ANÁLISIS
El poder absoluto del urbanismo
El arquitecto Setién llegó al Ayuntamiento para mejorar los barrios marginales, varias décadas después es investigado por presunta pertenencia a una trama

José Manuel Setién Tamés / LP/DLP
Para lo bueno y para lo malo, para la excelencia y para el error, esta ciudad está hecha a imagen y semejanza del vasco José Manuel Setién Tamés (San Sebastián). Suena fuerte, pero no creo que exista, de 30 años para acá, una decisión urbanística que haya estado fuera de su órbita personal. Tras una carrera que lo convierte en la caja negra de las claves del crecimiento de la capital, el arquitecto, ya jubilado, se ve obligado ahora a defenderse contra la investigación judicial que le imputa, a él y a otros, presuntos delitos derivados de su gestión al frente del departamento de urbanismo. La llamada operación Valka, impulsada por el Juzgado de Instrucción número 2, enciende el foco de la sospecha de corrupción en la administración municipal, a la vez que intensifica el interés sobre este alto funcionario que ha hecho de la opacidad su lugar predilecto de actuación.
¿Quién es José Manuel Setién Tamés? No es fácil de contestar. Todo depende del tipo de cristal con que se mire. En la Escuela de Arquitectura de la ULPGC, a la que llegó desde una tierra asediada por ETA, era un líder estudiantil (unos dicen que comunista y otros trotskista) en una universidad movilizada por las libertades. También contagiado, como cualquier otro vasco, por las vivencias en un ámbito social neutralizado por el terrorismo independentista. Un condicionante que seguramente forjaría la pauta de su todopoderoso quehacer urbanístico: el recogimiento más absoluto en su concha, como si estuviese huyendo de alguien o de algo, dicho en sentido metafórico.
Tras titularse, inauguró la década de los 80 dando clases, una estadía que duró hasta el 84 y que finalizó debido a un desacuerdo con el catedrático Sergio Pérez Parrilla. La salida de la Escuela le procura la oportunidad municipal de la mano del también catedrático Joaquín Casariego Ramírez, que se rodea de un grupo de recién titulados, entre los que está Setién, para poner en marcha el Plan de Barrios. El socialista Juan Rodríguez Doreste estaba al frente de la Alcaldía y Domingo González Chaparro en la Concejalía de Urbanismo.
Su estreno en la gestión arquitectónica pública no tuvo mucho que ver con lo que ocurriría años después. No se trataba de largas reuniones, por supuesto que discretas, con una fauna integrada por grandes tenedores de suelo, intermediarios, promotores de enormes superficies y buscadores de fortuna de todo pelaje... En el principio de todo existía el compromiso por transformar una capital donde la migración campo-ciudad había fomentado la autoconstrucción a través, sobre todo, de la parcelación ilegal de fincas rústicas. Los barrios de la periferia carecían de saneamientos, de vías en condiciones y de mejoras sociales y educativas.
El programa dirigido por Casariego sería la primera escuela de Setién, y su escalón inicial para pasar a ser, ad infinitum, el responsable de los planes generales, o de decisiones aparentemente inocuas como permitir el abuhardillamiento frente a la tradicionales azoteas. O normatizar el levantamiento de un edificio en el parque de Las Rehoyas, con el consiguiente efecto para los vecinos. Pero ese es el poder omnímodo que da el urbanismo.
José Vicente León, José Manuel Soria, Augusto Hidalgo, Juan José Cardona... No hay ni un alcalde que haya escapado a la influencia de Setién, con una gaveta elástica de lo que son los principios urbanísticos. Es más que probable que a raíz de la operación Valka, estos y otros ediles se encuentren en periodo de revisión de conciencia sobre qué hicieron en sus respectivas etapas. No por nada, sino por aquello de que hace falta dormir a pata suelta. Hay prescripción, pero queda la responsabilidad política.
