Este breve artículo se centra en la dicotomía que se produjo, por un lado, de la construcción de un templo de sustitución de la antigua ermita de La Luz, y, por otro lado, la construcción de un templo en una ubicación próxima, respetando la ermita. Para todos es sabido cual fue la proyección final, es decir, la desaparición de la ermita. Por lo tanto, cronológicamente hablamos del período entre 1902 y 1915, sin necesidad de extendernos en los siglos de historia comprendidos fuera de estas fechas.
En 1901 ya destacaba el crecimiento del poblamiento en lo que, hasta hacía unas pocas décadas, era un lugar inhóspito, sin interés, especialmente para el sector predominante en aquella época, la agricultura.
Los mayores en aquellos años recordaban tal cual descripciones de D. Domingo J. Navarro en Recuerdos de un noventón, un desierto de arena que tenía, como el Sahara, sus llanuras y sus depresiones, a veces también su calor infernal y hasta su símil del horrible simún cuando soplaban fuertes los vientos del sur.
En estos años aún se conservaban en gran parte ese paisaje desértico, con escaso número de casas y por temporadas, gran cantidad de míseras chozas de estera habitadas por pobres pescadores de las zonas de Telde principalmente.
La concesión del puerto de refugio vino a cambiar la faz de aquel pedazo de Las Palmas de Gran Canaria, y desde que el comienzo de las obras empezó a aumentar el movimiento de buques en sus aguas, se inició la transformación que ya en tan pocos años se manifestaba rápida y completa, tanto que el extenso arenal se convirtió en un barrio populoso, animado durante todo el día por la actividad incesante de la industria y de las transacciones mercantiles. Aún quedaban en pie, del Puerto antiguo, aparte de los ruinosos castillos (La Luz y Santa Catalina), la vieja ermita que antes dominaba el caserío del Puerto, oculta por las nuevas construcciones, pasa ya inadvertida a la vista del viajero poco curioso y no acostumbrado a escudriñar los rincones en que pueda dar con alguna reliquia del tiempo añejo.
Primitivamente estuvo dedicada esta ermita del Puerto a la Virgen del Rosario. El cambio de dicha por el de la Virgen de La Luz fue debido a una tradición casi olvidada por el pueblo, si no enteramente olvidada, y que se conserva en la antes citada obra de D. Domingo J. Navarro.
Cuenta esa tradición que una luz misteriosa se aparecía muchos años, saliendo a primeras horas de la noche del castillo del risco de Guanarteme, bajaba de allí en dirección al castillo de Santa Catalina, seguía después por la orilla del mar hasta llegar a la ermita de la Virgen, y, deteniéndose en ella algunos instantes, tomaba luego la falda de La Isleta, llegaba a la punta del Arrecife (La Puntilla) y desaparecía en el mar. Aunque algunos habían intentado acercarse a ella, nunca pudieron alcanzarla.
La fama de la luz misteriosa se extendió tanto y llegó a ejercer una impresión tan poderosa en el pueblo, (vista desde la ciudad y de las altas terrazas, con la oscuridad de la noche como telón de fondo) hizo variar, no solo el nombre del puerto – que hasta entonces se había denominado de las Isletas – sino también el de la Virgen de la ermita, que, siendo, como queda dicho, del Rosario y patrona de la fiesta de La Naval, desde entonces ese sobrenombre se convierte en el nombre de la Virgen de La Luz.
La ansiada iglesia
El día solemne del año para la ermita de La Luz es el de la tradicional fiesta de La Naval que se celebra el segundo sábado de octubre (no así la onomástica de la advocación) en conmemoración, según se cree de la batalla de Lepanto, de recuerdo tan glorioso para la Armada española. En tal día era inmenso el número de personas que, de todas las poblaciones de la isla, bajaba al Puerto de La Luz y acudía a visitar la imagen de la Virgen a su ermita; muchos iban a cumplir devotamente la promesa hecha en momentos de angustia en que la fe sencilla ofreció consuelo al espíritu.
El viernes 24 de octubre de 1902 se celebró en el Puerto una reunión promovida por la sociedad El Recreo para considerar y discutir un asunto que interesaba muchísimo aquel vecindario. Estuvieron presentes numerosos vecinos caracterizados de la Luz y algunas distinguidas personas de esta ciudad especialmente invitadas. El objeto de la convocatoria fue, en resumen, el siguiente: «En el Puerto no se puede atender ya de manera decorosa a las necesidades del culto católico porque la pequeña y antiquísima ermita, único templo con que cuenta, no sirve para el caso. Con dos docenas de fieles queda colmada, y además amenaza con desplomarse rendida por el paso de los años». Allí donde tan grande y completa mudanza se ha cumplido en los últimos tiempos, sólo el viejo santuario permanece «intacto», mostrando «sus grietas gloriosas y sus techos carcomidos. Una tradición petrificada, respetable pero ya de mucho insuficiente a lo que el orden espiritual del Puerto necesita y pide». Construida toscamente para servicio de la primitiva tribu de pescadores, se conserva como un testimonio del pasado que se resiste a desaparecer. Repleta de exvotos y de plegarias, ennegrecida por el humo de los cirios e impregnada del incienso ofrecido por tantas generaciones de creyentes, dulcifica la infinita amargura al mar que hasta ella arrastra en señal de veneración sus ondas salobres.
