Los 45 años de Guaguas Municipales
La empresa de transporte público de Las Palmas de Gran Canaria se municipalizó el 23 de octubre de 1979.
A 45 años de su reconversión, Feluco Marrero y Elías Castro, dos de los protagonistas de su transición se encuentran con LA PROVINCIA para recordar cómo vivieron esa etapa y cuáles son los retos actuales.

LP/DLP
Cada uno llega a la cita en medios diferentes. «Yo, en guagua. Dejé el coche en Cruz de Piedra y cogí la 33 porque por esta zona de Triana-Vegueta es imposible aparcar», señala Rafael ‘Feluco’ Marrero, mítico líder sindical de los guagüeros . «Yo, caminando. Vivo más o menos cerca y viene bien un paseo», añade Elías Castro, el primer gerente responsable de la transición de la Asociación Patronal de Jardineras Guaguas hacia su municipalización. A ambos les unen 45 años de encuentros y desencuentros. «Éramos adversarios, pero nos unía un mismo fin, tener un servicio de transporte público de calidad y unificado».
Entre los años 60 y 70 las guaguas, de carácter privado, eran un negocio boyante. «Los propietarios que tenían una guagua -conocidos como patronos-, en realidad habían comprado un puesto de trabajo. Era como el taxi hoy en día. Gente que venía de Venezuela o Guinea con dinero compraban los coches y los trabajaban jornadas de hasta 12 horas», explica Castro.
La ciudad empezaba a crecer y a notar el aumento de vehículos y de turismo, lo que empezó a ralentizar los servicios. «Una guagua que iba del Puerto a Las Palmas hasta 12 veces al día, empieza a hacerlo solo 5 o 6 veces. El negocio comienza a dejar de ser rentable», recuerdan. El descontento entre los trabajadores se hace notar. «Cuando vemos que, a pesar de que la guagua era un negocio rentable, no se traducía en un salario justo empezamos a movilizarnos», añade Feluco. «Tal era el caos, que los patronos nos pagaban con vales y anticipos porque no había liquidez».
La intervención municipal
En 1977 el ambiente entre trabajadores y patronal empeora. «Ya entonces peleábamos para que las guaguas fueran públicas y se las quitaran a los patronos, que nos llevaban por la calle de la amargura debido a las malas condiciones laborales y de servicio», continúa el conocido portavoz sindical. Ese año, el Ayuntamiento decide intervenir. «Lo hizo con Batllori. Era como un policía que nos vigilaba todo el tiempo. Pertenecía al sindicato vertical, el conocido sindicato franquista».
Las opciones que los guagüeros empiezan a plantear eran la creación de una cooperativa, insularizar la empresa, municipalizarla o crear una sociedad anónima similar a la de Salcai. Las cuerdas se tensan hasta tal punto que el Consistorio, dos años después, se ve obligada a tomar una decisión: «O devolvía la empresa a los antiguos patronos o se quedaba con ella. Y optaron por quedársela el 23 de octubre de 1979 durante el pleno municipal de las Casas Consistoriales, en la plaza de Santa Ana.
Bajo el mandato de Manuel Bermejo hasta 1980, y después Juan Rodríguez Doreste, el Ayuntamiento negoció con la empresa 600 millones de las antiguas pesetas para hacerse con una flota de 190 coches, 200 conductores (entre conductores-empleados y patronos), 300 cobradores, y poco más de 100 personas del área administrativa, entre ellos, Feluco, que se había convertido ya en un destacado líder sindical. En total, casi 700 trabajadores. El grupo designado para gestionar la reconversión en enero de 1980 estuvo encabezado por Elías Castro. Él con apenas 25 años. Feluco, con 17 años. «Éramos para ellos unos intrusos porque les impedíamos la autogestión, que era una de sus principales reivindicaciones». Una vez conseguida la municipalización, las primeras reuniones fueron para lograr el primer convenio colectivo. «No se despidió a nadie, y los 300 cobradores se reconvirtieron en conductores a través del PPO (Plan Profesional Obrero), y otros trabajadores más en mecánicos», señala Castro.