Jerónimo Saavedra fue el único que movió ficha para quitarse de encima al alto funcionario, que cayó en desgracia con el socialista y fue destinado a coordinar el área de Vivienda. Pero Carmelo Padrón no aguantó y Carolina Darias, llamada a sustituirlo, tuvo que atender las demandas del partido. Y como he dicho otras veces, igual que el ministro Fouché de Seguridad con la Revolución Francesa, Setién no podía irse y volvió de nuevo. ¿Por qué? Eso lo sabe él y los alcaldes a los que nada más tomar posesión les presentaba sus respetos. Además, todo se complicaba aún más: Geursa, la sociedad de gestión urbanística creada para actuar con controles más laxos, crecía en contratos. E incluso, era acusada por el sector de competencia desleal y voluntad acaparadora dada su situación preferente como brazo empresarial y mercantil del Ayuntamiento. Setién, inexorablemente, era el indicado para tejer y destejer. Y no quedaba otra que su magisterio para formar a los herederos del tinglado.
Recibió la jubilación casi a la vez que la concesión del título de Hijo Adoptivo de la ciudad. Por primera vez, dado el acontecimiento, concedió una entrevista a este periódico y posó para un fotógrafo. Sin embargo, no todo fue almíbar: la Coordinadora de Asociaciones del Municipio, respaldadas por 19 colectivos, reclamaron que no se le diera la distinción por ser «responsable de graves conflictos urbanísticos». Una oposición vecinal así no tuvo que ser un buen plato para Setién, que en el momento del reconocimiento honorífico no era, ni mucho menos, aquel joven airado (la empatía nunca ha sido su fuerte) que había llegado al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria con un equipo que defendía la participación ciudadana a ultranza. O él era otro, o los tiempos realmente habían cambiado.
El poder absoluto del urbanismo es decidir, sin ir más lejos, hacia dónde tiene que crecer una ciudad. No es lo mismo hacerlo hacia Tamaraceite que en dirección a Telde. El poder absoluto del urbanismo es situar en el plano correspondiente una superficie comercial que variará toda la conformación socioeconómica de un barrio. También lo es que no se construya en El Confital o que se cree un parque en La Ballena...
José Manuel Setién Tamés ha estado en todo ello, con convenios, expropiaciones, unidades de actuación, acuerdos, compensaciones... Toda una maraña burocrática y de excitación de la rentabilidad, de búsquedas de posicionamiento, cuyas ramificaciones influirán definitivamente en la vida diaria de las personas, en su capacidad adquisitiva, en los hábitos sociales, en el bienestar, en la salud frente a la contaminación del tráfico, en las tradiciones, en la memoria histórica, en más o menos marginalidad, en una mayor o menor gentrificación...
Ante tanta varita mágica, una pregunta insoslayable: ¿Cómo ha pasado tan desapercibido? Ya nos hemos hecho eco de su especial personalidad, una mezcla entre oscuridad y control férreo de las personas que han estado bajo su mando. Un distanciamiento que, sin embargo, se relaja cuando está ante un alcalde o un concejal, a los que no duda con regar profusamente con su experiencia y conocimiento. ¿Imprescindible? Con toda probabilidad: el urbanismo, la carpintería interna que lo sostiene, no es apta para todos, y menos para ediles inexpertos que entran en pánico al ver las corrientes que se mueven en torno a la elaboración de un plan general. Es fácil hacer un traspaso a la desesperada, perder la directriz política y entregar al funcionario los destinos de la ciudad. Más de uno lo ha hecho sentado frente a un Setién que sabe el sonido de cada tecla, y que le aclara al temeroso cuál deber tocar finamente. Hay arquitectos que lo echan de menos, que reclaman su racionalidad, mientras que otros no ocultan su alegría por perder de vista a un sujeto con una autoridad superlativa, ya no excesiva.
Tres décadas pisando un terreno de minas deja tras de sí un reguero de enemigos. Pero la ambición pesa más que la insoportable presión. Pensemos sólo en clave de nómina, nivel funcionarial, y en poder activar y desactivar las válvulas que se quieran. El juez Rafael Passaro Cabrera habla de un patrón: «buscar suelos para ceder a acólitos». Según la RAE, acólitos es «una persona que sigue a otra, con una actitud de dependencia y subordinación».
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