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San Telmo, el parque del siglo

El Ayuntamiento aprueba en 1924 renombrar el parque de Cervantes con el nombre del patrón de los marineros

Vista del parque San Telmo en 1928 entre Triana y Bravo Murillo.

Vista del parque San Telmo en 1928 entre Triana y Bravo Murillo. / Kurt Hermann / Fedac

Las Palmas de Gran Canaria

Hasta la segunda mitad del siglo XIX la ermita de San Telmo estaba a orillas de una playa de callaos repleta de barcos varados y talleres de carpintería de ribera. Las Palmas de Gran Canaria era por aquel entonces una ciudad que carecía de grandes zonas verdes -esa siempre ha sido una de sus tareas pendientes-, por lo que el lugar en el que recalaban los buques procedentes del exterior, en el arranque de la calle Mayor de Triana, se tornaba como uno de los más idóneos para crear un parque. Un espacio que sería bautizado como Parque Cervantes.

¿Cervantes? El espacio que hoy corresponde al parque de San Telmo fue bautizado primero con el nombre del autor de El Quijote. No sería hasta marzo de 1924, hace un siglo, cuando el Ayuntamiento en sesión plenaria tomaría la decisión de cambiar la denominación a la del patrón de los marineros. Y es que dicha advocación llevaba poniendo el punto final a Triana desde el siglo XVI, cuando la ermita fue levantada desde sus cimientos. De hecho, resucitó tras el ataque de Van der Does de 1599 y sobrevivió al derribo de su melliza, la ermita de San Sebastián, tras una fuerte riada.

La 'Alameda Vieja'

Los primeros intentos para ajardinar San Telmo datan de finales del siglo XVIII. El corregidor Vicente Cano emprendió la tarea de modernizar la zona, tal y como relata Fernando Martín Galán en su libro Las Palmas Ciudad y Puerto. Y aunque llegaron a realizarse algunos trabajos en la conocida como Alameda Vieja, el geógrafo ubica los orígenes del parque en el año 1840, cuando el coronel Domingo Rancel propuso «construir un espacio de recreo que sirviera para ofrecer una buena imagen de la ciudad al forastero».

Plano de López de Echegarreta de 1883.

Plano de López de Echegarreta de 1883. / LP/DLP

Sería Cristóbal del Castillo y Manrique de Lara, alcalde entre 1858 y 1861, quien diera el impulso definitivo al parque. Quien fuera también diputado, compró de su bolsillo unos terrenos en el final de Triana. La idea era conectar la calle Mayor con el nuevo barrio de los Arenales y crear «una plazoleta que sirviera de desahogo para las operaciones del muelle», tal y como reflejan las actas municipales de diciembre de 1860. No obstante, Martín Galán reseña que la apertura de la calle no se ejecutó hasta 1868. Además, habría que esperar otros ocho años para que el Ayuntamiento aprobara las partidas de ajardinamiento.

El proyecto corrió a cargo del arquitecto Luis F. López Echegarreta, quien contó con una partida de 1.414 pesetas de la época para el ajardinamiento. Precisamente, el plano de la ciudad diseñado por este técnico en 1883 es el primero que refleja la existencia del parque. A falta de otros lugares de esparcimiento, el parque se convirtió en el lugar predilecto de los vecinos de la capital. Es más, como puerta de entrada a la ciudad desde el exterior de la isla, este punto era uno de sus epicentros. 

El apelativo de San Telmo

Desde uno de sus laterales -hoy calle Bravo Murillo- partían los carros -después los coches de hora- hacia el interior de la Isla; mientras que en el lado sur había un pilar de agua con el que se abastecía a los barcos y también los vecinos de Triana. La fuente dio durante años numerosos problemas por la escasez de caudal frente a una gran demanda. La calle sería bautizada con el tiempo Pilarillo Seco. Al mismo tiempo, bajo los árboles de la plazoleta jugaban los niños, se reunían los mayores y ocurrían todo tipo de acontecimientos.

Frente marítimo de San Telmo y Triana en 1895.

Frente marítimo de San Telmo y Triana en 1895. / Fedac

Y aunque fuera bautizado como Cervantes, el parque nunca perdió el apelativo de San Telmo. «La gente lo conocía por ese nombre, estaba junto a la ermita, lo normal es que terminaran llamándolo así», resalta Juan José Laforet, cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria. «Aquello fue una decisión que tomaron en el XIX, acorde a la época, para ensalzar la figura del escritor», indica. De hecho, teniendo en cuanta que el primer teatro de la ciudad llevó el nombre del dramaturgo Tirso de Molina, no es de extrañar que el Ayuntamiento siguiera la estela de coger nombres entre los máximos exponentes del Siglo de Oro.

