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Recuerdos y flores para los que no están en los cementerios de Las Palmas de Gran Canaria

Con motivo del Día de Todos los Santos los cementerios de Las Palmas de Gran Canaria se llenan de familiares que visitan a sus allegados

Las Palmas de Gran Canaria

"Todavía no se me mete en la cabeza", comenta María del Pino Santana sentada en la tumba donde descansan su marido e hija. El miércoles fue el cumpleaños de su hija y ayer el de su esposo, por lo que atavió la lápida con unos globos de felicitaciones. La limpió cuidadosamente y puso flores frescas, además de unos muñecos de decoración. Santana va cada mes a visitar a sus allegados, pero ningún año falta en una fecha tan especial como el cumpleaños de sus seres queridos. Como ella, cientos de personas comienzan la peregrinación a los cuatro camposantos de Las Palmas de Gran Canaria con motivo del Día de Todos los Santos.

Santana se encontraba en el cementerio de San Lázaro junto con su otra hija. "Mi niña era la más hermosa, me quería con toda su alma", asegura. La muerte se la llevó demasiado pronto, con tan solo 38 años y dos hijos a su cargo. Una complicación médica en el intestino se la llevó por delante, fue un caso médico tortuoso que su familia aún recuerda con pesar. Estuvo durante años aquejada por dolores abdominales hasta que, según detalla la familia, fue trasladada a Madrid para un trasplante de intestino, que no salió bien. "Estuvimos un año y medio en Madrid", recuerda Santana. La mujer siempre ha estado cerca de sus familiares en los momentos más difíciles, por ejemplo, cuando su marido enfermó hace dos años de un cáncer de pulmón no se movió de su lado. "Cada vez que cobro la paga de viudedad le compro más flores que nunca y se las pongo", comenta. En unos meses cuando llegue la época navideña también incorporará figuras de Papá Noel y decoración.

Evitar aglomeraciones

Unas calles más allá Josefa Rodríguez limpiaba el nicho de su madre y su sobrino en compañía de su esposo José Luis Ramírez. El matrimonio se adelanta un día porque el primero de noviembre "no se puede estar" por las aglomeraciones y cuesta encontrar aparcamiento. "Con mi rótula rota no puedo hacer mucho esfuerzo", explica. Con delicadeza colocó los crisantemos que destacaban frente al negro de la piedra del sepulcro. La pareja conversaba con los familiares del nicho de abajo sobre los robos de flores, que ya han experimentado en varias ocasiones. "Duele no porque sean caras sino por el cariño que le pones", señala Ramírez. Aunque cada dos o tres meses se dirigen al cementerio, esta época es especial porque les recuerda la importancia de honrar a los que no están. "Mi madre tenía su carácter, pero era buena, como era la gente de antes", recuerda. En la tumba de su madre coloca las flores que más le gustan, pero en la de su sobrino siempre son blancas. El joven de 15 años falleció un Día de Canarias en la playa. "Estuvieron 45 minutos dándole un masaje cardiorrespiratorio", cuenta Ramírez.

Josefa Rodríguez riega las plantas del nicho de su madre en el cementerio de San Lázaro.

Josefa Rodríguez riega las plantas del nicho de su madre en el cementerio de San Lázaro. / José Carlos Guerra

El matrimonio mantiene, así el recuerdo de aquellos que tanto quisieron en vida, aunque no hace falta haber conocido a un ser querido para honrar su memoria. Begoña García visita a su hermana mayor que nunca llegó a conocer, ya que falleció cuando tan solo tenía un año. "Mi madre me la presentó aquí", señala. Ahora tiene 92 años, así que es el turno de García de continuar con la tradición, así como enseñar a los más jóvenes. Aunque en esta ocasión su hija no pudo acompañarla porque estaba trabajando en el sur ningún año falta a la ocasión. "A ella le gusta, se siente mal si no viene, así que vendrá en otro momento", explica. A su lado estaba su marido Sergio Morán, que explica que solo vienen una vez al año, pero están toda la mañana porque visitan a varios allegados. Entre ellos está su padre, un hombre tan singular como querido. "Tenía un carácter especial con su risa para adentro. Si yo decía que era del Madrid, él decía que era del Barça solo para llevar la contraria. Pero era muy buen suegro", afirma. La familia habla con ellos, cuentan sus problemas y las alegrías del día a día. "Mi marido dice que no se enteran, pero yo lo hago igual", explica García. A su lado, Morán defiende que lo hace "para hacerla rabiar" porque él también cree que es una buena terapia.

Recordar a los ausentes

Pino González lo deja claro, si no es porque acompaña a su familia no iría al cementerio. "Prefiero tener una foto en mi casa porque para mí aquí ya no hay nada", opina. Para su tía Lourdes López la explicación es que a la gente joven ya "no le gustan los cementerios". Aunque no es el plan favorito para González les ayuda en todo lo que puede porque sabe que es un momento importante para ellas, y que a su edad les cuesta llegar a los nichos más altos. Dolores Ortega visita a su marido, su madre y hermano, a los que no olvida en su día a día. "Yo les hablo todos los días, los recuerdo a todas horas como si estuvieran aquí conmigo", afirma.

Cementerio de San Lázaro este jueves.

Cementerio de San Lázaro este jueves. / José Carlos Guerra

Agustina Suárez también era reacia a ir a los cementerios hasta que se jubiló y comenzó a ir con su hermana mayor todos los meses. "Suelo saludar a mis padres y sobre todo a mi madre le cuento si tengo algún problema", cuenta. Su madre falleció hace 55 años y su padre unos años antes, Suárez era una adolescente cuando todo sucedió. Ella era la más pequeña de la familia y la cuidaron sus hermanos más mayores. Entre las tumbas que visitan también se encuentra la de su hermana mayor que falleció con nueve años. "La echo de menos, me pregunto cómo habría sido nuestra vida si no hubiera fallecido", murmura. Aunque no pudo disfrutar de su compañía durante mucho tiempo aún atesora valiosos recuerdos como las tardes de juegos.

Ester Ortega visitaba a su padre, que lo echa de menos desde hace seis meses. La herida es reciente, además de que no tuvieron tiempo para despedirse, la enfermedad hizo mella en el hombre y en dos meses ya no estaba. A su lado se encontraba su madre, Carmen Camacho para acicalar el nicho, hablar con él y rezarle. Madre e hija suelen hacer visitas cada 15 días sin falta. "Él estaba siempre con nosotras y buscaba algo que hacer y ahora se siente una soledad en la casa", confiesa Camacho. Pero Camacho no se viene abajo: "No nos podemos aferrar a la muerte". La mujer considera que la vida hay que vivirla "como viene", porque incluso el día señalado para recordar a los que ya no están puede ser un canto a la vida.

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