Entrevista | Juan Salán Productor y promotor cultural

Juan Salán: "La música en vivo tiene el mismo problema que hace 30 años: la falta de espacios"

El promotor y productor musical es distinguido como Hijo Adoptivo de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria

Desde los años 80 ha labrado una trayectoria en la que ha incentivado el talento local y ha traído a los mejores grupos internacionales y alternativos a la capital

"Hice de mi hobby una profesión"

Juan Salán, productor y promotor musical, ha sido distinguido como Hijo Adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria 2023.

Juan Salán, productor y promotor musical, ha sido distinguido como Hijo Adoptivo de Las Palmas de Gran Canaria 2023. / Juan Castro

Juan Salán (Burdeos, 1962) lleva 36 años al pie del cañón. Venido del exterior, logró que Las Palmas de Gran Canaria fuera el centro de las miradas del circuito musical alternativo gracias al Pub La Calle cuando Internet no salvaba las distancias del Atlántico y apostar por otro tipo de estilos era una inversión arriesgada. Luego, con la puesta en marcha de Salan Producciones ha impulsado festivales y actuaciones de toda índole por el Archipiélago, además de representar y defender el talento de los artistas canarios, desde Los Coquillos a Red Beard. Ahora, como Hijo Adoptivo de esta ciudad, lo dice bien claro: "Si volviera a nacer, haría lo mismo".

Nació en Francia, vivió en Palencia, Santander, Vizcaya y, de repente, decide venir a Canarias. ¿Por qué? 

De todos es sabido que los años 80 fue una época difícil en el País Vasco por diversos problemas políticos y, sobre todo, la droga. Yo tenía un local en un pueblo en el que recibía a un público con muchas sensibilidades, me llevaba bien con todos, pero era mucha presión, y aunque funcionara bien, necesitaba algo más. No sé cantar ni tocar, así que mi camino estaba muy dirigido a producir eventos. Cuando me fui, decidí irme al sitio más lejos. Mi madre vivió una temporada aquí en los 70, además de una tía, así fue. 

En el 88 reabrió el Pub La Calle en la ciudad. ¿Cómo repercutió en la escena musical, dentro de una década donde todo estaba cambiando?

Comenzamos con bandas locales y luego trajimos a gente de fuera con la intención de que se supiera qué había más allá de las Islas, sobre todo en una época donde no había Internet y no se podía chequear en YouTube. Así que tenían que confiar en nuestra programación: venían porque si traíamos a alguien, es que era bueno, al margen de si luego les gustaba o no. La ciudad en aquellos años estaba fuera del circuito nacional en estilos como rock, soul, funk y blues, nada extraño, ya que aquí lo que venía a la grada curva del Estadio Insular eran cosas, de calidad y prestigiosas, como Mecano, Loquillo o Juan Luis Guerra, pero sin incluir otro tipo de sonidos. En cambio, por La Calle pasaron M-Clan, Dover, Extremoduro, todo lo heavy que había como Barón Rojo, o El Inquilino comunista, banda americanas, europeas, inglesas, y fue un trabajo de pico y pala. Recuerdo a Los Rodríguez, con la formación de lujo con Calamaro, Ariel Rot, Julián Infante, y fueron 60 personas. Al final la gente no tenía acceso a saber quiénes eran, salvo algunos que compraban revistas especializadas. Con el tiempo, conseguimos que prácticamente vinieran a ciegas.

"Lo único que vendíamos en el concierto de Los Ramones era 7Up"

¿Cómo atraía y convencía?

Llamar a un teléfono fijo, mandar un fax, cuando no había ni móvil ni correo electrónico, era muy complicado, pero te ibas creando una cartera de contactos. Además, era muy sugerente para las bandas venir dos noches seguidas en un local que estaba al lado de la playa. ¡Imagínate eso en febrero o enero! Funcionaba, tanto para los nacionales como para los americanos e ingleses que venían encantados, algunos de ellos por encima de mis posibilidades. Muchas de esas bandas recuerdan esos conciertos como fechas muy señaladas en su calendario.

Más que promotor cultural parecía turístico en un momento en el que estaba solo.

