¿Quieres conocer la historia del barbero que no acepta tomaduras de pelo durante los 60 años que lleva en su peluquería?
A sus 84 años José Castro sigue disfrutando hablar de cualquier tema que surja con sus clientes con una sola norma: no pueden dejar el corte para última hora

Peluquería Castro / Andrés Cruz

Peluquería Castro cumple 60 años desde que su letrero se puede ver al fondo de la calle Jerónimo Falcón, en Las Palmas de Gran Canaria. Su propietario, José Castro, aún recuerda cuando lo instaló. Al principio seguía el estilo de los letreros de los años sesenta, con fluorescentes brillantes que atraían la mirada de los que cruzaban la calle. Al cabo de unos años se vio obligado a cambiarlo, pues se prohibió que estuvieran encendidos por la noche. Fue entonces cuando aprovechó la oportunidad para sustituir ‘barbería’ por ‘peluquería’ y, aunque el pintor cometió el error de volver a escribir la palabra que ya estaba, José Castro se empeñó en corregirla.
Para él, su negocio ha sido un acierto. «Si volviera a nacer sería barbero otra vez», sentenció. Sus hermanos tomaron caminos profesionales dispares. Uno fue aparejador, otro trabajó en la hostelería, pero José, conocido por sus clientes como Pepe, siempre tuvo claro que quería seguir los pasos de su abuelo y de su padre.
Comienzos
Su camino empezó en Sardina del Sur afeitando en la barbería de su padre, cuando todavía no había cumplido los trece años. Por aquella época, este servicio se cobraba a 1,50 pesetas. Lo primero que ganó fueron 20 pesetas que le entregó a su madre, un hecho que le llenó de orgullo. Así empezó a ganarse la vida y no le fue mal. «Cuando un obrero ganaba 300 pesetas por semana, yo ganaba más de 800», comentó.
Durante aquellos años aprendió de los errores que cometía su padre, Don José Castro Machín, como consecuencia de su carácter bondadoso. «Abusaban de él», aseguró. Su familia era numerosa. Algunos de sus primos y tíos no pagaban el corte. A cambio de algunos favores, los amigos de su padre tampoco lo hacían. «Si te casabas, como ibas a tener gastos no pagabas. Si se te moría un familiar, como tenías que pagar el entierro, pues tampoco», explicó el barbero.
José juró que ninguna injusticia ocurriría en su negocio. Para dar los primeros pasos en la construcción de este, tuvo que esperar a cumplir los 21 años, cuando convenció a su madre para que la familia se mudara a la capital, aprovechando el dinero que su padre ganó con la venta de unos solares en Vecindario.
Nuevas modas
Una vez llegó a las Palmas de Gran Canaria, antes de empezar su propia aventura empresarial, tuvo que aprender las nuevas modas que nunca habían llegado al campo. De donde venía, solo se cortaba el pelo y se afeitaba. En la ciudad, además de todo esto, se cortaba el pelo a navaja, se ponían pañuelos calientes en la cara y se daban lociones capilares para retrasar la caída del pelo. «Eran mentiras, pero había que tenerlos. Pantene, Abrotano Macho, Petróleo Gal y varios más», apuntó.
Para aprender el oficio, fue a la calle Ripoche, cerca del Parque Santa Catalina, donde el señor que le afilaba las tijeras a su padre tenía una peluquería. Allí estuvo seis meses, el tiempo suficiente para aprenderlo todo. «No me costó mucho», confesó. De aquel lugar también se llevó varios clientes que aún conserva.
El cuatro de octubre de 1965, abrió su propia barbería con 24 años. Desde entonces, Pepe lleva trabajando con «gusto», siguiendo un método de trabajo «riguroso» y evitando ser un «charlatán», pues «si eres una persona seria, que tratas a todo el mundo por igual, la gente te respeta».
Durante el transcurso de esta entrevista, un cliente asomó su cabeza por la puerta rosácea del local. «¿Estás acabando el día?», le preguntó a Pepe, quien le respondió que ya había acabado desde hacía algún rato. El barbero lo invitó a leer un cartel que estaba a la derecha de la entrada. «No lo dejes para última hora», leyó el cliente, quien le dio la razón. Ambos se rieron. «Mañana nos vemos», se despidieron. En su peluquería, todas las personas se miran con los mismos ojos y no se hace ninguna excepción. «Yo aquí no tengo ni don fulano, ni mi gran amigo, ni mi buen cliente. Todos son iguales», aclaró. El que no ha entrado antes de la hora de cierre, a las siete de la tarde, se va con el pelo como lo ha traído. La clave, según Castro es encontrar las palabras adecuadas para decirlo y educar a los clientes para que respeten los horarios.
Un hombre sociable
Castro se define como un hombre sociable, lo que explica que, lo que más disfruta de su trabajo sea hablar con sus clientes, que vienen desde Agaete, Firgas y hasta de Mogán. Tanto es así, que un corte que puede hacer en 20 minutos, lo termina en 30 porque se queda charlando. Además, es «muy raro, muy raro, muy raro» que no salga un tema de conversación. Su trabajo va más allá de afeitar y cortar. A veces también le toca dar consejos de amor, pues en la Peluquería Castro se habla de todo: «De política, de mujeres, de lo que sea». También respeta a aquellos que prefieren no hablar.

Comercio histórico: Peluquería Castro / Andrés Cruz
Sin embargo, confiesa que se ha llevado muchas decepciones cuando algunos clientes con los que sentía una «íntima amistad del carajo», han dejado de pasar por su negocio sin dar ninguna explicación.
Cuando mira atrás, José Castro no se arrepiente de nada. «He trabajado y he disfrutado». Ha aprovechado sus vacaciones, de las que siempre disfruta en agosto, para recorrer gran parte de La Península con su autocaravana. En sus planes de futuro no está recogida la jubilación. «No estoy en ningún sitio mejor que aquí», explicó. Además, tampoco quiere abandonar a sus clientes de toda la vida. Por ello y por su pasión, no tiene pensado parar, va a seguir trabajando hasta que «me jubile Dios».
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