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¿Por qué es tan importante la panadería de Las Palmas de Gran Canaria con una orden de cierre? Una historia de harina, lotería y cartillas de racionamiento

La panadería Miguel Díaz acumula más de un siglo de tradición artesanal en la calle Viera y Clavijo de Las Palmas de Gran Canaria

Mostrador de la panadería Miguel Díaz.

Mostrador de la panadería Miguel Díaz. / JOSÉ CARLOS GUERRA

La Provincia

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Las Palmas de Gran Canaria

Desde 1920, la Panadería Miguel Díaz ha sido un punto de encuentro esencial para los vecinos de Triana, en Las Palmas de Gran Canaria. Su clásico pan, elaborado con masa madre, conserva la misma receta desde hace más de un siglo. Hoy, bajo la dirección de la cuarta generación de la familia, el obrador ofrece hasta 25 variedades diferentes, junto a una bollería tradicional que cada día atrae a centenares de clientes a la calle Viera y Clavijo, aunque sobre el establecimiento pende una orden de cierre dictada por el Ayuntamiento al carecer de licencia de apertura.

Un legado nacido de la suerte

El origen del negocio se remonta a una historia de fortuna y trabajo. Juan Díaz, su fundador, decidió invertir las 100.000 pesetas que ganó en la lotería en abrir la panadería familiar. En 1920 encendió por primera vez los hornos de leña, en los que se preparaban panes blancos, con mojo o de matalauva. Era un proceso artesanal y lento, que requería ocho empleados y dos horneros para tener la producción lista al amanecer. Desde entonces, los repartidores llevaban los panes a todos los rincones de la ciudad. En aquel momento, era la segunda panadería de la zona, después de Parrilla, que aún hoy continúa en activo.

Entre la guerra y la harina

Tras la Guerra Civil Española, el establecimiento se convirtió en uno de los puntos encargados de repartir las cartillas de racionamiento. Allí se distribuían productos básicos como gofio y azúcar. En los años de mayor escasez, los trabajadores llegaban a coser a su uniforme un bolsillo largo para poder llevar a casa algunos puñados de harina, un gesto que el propio fundador relató más tarde a su nieto, Miguel Díaz, actual responsable del obrador.

Exterior de la panadería Miguel Díaz de Las Palmas de Gran Canaria.

Exterior de la panadería Miguel Díaz de Las Palmas de Gran Canaria. / JOSÉ CARLOS GUERRA

Oficio, sacrificio y tradición

A las seis y media, la panadería abre sus puertas con la producción recién salida del horno. «Te tiene que gustar la profesión porque es muy sacrificada. Sabes cuándo entras, pero no cuándo sales», aseguraba tiempo atrás uno de sus panaderos a este periódico. Aunque la maquinaria actual facilita el trabajo, antes debían comenzar a la una de la madrugada para encender los hornos y mantener limpia la piedra donde se cocía el pan.

Hoy, el proceso es más ágil, pero la receta sigue siendo la misma: un pan de tamaño algo menor, crujiente por fuera y con una miga tierna. «El cliente busca calidad, está cansado de las versiones congeladas», afirma el panadero. La vuelta a la masa madre y la preferencia por productos más naturales han fortalecido al negocio frente al auge del pan industrial.

El pan de siempre, con nuevas harinas

En la Panadería Miguel Díaz «se vende todo», desde el pan más clásico hasta el de sarraceno, el último en incorporarse a su oferta. Cada día pasan por el local cerca de 400 clientes, muchos de ellos descendientes de los primeros compradores. Aunque el verano sea su época más tranquila, las Navidades son su momento de mayor esplendor, con encargos de truchas, pasteles y roscones, los productos estrella de la casa.

Una historia que no se apaga

El éxito continuado del negocio se refleja en la ampliación del mostrador y en la fidelidad de su clientela. La panadería ha sabido conservar la esencia de sus queques, bollos y mantecados, al tiempo que introduce nuevas variedades de harina para responder a las demandas actuales.

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