de Semana Santa de la simbólica vara de la responsabilidad contraída.

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