La muerte de Adrián Campos nos ha cogido a contrapié. En un momento en el que la pandemia ha provocado que en todos los hogares del mundo se hable de desgracias y que parece que ya nos acostumbremos a ello, su fallecimiento, por inesperado, por una amistad de más de tres décadas y por tener la misma edad, me ha dejado desangelado, muy tocado. Espero que su legado se mantenga en pie, pero el vacío es grande, inmenso, abismal.

Adrián ha sido un personaje único dentro del automovilismo nacional y al que nunca se le han reconocido los méritos de los que se ha hecho acreedor. Ya sea como persona, que era un diez; como piloto, primer piloto español de Fórmula Uno de la era ‘moderna’; como mánager, impulsor de las carreras deportivas de Marc Gené y Fernando Alonso; o como director de equipo, ánima mater de Campos Racing y sus equipos de Fórmula 2 y Fórmula 3.

Muchos aseguran ahora que el de Alzira fue el descubridor de Fernando Alonso, olvidándose de la familia del genial piloto asturiano o de Genís Marcó, pero sí indudablemente fue uno de los personajes claves en su vida. Ganar el Open Nissan con uno de sus monoplazas le dio la posibilidad de probar un Minardi y maravillar, desde su primer test en Jerez, a todo el mundo de la F1. Desde el primer día, prácticamente, Giancarlo Minardi, Flavio Briatore y Jean Todt se pelearon por un chaval que Adrián Campos manejó con acierto en sus inicios para colocar en Renault F1.

Siempre le admiré por su coraje, empeño y determinación. Pese a que se encontró muchas trabas en el camino, que tuvo que sortear múltiples zancadillas, nunca se dio por vencido y peleó para que sus retos se cumplieran, olvidándose de rencillas y malos rollos, generando solo bondad para un automovilismo que, insisto, nunca le reconoció con los méritos de los que se había hecho acreedor. Ni en Valencia, su tierra, ni en su amada España. Su carácter le dejó en segundo plano, pero fue muy grande y es triste que estas cosas se reconozcan cuando uno ya no está.

Salvó a sus equipos de cientos de crisis, arropado siempre por personas fieles a él y al espíritu que concebía, contagiando buen rollo, optimismo y ganas de abrirse camino hacia la F1. Lo hizo como piloto, como mánager y solo ciertos movimientos impidieron que también lo hiciera como jefe de equipo. Lo intentó, como mínimo, en un par de ocasiones, pero siempre chocó contra el establishment, que le apartó a un segundo término en proyectos como el del Hispania Racing Team.

Algo parecido sucedió cuando Valencia apostó por albergar un Gran Premio de Fórmula Uno. Fue el padre de la idea, pero se quedó a un lado en la operación y le dejaron sin voz ni voto. La decepción que se llevó fue mayúscula. Lo encajó como ‘cosas de la vida’, pero en su fuero interno nunca pudo pasar página. Siempre pensé que prescindir de su experiencia fue un error mayúsculo.

Dispuesto a echarte una mano siempre que podías necesitar algo de él, a Adrián Campos le recordaremos principalmente como un señor de las carreras, por su afabilidad, sencillez, bondad y honradez. Te echaremos en falta, amigo, y solo espero que los tuyos mantengan alto el listón y que se te haga el reconocimiento que mereciste en vida, ya que aunque muchos no lo crean así vale más tarde que nunca.

Un abrazo y un beso allá donde estés…