Recuerdo casos de gente enseñaban a sus invitados por el día Vegueta, la Catedral, el parque Doramas, el Pueblo Canario, y por la noche los llevaban al local como un sitio referente. Y, tanto en La Calle como en otros conciertos que he hecho, siempre han tenido un sentido y una idea musical: traer a bandas que nadie hace. Bandas que, realmente, me gustaban —siempre las vendes con más pasión— y esperaba que gustaran para poder con la inversión. Después se han unido otras productoras, pero entre los 80 y los 90 esto era ser una rara avis.

Trajo a Los Ramones y los metió en una cochera en Los Tarahales. ¿Cómo fue aquello?

Los Ramones fue el primer gran concierto después de La Calle. Pagué una novatada por un montón de intermediarios que encarecieron el producto y no sé cómo apareció aquella cochera. Contactamos con alguien, fuimos a verla y vimos que habían celebrado una fiesta de fin de año, tenía un suelo uniforme con picón, y lo hicimos allí.

Muy Ramones.

Era el espacio perfecto para ellos. Pero tuve muchos problemas con la policía nacional porque eran los que daban los permisos, por ejemplo, el comandante había estado en el 81 con ellos y había habido incidentes, ¡así que hasta ultimísima hora me puso problemas para hacerlo! Lo pasé mal, y encima el resultado económico fue desastroso. Estuve muchos años sin querer saber nada de Los Ramones, ni llevar camisetas ni escucharlos, hasta que traje al batería y me reencontré un poco con la banda.

¿Y el ambiente?

¡Entraron unas 2.500 personas, muy bien para la época! Estaba todo el ambiente punk rock de las Islas. Es más, cada vez que recuerdo la efeméride de esa fecha, como que se cumplieron 30 años, hay gente que escribe que fue de La Palma, y más... ¡Pero no se podía vender alcohol dentro! Me pilló la ley Corcuera, que aparte de dar la patada en la puerta y entrar en tu casa, estaba prohibido vender alcohol en recintos públicos y deportivos.

Lo más antipunk.

Exactamente. Lo único que vendíamos era 7Up. Todos los bares de Los Tarahales estaban encantados y me preguntaban cuándo iba a ser el próximo concierto. Con el paso del tiempo se vio que fue el primer gran concierto en las Islas de una banda de ese corte. Eso abrió camino a que vinieran otras.

¿Y lo de Chuck Berry en Telde?

Convencí a un promotor de Tenerife de que había que tener a Chuck Berry y lo hicimos en Telde, —recordemos que no existía el Gran Canaria Arena, por ejemplo—. Fue un concierto con un hombre mayor que no se acordaba de las canciones que cantaba, que tenía la guitarra desafinada, pero... Estabas viendo a Chuck Berry. Daba igual lo que hiciera. Fue un acontecimiento musical. Creo que es el artista más importante con el que he echado unas palabras, y eso que siempre ha tenido fama de muy pesetero. Recuerdo que, por contrato, cuando llegaba a un sitio tenía que haber un Mercedes americano, con su GPS y la dirección del hotel, porque le gusta ir conduciendo desde el aeropuerto. Le pusimos un Mercedes de alta gama, ¡porque el otro no existía en Europa!, y por cláusula había que pagarle al momento 2.000 dólares si no cumplías con eso. Imagínate, pagar dos mil dólares, que no euros, a las tres de la tarde. Como se quedaba en el Santa Catalina, lo que hicimos fue hablar con el director del hotel para que hablase con el director del Casino, viniese, cogiese dos mil dólares, yo le diese dos mil euros, y así pagarle, mientras un compañero estaba con él dando vueltas por la ciudad, ¡una hora! Lo llamé y le dije que todo estaba listo. Así que llegué, lo vi sentado, le di los dos mil dólares y me dio las gracias. Lo mismo sucedió al día siguiente en Tenerife. Pero bueno, es Chuck Berry. He hecho cosas peores por artistas menores.

"Necesitamos que las bandas locales canarias tengan los mismos derechos que en la península"

Apostó por traer a la reina del rockabilly, Wanda Jackson, en un momento en el costaba programar mujeres.