Es más, en el plano de la ciudad realizado en 1914 por el arquitecto Fernando Navarro, el parque figura como «de San Telmo», aunque todavía faltaran diez años para que el Ayuntamiento tomara la decisión para rebautilizarlo. Por aquel entonces, el Consistorio ya discutía seriamente la ampliación del parque por el lado del mar, además de hacer realidad el testamento de Cristóbal del Castillo, quien había estipulado su deseo de construir una nueva iglesia para albergar su panteón familiar.

Las obras del ansiado ensanche comenzaron poco después. Sería la primera vez que la ciudad le ganaría terreno al mar, el preludio de lo que ocurriría décadas después con Cidelmar. En 1918 el alcalde -Bernardino Valle y Gracia- lanzó un edicto en la prensa en el que comunicaba que los dueños con carros podían permutar el arbitrio por la licencia de circulación si llevaban estos cargados de tierra hasta San Telmo para acometer el relleno que permitiría ampliar el parque.

Una nueva iglesia en San Telmo

Ese mismo año, la Junta testamentaria de Cristóbal del Castillo aprobó la partida de gasto para construir la nueva iglesia sobre la ampliación del parque. El proyecto estuvo valorado en 13.210 pesetas de la época. Este asunto traería de cabeza a la Corporación municipal durante años. Y es que, aunque los planos llegaron a exponerse en Triana, la obra nunca llegó a buen puerto. Como mucho, se levantaron los cimientos, «en alguna fotografía de la época se pueden ver», apunta el historiador Israel Campos, «justo donde ahora está el barco pirata».

San Telmo a comienzos del siglo XX.

San Telmo a comienzos del siglo XX. / Fedac

Mientras tanto, el Cervantes seguía siendo el centro de atención de la vida capitalina a las puertas de los locos años 20. La banda Los Exploradores era una de las más aclamadas por la prensa, hasta el punto que en las páginas de este diario llegaron a decir que «la música en el parque es lo único agradable que existe por las noches en la ciudad. Lástima que solamente toquen las noches de miércoles y viernes, y no lo hagan los domingos, cuando la población va a disfrutar de un rato de sosiego». Muchas veces esta acompañaba a un cinematógrafo que lograba amenizar las escenas en un tiempo en el que el cine seguía siendo mudo.

LA PROVINCIA resaltaba en sus páginas un primero de septiembre de 1919 lo concurrido que estaba el parque durante el estreno de La Bella Salamandra, film italiano de 1917 protagonizado por la actriz de cine mudo Giulia Cassini-Rizzotto, «se echaba de menos la música, pero el público salió satisfecho». Un año más tarde, este mismo diario reflejaba la prohibición de patinar en el parque tras las quejas de los vecinos.

El quiosco modernista

En 1923 comienza construcción del actual quiosco modernista, obra de Rafael Massanet. Laforet resalta del mismo la calidad de su cerámica, proveniente de Sevilla, de la casa de Nuestra Señora del Rocío, una de las que decoró también la famosa plaza de España de la capital andaluza. La cafetería estuvo junto al surtidor de gasolina de los coches de hora, al tiempo que a escasos metros se dotaba de un quiosco de la música para las bandas.

Mientras tanto, la prensa llegó a decir que «la ampliación del parque de San Telmo se eterniza, como la de las obras de la catedral, lo que debía ser un jardín ofrece todos los caracteres de depósito de escombros y basuras». A un lado, las obras paralizadas de la nueva iglesia -el mausoleo de Cristóbal del Castillo, construido en mármol italiano, se quedó finalmente en el cementerio de Las Palmas-; y al otro lado, la base «desproporcionada», decían, para el monumento de Tomás Morales. La estatua apunta Laforet, acabó en el paseo con el nombre del poeta.

Y es que San Telmo «ha tenido muchas vidas», indica el cronista. Tuvo fuentes e, incluso, en esos locos años 20 llegó al Ayuntamiento capitalino la propuesta para hacer un edificio vanguardista con restaurante, sala de baile y teatro, «como los que hay en otras ciudades». Sin duda, otro proyecto que se quedó por el camino de la historia.

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