«Aquella ermita de Nuestra Señora de La Luz y aquel desmoronado castillo que más abajo se aparece roído sin cesar por las olas, son dos vestigios sagrados de un tiempo que pasó. Vencibles y candorosas, las dos ruinas nos presentan hazañas y virtudes olvidadas, desconocidas. Respetémoslas, en cuanto sea posible; pero procuremos sustituirlas respondiendo a las exigencias del tiempo presente»
El Puerto necesitaba una iglesia amplia, cómoda, adecuada a su actual importancia y a cada vez más creciente población. Resultaba anómalo que tuviera aquel bien poblado centro una parroquia,y que para alojarla dispusiera solamente de una humildísima capilla, indigna de la más pobre aldea. Los domingos, los fieles que iban a misa no cabían en el pequeño recinto sacro, y se desbordaban y llenaban la plazoleta contigua. Así y todo, gran parte del vecindario tenía que renunciar a cumplir sus deberes religiosos. En dicha reunión se asevera: «Consideremos otra circunstancia. Los tripulantes y pasajeros católicos de los buques que en el Puerto hacen estación o escala, acuden también en los días festivos a Nuestra Señora de la Luz y no pueden, las más de las veces, ni siquiera acercarse a la puerta. ¿Qué pensarán de tanta estrechez y de tanta pobreza?». En definitiva, se acordó reclamar los auxilios del gobierno para la construcción de una iglesia parroquial en el Puerto de la Luz. Argumentando que «allí donde la industria y el comercio tienen muchos monumentos grandiosos, la religión tenga por lo menos un templo». La proyección del templo fue encargado al conocido arquitecto arquitecto municipal Laureano Arroyo.
Se inician las obras en 1911, culminando en 1914 y se bendijo por el recién nombrado obispo don Ángel Marquina y Corrales en una misa solemne el sábado 9 de mayo de 1914, el cual continua la obra el Doctor Marquina poniendo un elegante cancel a la puerta de la iglesia, las vidrieras a los ventanales, y un pulpito de mármol. También la instalación en la capilla mayor el sencillo altar de mármol que regaló, en el que será colocada la devota imagen de Nuestra Señora de La Luz.
«En medio de la amplia y moderna iglesia permanece aún en pie la vieja y humilde ermita de la Virgen de La Luz. El histórico santuario, que con el castillo y la casa del guarda constituían hace cuarenta años las únicas edificaciones de las desiertas playas de las Isletas, y por el que durante algunos siglos desfilaron generaciones enteras, en las tradicionales fiestas de La Naval, desaparecerá este mismo año probablemente, y el año próximo la preciosa y devotísima imagen de la Virgen, tallada por Lujan Pérez, recibirá culto en su altar del nuevo templo», publicó el Diario de Las Palmas en 1912.
No fue tarea fácil la construcción de semejante estructura para un lugar con tan poco «decoro», en 1912 se adelanta la construcción con las bóvedas casi cerradas, aunque no fue así hasta 1913,
Controversias
José Batilori y Lorenzo fue una de las voces que se alzaron contra la demolición de la ermita, planteaba que debió ser tenida siempre como una gran reliquia origen de muchas páginas memorables de nuestra historia: «Ella recodaba a los hombres que en una siborada inolvidable, allí se alzó la Hostia Santa por vez primera en la tierra de los Guanarteme al comenzarse la epopeya gloriosa da la incorporación de Gran Canaria a la corona de Castilla… naves que buscaron refugio y consuelo… Ella fue el origen y el nombre de esta población que ha surgido como por arte de magia de la desierta playa, en torno a un puerto cuya importancia mundial trajo el progreso y el engrandecimiento a Gran Canaria… es el fin de una devoción secular.»
«Sin la ermita, en verdad, siquiera la sustituya un magnífico templo, no se concibe lo poquísimo que resta de la tradicional fiesta de la Naval».
Se vaticina una pérdida que décadas posteriores corroboran con la pérdida del esplendor popular pero no religiosa, en especial para el poblamiento creciente que posteriormente hará resurgir y luego volver a entrar en otras crisis, pero esto, ya es otra cuestión.
Lo que sí está claro es, que tradición y símbolo están estrechamente unidos y que la alteración del aglutinante hará que la tradición, por muy antigua que sea, se diluya y se contamine hasta carecer de distintivo y desaparecer. Esto es extrapolable a otras tradiciones más o menos férreas, desaparecidas o presentes.