Juventud
Enredados entre hilos y pantallas
Dariela Betancourt es una de las dos primeras voluntarias europeas que acoge la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Para su proyecto personal, esta italiana ha diseñado cursos de croché. Más que aprender a usar la aguja y la lana, quiere que los jóvenes apaguen sus móviles y que disfruten de un buen rato en compañía.

Los jóvenes disfrutando del curso de croché que organiza la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento. / LP/DLP

Aprender a tejer puede parecer, para quien nunca ha sostenido una aguja, como escribir por primera vez. Los dedos se enredan, el hilo se escapa, la paciencia se pone a prueba. Pero, poco a poco, de ese caos inicial empieza a surgir un orden hipnótico, un ritmo que calma. Así es el aprendizaje del croché, una técnica tan antigua como terapéutica que, en manos de los jóvenes, está encontrando un nuevo sentido: desconectar de las pantallas para reconectar con la realidad.
Esa es precisamente la filosofía que ha guiado el proyecto de Dariela Betancourt, una de las dos primeras voluntarias europeas que acoge la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en su historia. Nació en Honduras, aunque pronto se mudó a Italia, donde se graduó en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Durante sus años en la universidad hizo un Erasmus en España y, al regresar a Roma, no tenía claro cuál sería su siguiente paso. «Busqué en Internet formas de viajar gratis por Europa», cuenta con su sonrisa. Así descubrió el programa de voluntariado europeo que la trajo a Canarias. En el marco de su proyecto personal para el voluntariado decidió impartir cursos de croché para jóvenes en La Grada, el Espacio Joven Creativo de la capital. Más de cien personas ya se han inscrito.
Diseñó su iniciativa con una filosofía de “desconexión digital”, como un respiro frente a la saturación de las pantallas. «El croché es una técnica imposible de recrear por una máquina», resalta, por eso ella quería enseñarles a hacer «algo único, hecho por ellos mismos». En esta clase, la próxima es el seis de noviembre, el hilo y las agujas esperaban sobre la mesa mientras los participantes confesaban su inexperiencia. «Soy Manuel, tengo 26 años y no tengo ni idea de cómo hacer esto», «soy Verónica, tengo 25 años y lo intenté un día, pero se me dio mal». Dariela sonríe al recordarlo: «Es como estar aprendiendo a escribir por primera vez. No sabes cómo poner las manos, ni cómo sujetar los hilos o la aguja, pero una vez que empiezan a entenderlo y se relajan, todo fluye.»
«El croché es una técnica imposible de recrear por una máquina», explica Dariela Betancourt
Las hermanas Isabel y María Lourdes Caballero reconocen haberse sentido agobiadas durante los primeros minutos. «Es algo un poco complicado al principio, porque tienes que pillar la técnica, pero con la práctica vas mejorando», cuenta Lourdes. Terminado el taller, recuerdan perfectamente los pasos para seguir practicando en casa. Isabel lo explica: «Al principio hay que hacer un nudo, poniendo la cuerda en forma de ‘X’ en la mano. Después insertas la aguja en el nudo y vas haciendo la cadenita». Para Dariela, esa es la magia del proceso, pues «además de ser una actividad creativa, ayuda muchísimo a focalizarse en el presente. Te deja un poco desconectado de las redes sociales y si haces algo para alguien que quieres, se convierte en un acto simbólico.»
Descubrimiento en redes
Rowan Martín y su amiga Shakira González llegaron con la ilusión de aprender una técnica que siempre habían querido dominar. «Creemos que se va a convertir en un hobby», aseguran. Como ellas, muchos jóvenes han encontrado en el croché una forma de descanso frente al ritmo frenético del móvil. Isabel, la más joven de las hermanas Caballero, pasa entre cuatro y ocho horas al día conectada, sobre todo en Instagram y TikTok. Lourdes, más moderada, confiesa que tiene un límite de uso programado, «aunque a veces me lo salto».

De izquierda a derecha, Manuel, Dariela, Mowa y Shakira. / LP/DLP
Ángel Rodríguez descubrió el curso en esta misma aplicación y convenció a sus amigas de universidad, María Emilia Rodríguez y Marta Méndez, para apuntarse. «Hoy en día, con tanta tecnología, nunca hacemos nada manualmente, y por eso el curso me llamó la atención», explica Ángel. María Emilia añade que le gustó la idea de «reunirse muchos jóvenes y que alguien nos enseñara en vez de ponerte un vídeo de YouTube.» A Dariela le fascina la diversidad de estilos que ha encontrado en sus clases: «No habrá dos pedazos iguales, porque cada uno tiene un modo de sujetar los hilos y de hacer los nudos, aunque hagan lo mismo». Esa variedad es, para ella, la esencia de lo humano: cada puntada diferente, cada error, cada improvisación, forma parte de algo irrepetible.
«Con tanta tecnología, nunca hacemos nada manual», reconoce Ángel Rodríguez
El voluntariado de Dariela termina el 12 de noviembre. Le hubiera gustado, dice entre risas, que alguien le advirtiera de la panza de burro, pero asegura que lo que más ha valorado es la “calidad de la gente”. «Es un lugar muy amable, las personas han sido siempre gentiles conmigo, y eso es lo que más he apreciado», confiesa. A los nuevos voluntarios les recomienda paciencia y que hagan esta actividad en comunidad. «Está muy bien hacerlo en tu casa mientras ves una serie, pero es mejor en un espacio como La Grada, donde lo puedes hacer en compañía mientras hablas y disfrutas», reconoció. Y así fue como Dariela cumplió su misión. Durante una hora, en aquel curso de croché, no hubo nadie que tocara el móvil.
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