Cuando he hecho programaciones, siempre llevadas por la calidad, me han salido bandas con mujeres sin buscarlas de forma natural, aunque evidentemente hay más bandas con hombres y antes era más difícil encontrarlas. Wanda Jackson, otro mito viviente, es una señora encantadora, además de examante de Elvis Presley, que te contaba las historias con él y le pedía perdón al marido que estaba al lado. Estas personas te cuentan cosas que solo verías en documentales o leerías en los libros. Me acuerdo cuando traje a Iron Butterfly, bandas mítica de los 60 de la costa oeste americana, y contaban que habían salido de copas con Jimi Hendrix o Janis Joplin. Experiencias únicas que solo puedes tener a través de este mundillo, como ver al bajista Tony Levin, otro personaje que con solo escucharle estás absorbiendo parte de la historia musical. He tenido la suerte de coincidir y trabajar con todos ellos, lo cual es muy satisfactorio para alguien que de hizo de un hobby su profesión, donde la parte empresarial tienes que limitarla y juntarla con una parte romántica y emocional para seguir adelante.

¿La adrenalina a perderlo todo?

Al principio lo asumes como una puñalada. Pero con el paso del tiempo... Por eso no me he dedicado a hacer grandes eventos donde las ganancias pueden ser muy grandes, como las pérdidas, y si pierdes te impide continuar haciendo cosas. Así que desde el año 95 he hecho festivales, privados o institucionales, en espacios pequeños donde los beneficios son pocos y las pérdidas se asumen perfectamente.

Cerró La Calle y se reconvirtió tanto en la producción como en la representación de artistas como Los Coquillos o Red Beard ahora. ¿Cómo ve la transformación del sector en un momento en el que hay tanta demanda y donde más vale tener una buena agencia de publicidad detrás de un artista que un productor?

Ahora mismo todo va por lo urbano, exceptuando casos aislados y, aunque siempre ha habido modas y yo las respeto, el rock and roll sigue ahí como algo cíclico. Con respecto a las bandas locales, la insularidad nos mata. Necesitamos tener los mismos derechos que las de la península y para eso necesitamos ayuda, sobre todo, en la movilidad. Las Islas se nos quedan pequeñas, necesitamos proyectarnos, pero para eso hay que sacar ayudas a la movilidad, lo cual hacía el Gobierno de Canarias y ahora está un poco parado. Somos una tierra de mezcolanza, y eso se nota en la música, en todo, las bandas canarias siempre tienen un plus que no hay fuera.

¿Y si hablamos del panorama actual de la música en directo en Las Palmas de Gran Canaria?

Tenemos el mismo problema que hace 30 años: la falta de espacios. No es un problema institucional, sino empresarial. Hay pocos que se den cuenta o se atrevan a desempeñar este negocio. Hay casos como Fábrica La Isleta o el Espacio Miller, que gracias a la concejalía de Cultura se adaptó durante la pandemia... El otro día Teddy Bautista nos contaba que para que una ciudad sea potente y tenga una buena base para el turismo necesita de una escena nocturna. Si voy de viaje a una ciudad, hago las rutas y luego quiero este ambiente. No existe ahora. Así que espero que alguien se dé cuenta y cubra esta faceta. Lo que sí están surgiendo son espacios alternativos como respuesta a la demanda que hay, por lo menos dan una oportunidad.

¿Qué significa para usted ser hijo adoptivo?

Una sorpresa. Uno tiene la sensación de que le dan esta mención a gente prominente, pero a un tipo como yo... Me llamó el alcalde y me preguntó, ¿cuántos años llevas haciendo esto? Pues 36 años. Ahí está, me comentó. Lo dan a una trayectoria de pico y pala, de persistencia y resistencia, de trabajo de barricada, y para mí es un reconocimiento que me sirve para darme cuenta de todo lo vivido, tanto las alegrías, las tristezas, los sinsabores... Si volviera a nacer, haría lo mismo. Ahora que tengo 61 años, que podría estar pensando en otras cosas, tengo las mismas ganas de hacer cosas y le pongo el mismo ímpetu. Tengo la sensación de que todavía me quedan muchos años.

¿Qué artista le queda pendiente?

Sin pensar en grandes figuras, hay una banda que me encantaría que son los Black Crowes, de rock sureño, o King Crimson, de psicodelia instrumental. Tampoco tengo fijación. Nunca se sabe, las cosas van surgiendo.

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