El asesinato más famoso en el hotel más emblemático de Las Palmas de Gran Canaria
En 1906, un inglés murió asesinado en el Hotel Santa Catalina y el final de la historia fue tan raro que pocos lo creyeron

El Hotel Santa Catalina en una fotografía de 1906. / Fedac

Eduardo Reguera guarda en su gabinete de curiosidades de Las Palmas de Gran Canaria una historia tan morbosa como, en apariencia, anodina. O eso podría pensar uno. ¿Qué tiene de especial asesinar a alguien en un hotel? ¿Es acaso más insólito que hacerlo en un bareto o en un piso de la periferia? El anonimato marca lo interesante y lo banal. Matar a alguien en un hotel es como no matar a nadie. O, mejor dicho, es como matarlos a todos.
Hagamos un inciso. Esta introducción solo sirve si el asesinato llega y vuelve de desconocido a desconocido. Un asesinato entre familiares en un hotel es tan solo un crimen común fuera de casa. El interés —si es que una muerte puede tenerlo— aparece aquí a través del azar. ¿Por qué el huésped de la 23 y no aquel tan despistado de la 15?
No sabemos en qué habitación se hospedaba Fred Wheteley, pero dejó de ocuparla el 20 de febrero de 1906. Según documenta Reguera, el natural de Thorpe Hesley —un municipio muy céntrico de Inglaterra— fue encontrado muerto en las afueras del Hotel Santa Catalina. Desde su inauguración en 1890, este complejo era uno de los (pocos) hoteles verdaderamente distinguidos de la ciudad.

La entrada al Hotel Santa Catalina, en una fotografía de 1927. / Fedac
Un día en Las Palmas
Tenía 48 años, era soltero y apenas llevaba 24 horas en Las Palmas. No es el peor epitafio. Quizá el lector crea que estamos siendo demasiado cínicos en la narración. O solo demasiado peliculeros. En las siguientes líneas nos definiremos.
El cuerpo había sido arrojado desde la azotea del edificio. Eso pensaron de entrada los investigadores, y seguramente no se equivocaban. Sin embargo, la causa de la muerte era otra muy distinta. El doctor Harrison, que confirmó su defunción in situ y realizó la autopsia, destacó las heridas bajo la barba, notablemente expuestas en el cuello. No era un suicidio: lo habían estrangulado.
Había un asesino suelto en Las Palmas y faltaba el reloj de la víctima, recalca Reguera. Si el lector es avispado —y no lo dudo— pensará en lo evidente: deshacerse del objeto lo más rápido posible. Bien sabe cualquiera que presumir de un gran reloj un par de horas no compensa si el cambio es la cárcel.

Interior de una de las habitaciones del Hotel Santa Catalina en 1905. / Fedac
La búsqueda del reloj
No había bar en la ciudad que no conociera la noticia y todos se hacían preguntas parecidas. Como las que nos haríamos todos. Sin embargo, estamos ante una historia tan circular que resulta difícil de creer. Tal como afirma Reguera —el relato es suyo, y Dios me libre de robárselo—, el guardia municipal que encontró el cadáver fue protagonista hasta el final.
El guardia inició, junto al jardinero, la búsqueda del reloj: la única prueba que podía delatar al autor del crimen. No estaba en el hotel. Para seguir buscando, o ya cansado de la jornada de trabajo, pidió una calesa para regresar a lo más céntrico de la capital grancanaria. Tras varios kilómetros en silencio y al ir a dar propina, el guarda se dio cuenta de los arañazos en la cara y en los brazos del conductor, y en la "leontina de oro" que colgaba de su chaleco.
Contado así, suena a historia hecha mal y pronto, pero las cosas sucedieron tal cual las narra el escritor grancanario en su Gabinete de Curiosidades. Por supuesto, antes de tan merecido descanso, el famoso guardia detuvo al tipo más sospechoso de la ciudad, y seguramente contaría la historia desde aquel día hasta su muerte. Aun así, algunos seguirían sin creérselo. Más de uno seguirá sin hacerlo hoy en día.
Los restos de Wheteley, recuerda Reguera al cerrar el capítulo, descansan "bajo la maleza" del Cementerio Inglés de Las Palmas de Gran Canaria.
(Basado en un capítulo de Eduardo Reguera incluido en su libro El Gabinete de Curiosidades de Las Palmas de Gran Canaria.)
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