Docencia
Música, un remedio para el alma de Fernando Calvo, profesor catedrático de la ULPGC
Tras su jubilación, este profesor ha retomado una asignatura pendiente: tocar el piano. Anima a todos a apuntarse a la Escula de Música, pues tocar un instrumento es un antídoto contra la vejez mental


Fernando Calvo fue Profesor Catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Justo ahora que lleva dos años jubilado, ha retomado una asignatura que tenía pendiente: tocar el piano. Un arte del que está disfrutando y aprendiendo gracias al empeño vital que muestra en la Escuela Municipal de Educación Musical de Las Palmas de Gran Canaria.
Valiéndose de la madurez de sus hermanos, él, que era el pequeño de la casa, escuchó los álbumes de los Beatles cuando todavía se reproducían en los tocadiscos. En aquella época los cantantes no colgaban una publicación en Instagram anunciando el lanzamiento de sus temas. Tampoco había bailes virales de TikTok. Con suerte, se enteraban de los nuevos proyectos cuando visitaban las pocas tiendas a cargo de fanáticos de la música que había. Recuerda con nostalgia cuando un disco que venía de Londres tardaba incluso seis meses en llegar a La Isla y, cuando por fin aterrizaba en sus manos, se reunía con sus amigos para escuchar los temas.
Con 16 años empezó a tomar clases de piano con el artista de jazz Luis Vecchio, quien había traído a Canarias un estilo novedoso que inspiró a Fernando. Sin embargo, cuando terminó el instituto se topó con un cruce de dos bifurcaciones: dedicarse a la música o ir a la universidad. En Canarias se estaba dando una «eclosión musical» con una «riqueza impresionante», que, en muchos casos, superaba el talento de los grupos de la península.
Se ha enfrentado a la hoja en blanco y ha reunido el coraje para componer piezas
No sentía que trabajar de la música fuera una garantía de supervivencia, porque «veía que se moría en Canarias», por lo que finalmente se decantó por dedicarse a la Psicología. No se arrepiente de ello pues, empezó a estudiar la mente y le «encantó». En 1995, alcanzó la cátedra de escuela en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y dedicó su vida a la investigación y a la docencia en las facultades de Medicina, de Enfermería y de Fisioterapia. Aunque lleva dos años jubilado, Fernando sigue estudiando los secretos de esta ciencia para «no desvincularse» de ella.
Una nueva oportunidad
En este tiempo ha retomado una asignatura pendiente: el piano. «Esta es mi oportunidad», expresó cuando se jubiló. Dedica tres horas de estudio de este instrumento, cosa que antes era «inviable». Además, cada semana va a la Escuela Municipal de Educación Musical de Las Palmas de Gran Canaria. «Voy a intentarlo», dijo al principio de su aventura y tuvo la suerte de conseguir plaza. Cuando se abren las matrículas, las vacantes se llenan en minutos. «Abrimos a las nueve de la mañana y a las nueve y cuarto ya hay 5.000 plazas pedidas», asegura la secretaria de Educación, Cultura y Deportes, Nina Santana.
Los que siempre llegan tarde no teman. La matrícula de la Escuela de Música está abierta durante todo el año. Existe una fase inicial, en septiembre, pero al producirse movimientos, ya sea porque los alumnos se dan de baja o porque cambian de instrumento, aparecen nuevas plazas.

Fernando Calvo al piano de la Escuela Municipal de Educación Musical de Las Palmas de Gran Canaria. / ANDRES CRUZ
Las tres escuelas de música de la ciudad, en la Feria, en Vegueta y en la Isleta ofrecen 28 especialidades de instrumentos, desde sonidos melódicos como el clarinete, el oboe y el saxofón, a algunos más pulsantes como la batería. Allí, Fernando ha podido pulir la técnica del piano, un instrumento que adora porque le permite ser «un hombre orquesta». Asegura que, al contrario de lo que ocurre con el violín o el chelo, que necesitan de más instrumentos porque «llevan la melodía», el piano puede interpretar «hasta seis voces», un reto del que recibe satisfacción cuando lo logra.
Música para el alma
Él, que también es experto en psicología, explica que la música tiene un beneficio cognitivo, por lo que anima a la gente a que inviertan el tiempo aprendiendo la bondad de este arte o «cualquier tipo de nuevo aprendizaje». En el piano, la mano derecha y la izquierda son completamente independientes entre sí, pues una misma obra, tiene un doble pentagrama. El superior, en Clave de Sol, lleva la melodía y el inferior, en Clave de Fa, la armonía. Este esfuerzo, sostiene, implica un trabajo mental y cognitivo: «Es un antídoto contra la vejez mental».
Además, en el terreno más sensible, cuando se está triste, melancólico o alegre, «la música sirve un poco para acompañar esos estados emocionales y otras veces para salir de ellos». Explica que es natural acabar escuchando canciones melancólicas cuando sentimos aflicción: «Si tu pareja te deja, tienes que estar triste. Hay que pasar un duelo y eso es lo sano». También hay esperanza, pues el disfrute del ritmo ayuda a salir de ese estado. «Si ya empieza a cronificar, la música puede mover hacia otro lado».
Lo que más valora Fernando de su proceso de aprendizaje en la Escuela de Música de Vegueta es su flexibilidad. Los alumnos tienen que alcanzar unos conocimientos, pero usan un método ideal para el pianista porque «justamente lo que busco es no tener presiones de ningún tipo».
Ante la tristeza, «la música sirve para acompañar estados emocionales o para salir de ellos»
Estas escuelas ofrecen un proceso formativo no reglado. Es decir, a diferencia de otros centros como el Conservatorio, en los que se obtiene un título, las escuelas de música son un lugar de aprendizaje destinado al ocio y al desarrollo personal de los alumnos. De hecho, Santa conoce casos en los que los estudiantes han formado bandas o componen sus propias piezas. «La escuela de música es una fuente, primero, para que ellos descubran su propio talento, pero a veces también de proyecto de vida», garantiza la edil. Fernando agradece al profesorado, por el apoyo que ha recibido en los momentos de frustración frente a las teclas. Para aprender, siguen reglas dóciles. Van «buscando partituras» que proponen los profesores, pero también él mismo. Ahora se encuentra «peleando» con un Nocturno Op. 9 de Chopin.
No es fan del reguetón. Para su gusto, repite los mismos temas de amor y desamor: «siempre está pisando el mismo tema una y otra vez». Su estilo se acerca más al Barroco. Disfruta de la riqueza de las piezas de Johann Sebastian Bach, el compositor del siglo XVIII, cuyas obras se consideran la cúspide de este estilo marcado por el contrapunto. En esta mezcla de «voces» radica la dificultad de la técnica de estas piezas, algo que Fernando admira: «Es como si tuvieras un coro de personas y cada una estuviera interpretando una nota diferente, pero suenan todas juntas en armonía. Con tus manos estás haciendo tres, cuatro, cinco voces diferentes».
Se ha enfrentado al miedo a la hoja en blanco. Fernando ha reunido el coraje para componer obras, que, desde su humildad denomina «cosillas». Aunque no ha sentido la necesidad de compartirlas, tiene pensado seguir divirtiéndose con su piano: «Voy a seguir jugando a componer».
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