Lucas vuelve a abrazar a su madre tras 135 días de misión del buque 'Relámpago' en África
El buque de acción marina regresa a Canarias y llena de emoción el Puerto de Las Palmas con abrazos y lágrimas

La Provincia
Lucas se aferraba al cuello de Jezabel y no se soltaba, y ella, feliz, no dejaba de besarle. Era la primera vez que se separaban y lo hicieron durante cuatro meses y medio, el tiempo que duró la misión que la tripulación del buque de acción marítima Relámpago desarrolló en el Golfo de Guinea y la costa occidental de África. Ella tiene 36 años, él tres, son madre e hijo y después de 135 días se fundieron este miércoles en un abrazo en el muelle de la Base Naval, en el Puerto de Las Palmas.
Jezabel Hernández llegó a la capital grancanaria a bordo del Relámpago una hora antes de lo previsto, sobre las 7.30 horas, y permaneció en la cubierta del buque mientras abajo, a pie de muelle, el pequeño Lucas y su padre le esperaban junto a decenas de familiares de sus compañeros. Atrás dejaba la experiencia de la primera misión internacional en la que participaba desde que se convirtió en madre, un despliegue en el Golfo de Guinea para fortalecer la presencia marítima española en esta zona de África, participar en actividades de cooperación militar con las marinas de los países ribereños y ha apoyado a las diferentes delegaciones diplomáticas españolas, bajo el mando del comandante y capitán de corbeta Víctor Meijueiro.
La separación de su hijo ha sido lo más duro de esta expedición para ella, ya que aunque se comunicaban a través de videollamadas, «a él no le gustaba» porque «le parecía extraño» ver a su progenitora a través de la pantalla. Ahora, el plan es «estar con él 24-7», es decir, todo el tiempo, y disfrutar con su hijo y su marido de unas merecidas vacaciones.

Lucas y Jezabel, abrazados en el muelle del Arsenal. / José Carlos Guerra
A pesar de la emoción, el pequeño atinó a decir que estaba muy feliz de estar de nuevo en sus brazos, y mientras apretaba aún más el cuello de su madre avanzaba que iba a dormir con ella.
'Misión hamburguesa'
Gabriel Crespo aguantó la emoción cuando, casi dos horas después de haber llegado al Arsenal pudo fundirse en un abrazo con su madre. «No me dijo nada, solo se puso a llorar», afirma este marinero al que esperaba uno de los grupos de familiares más numerosos.
Con 19 años, esta fue su primera misión internacional y aunque él lo llevó bien, a quienes se quedaron en la Isla esperándole se les hizo «duro al principio», aunque viéndolo «contento y haciendo lo que le gusta», el pesar se convirtió en alegría. Su hermano Andrés, de 13 años, no podía disimular la emoción mientras esperaba a que bajara del barco. Está orgulloso de Gabriel, pero no tiene intención de seguir sus pasos; él quiere ser futbolista.
Gabriel confesaba que, pese a que durante la misión ha tenido la oportunidad de estrechar lazos con sus compañeros y se ha acostumbrado a verlos cada día, ahora quiere «echarlos de menos un poquito» y disfrutar de sus seres queridos.
Tras cuatro meses y medio embarcado, el antojo que tenía era «ir a comer una hamburguesa». Le daba igual cuál y con qué ingredientes. «En África no había hamburguesas malas, pero como las de aquí, no hay ninguna».

El Buque de Acción Marítima 'Relámpago' regresa de su despliegue de 135 días en el Golfo de Guinea y la costa occidental de África / José Carlos Guerra
Resignación
Ese era el mismo antojo que tenía Jeni Otero, otra de las soldados que se reencontró con sus seres queridos en el Arsenal. Su madre, Nuria Ogando, se ha ido acostumbrando a este tipo de misiones con el paso de los años. «Las primeras veces son más duras, pero luego te acostumbras; no dejas de preocuparte y se hace largo, pero con las llamadas se hace más llevadero».
Jeni la entiende y reconoce que las llamadas son cortas porque tienen mucho trabajo en el barco y que para ellos es más fácil porque no paran, pero cuando llegan a casa se dan cuenta de todo lo que añoraban a sus seres queridos. Las dos horas que tuvo que esperar por el protocolo en la cubierta «fueron un estrés», sabiendo que abajo estaba su madre, su hermana y su sobrina Zaida Quero, de ocho años, con un enorme cartel para darle la bienvenida.
Quien cambia la hamburguesa por un buen filete es el teldense Daniel López para complacer a su padre Rodrigo que no podía dejar de llorar desde que pudo abrazar a su hijo.
El placer de las pequeñas cosas
Carlos Martín es un veterano y lleva ya a cuestas al menos una quincena de expediciones con la Armada. «Es siempre más o menos lo mismo, dar seguridad y enseñar a los otros países cómo se monta una seguridad en un barco, cómo se hacen los abordajes tanto para ayuda humanitaria como para inspección, o, en el caso ya más extremo, antipiratería o antidroga». Los sistemas de comunicación vía satélite, relata, hacen más llevadera la separación de sus seres queridos. Este miércoles, en el muelle nadie le esperaba porque su mujer estaba trabajando, pero su intención es pasar los próximos días y semanas con ella, comer bien, dormir en su cama y tener la tele para él solo.
Tampoco era la primera vez para Jésica Pacheco, una menorquina destinada a este BAM que tiene a La Luz como puerto base a quien esperaban en el muelle su pareja, su madre y su hermana, y una de sus mejores amigas, que vinieron para darle una sorpresa. Precisamente es a ellos a los que añoró durante los cuatro meses que estuvo embarcada porque en el barco comen bien, tienen rutinas y el trabajo le gusta.
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