"¡¿Además de conducir, vamos a tener que cobrar?!"
A cada intento de negociación le seguía una nueva manifestación. «Le hicimos unas cuantas huelgas buenas a Elías, cada dos por tres». Siguieron las pugnas porque los conductores no querían ser perceptores. «¡¿Además de conducir, vamos a tener que cobrar?!», decían los guagüeros. Turnos partidos, liquidaciones, los nuevos aparcamientos. Las diferencias se sucedían. «Lo de conseguir que dejaran las guaguas en una única zona en lugar de llevárselas a sus casas fue todo un lío», recuerda Elías. «Las aparcaban en Escaleritas, el Puerto y hasta había quien se la llevaba a Valsequillo!». A lo que Feluco le contesta con bravuconería: «Claro, y además las pintábamos con spray». De aquel tira y afloja surgió ‘la corrala’ en el Parque Blanco, la que consideran la primera estación de guaguas de la ciudad.

Feluco Marrero y Elías Castro, frente a las Casas Consistoriales donde el comité de empresa se encerró una semana a modo de protesta. / Andrés Cruz
La rivalidad entre ambos hizo que hasta se despidieran mutuamente. «Yo lo hice con él y con 13 personas más por participación en huelga ilegal, pero al final los tuvimos que readmitir porque no hubo testigos que los identificaran, a pesar de que sabíamos perfectamente que eran ellos», comenta Elías entre risas. «Y se la devolvimos, porque en la siguiente reunión a quienes propusimos despedir fue a él», añade Feluco. Defendidos entonces por el abogado Carlos Suárez, conocido como ‘el Látigo Negro’, el comité de los trabajadores tenía su base de operaciones en la calle Cano 18. «No salíamos de allí. Era donde planificábamos todo».
Feluco Marrero se dedica ahora al boxeo y usa ese deporte para comparar cómo era, en el fondo, su relación con la gerencia provisional. «Éramos como dos luchadores que iban a disputarse un título, pero que al final siempre hacíamos ‘match nulo’ porque en el fondo defendíamos lo mismo, pero cada uno desde una esquina, tirando para lo suyo».
La rivalidad de dos protagonistas
En 1986 se constituye finalmente Guaguas Municipales como la sociedad que se conoce en la actualidad. Hasta entonces, las idas y venidas de estos dos carismáticos líderes, fueron numerosas. Y todavía hoy, pese a la complicidad, se asoman las diferencias. Sentados en una cafetería de la plaza de Santa Ana recuerdan cuando el comité de empresa se encerró una semana en las oficinas de la empresa de transporte para forzar una nueva negociación.
El debate sobre la actual gratuidad del transporte les pone de nuevo en posturas opuestas. «Desde aquella época pedíamos que fuera gratuito, y estoy de acuerdo en que a día de hoy se mantenga. Hace que el guagüero lleve a más usuarios, sí, pero es cuestión de adaptarse», apunta Feluco. En cambio, Elías se opone. «Solo por el costo que supone mantener la calidad del servicio, una parte la tendría que aportar el beneficiario. Y si encima estás llevando usuarios que cogen la guagua para no caminar 100 metros, eso no es positivo». Feluco le responde que no está de acuerdo. «Yo la he cogido hoy en Cruz de Piedra y no se bajó nadie durante mucho tiempo hasta llegar a las paradas claves».
Volviendo al símil del boxeo, los púgiles se abrazan a la hora de despedirse. Quedan en hablar pronto. De transporte, de derechos conseguidos y de nuevos proyectos. Elías retoma su paseo y Feluco -entre saludo y saludo de otros compañeros-va a la parada. Mientras, a un costado de ellos, una de las nuevas y modernas guaguas articuladas les sobrepasa.
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