Cinco personas detenidas, una de las cuales ya se encontraba en prisión, es el balance por el momento de la última redada antidrogas, una macrorredada en toda regla que ha realizado la Policía Nacional en colaboración con la Policía Local, este miércoles en la calle Molino de Viento, en el barrio de Arenales de Las Palmas de Gran Canaria.
Un total de 60 agentes de ambos cuerpos irrumpieron al mismo tiempo poco antes de las ocho de la mañana en los locales número 92 y 58, en extremos opuestos de la misma calle. En el primer registro se utilizó una maza para forzar la puerta y en el segundo, el del número 58, se localizó y se desarticuló un laboratorio para el preparado de diferentes drogas, como cocaína, crack, MDMA (éxtasis) y hachís.
La operación, denominada Quijote, forma parte de una investigación judicial iniciada en colaboración con el vecindario, a raíz de sus denuncias.
En el operativo, que se inició sobre las 6:30 de la mañana con el sobrevuelo de un helicóptero por la zona, participaron unidades especiales como GOES, la Unidad de Intervención Policial y guías caninos. Los resultados de los registros han permitido confirmar que en los locales intervenidos, que también eran usados como prostíbulos, se traficaba con droga. El producto se preparaba en el lugar y los usuarios consumían en el interior. De hecho, los vecinos y vecinas del lugar se refirieron a ellos desde hace años como narcocasas o fumaderos de crack.
Las investigaciones han podido demostrar que existe una conexión entre los dos inmuebles intervenidos y los detenidos. La autoridad judicial decidirá si se precintan los locales y en estos momentos continúan las diligencias y trámites policiales, a la espera de que pasen los detenidos a disposición judicial en las próximas horas.
Esta es la segunda operación antidroga de envergadura que se produce en un inmueble de Molino de Viento en el último año. La anterior tuvo lugar en junio de 2022 y también se saldó con cinco detenidos, tras registrar hasta siete inmuebles, uno de ellos casi enfrente del número 58 en el que se intervino este miércoles.
La mayoría de los vecinos y vecinas de la calle Molino de Viento se despertaron con la escandalera del helicóptero y la llegada de las fuerzas y seguridad del Estado. «A ver si lo hacen seguido y continúan con las redadas, porque el trapicheo pasará de unas casas a otras», considera la vecina J. Q., harta de aguantar desde hace años las escandaleras, los robos, las peleas y toda la inseguridad que ha generado el tráfico de la droga en el barrio. «También deberían controlar los robos y las casas de prostitución, en las que se vende droga, y el ruido. Cuando llamamos por escandaleras en los locales, no viene nadie», señala.
Venta de servicios a gritos
«Lo que no podemos permitir es que las mujeres estén gritando sus servicios en la calle, mientras están pasando los menores a clase», al colegio Aguadulce, se queja.
El número de mujeres prostituidas continuaban ayer vendiendo su cuerpo mientras la policía intervenía en uno de los locales. Y es que la demanda de los puteros, que es la que promueve la explotación sexual - y en muchísimas ocasiones su trata para los mismos fines- es incesante y continúa aumentando.
María es otra vecina del barrio, que prefiere dar un nombre supuesto. Las escandaleras y la violencia de Molino de Viento le cogen un poco más lejos, porque vive unas calles más allá. En cualquier caso, también ha sufrido los efectos negativos que produce la drogadicción. «Estoy flipando con la cantidad de policía. Vivo dos calles más allá y no son las mujeres las que crean esta conflictividad, es la droga. A mí me robaron la bicicleta el otro día de un zaguán, que la pobre estaba muy vieja. Me imagino que los que la robaron son los mismos que se meten de cabeza en el contenedor» para buscar dinero para pincharse. «Conmigo nunca se han metido», asegura, mientras recuerda a un putero que le preguntó si era puta hace unos días, cuando caminaba por Tomás Morales a las 7:30 de la mañana.
«Después de la pandemia, el barrio ha cambiado a peor por la droga. Siempre ha habido cosas y droga, pero como ahora, ni hablar. Viene mucha gente de otros barrios a consumir», subraya Abel, cuyo nombre es supuesto y trabaja en un establecimiento del barrio desde hace 15 años.
Enganchados
Abel contabiliza hasta ocho casas en Molino de Viento que son o han sido fumaderos. Entre ellas, relata, está la que se quemó hace unas semanas en el número 46 de Molino de Viento, en la actualidad tapiada. «La llamaban la guardería. Todo el mundo se metía ahí. Han cerrado muchas casas pero el problema sigue. La policía sabe que nosotros sufrimos mucho con esa gente y que lo pasamos muy mal», advierte.
Él mismo sufrió un robo, una vez cuando un toxicómano «saltó la barra y se llevó 70 euros que estaba fuera de la caja en una bolsa con monedas pequeñas. Yo también he sufrido los robos y la clientela. Se ponen ciegos cuando están enmonados. Yo he visto a gente cogiendo el dinero de un premio de una máquina tragaperras y venir un tío zafarle los billetes. Y he visto a chicas haciéndolo también, porque están enganchadas con la droga y cuando están así son capaces de hacer cualquier cosa».