En la reedición del libro El puerto de La Luz del escritor lanzaroteño Leandro Perdomo, patrocinada por la Fundación Puertos de Las Palmas y el Ayuntamiento de Teguise y de la cual nos ocupamos en esta columna el pasado mes de agosto, hay una dedicatoria del autor que merece toda nuestra atención porque refleja en cierto modo como era el espíritu de nuestra gente portuaria a mediados del siglo pasado. Dicha frase con toda su fuerza dice así: «A los humildes, a los miserables, a los enfermos,y a todos los inútiles, locos y desesperados del puerto de La Luz».
Como recoge el editor y prologuista de esta nueva edición, Félix Delgado López, que ha realizado un magnífico trabajo de recopilación de toda la vida periodística y literaria del lanzaroteño, en dicha dedicatoria Leandro Perdomo trató de reflejar «su retrato físico, sus motes o apodos y también sus frustaciones y sufrimientos, los trabajos muchas veces vejatorios y artimañas de pícaro para sobrevivir lo que significaban estos antihéroes valientes confrontados con la jerarquía social y el poder».
Era la realidad del Puerto en unos momentos de gran ebullición por supervivir, cuando el hambre y la miseria se asomaban por medio de sus habitantes a esta bahía y al recinto. Buscaban por múltiples artimañas, como fue el cambullón, llevar a los hogares un poco de alivio con lo que venía de afuera en los barcos que arribaban de otros lugares, ya fuera con alimentos, medicinas u otros productos. Venían a paliar la escasez que había en las familias, muchas de las cuales tenían que emigrar a tierras americanas.
Leandro Perdomo, que también fue emigrante en Bélgica trabajando en las minas de carbón, conoció en sus propias carnes todo el momento de una etapa dura que había que superar y que hoy día se refleja en todos esos emigrantes que a diario llegan a nuestras costas procedentes del continente africano.