LOS OTROS MUNDIALISTAS (XVIII): ALEMANIA 2006

Medina Cantalejo, el inesperado testigo que delató a Zidane pero no pudo escuchar a Materazzi

Había un testigo directo, una mirada fiscalizadora que delató al agresor. Elizondo dialogó brevemente con el testigo en su mismo idioma. Se trataba del cuarto árbitro, el sevillano Luis Medina Cantalejo

Zidane golpea a Materazzi en la final del Mundial de 2006.

Zidane golpea a Materazzi en la final del Mundial de 2006. / EFE

Juanjo Talavante

Corría el minuto 110 de la final del Mundial 2006 que disputaban en el estadio Olímpico de Berlín italianos y franceses. En una acción ofensiva del equipo galo el defensor Materazzi agarró levemente a Zinedine Zidane, al que no le gustó el gesto. El italiano pareció disculparse. Ambos se dirigieron al trote hacia el medio campo. El francés desafió al transalpino con una mirada. Este comenzó a decirle algo. ‘Zizou’, que iba delante y de espaldas, se giró, encaró al italiano y le soltó un fuerte cabezazo en el pecho. Y se armó la mundial en el Mundial.

El árbitro, el argentino Horacio Elizondo, no había visto la acción. De repente, se encontró con Materazzi en el suelo retorciéndose. Rápidamente, preguntó a sus asistentes a través de los intercomunicadores. “No hemos visto nada”, le respondieron. El colegiado estaba en un aprieto porque pasar, algo había pasado. Los futbolistas de la azzurra protestaban y le pedían la expulsión del francés.

Quienes sí podían ver una y otra vez la acción eran millones de telespectadores de todo el mundo, porque la realización televisiva había ‘cazado’ a Zidane perdiendo los papeles. El futbolista excelso acababa de cambiar su habitual elegancia por la vehemencia, sus movimientos de ballet y coreografías imposibles habían dejado paso a un burdo golpe, con el que se despedía de su selección. Era su último partido con la camiseta bleu.

Había pasado alrededor de un minuto desde que Zidane perdiera la cabeza y una nueva voz le llegó al árbitro a través del intercomunicador: “Horacio, un terrible cabezazo, terrible cabezazo de Zidane a Materazzi. Tienes que mostrarle la roja”. El ‘chivatazo’ era poco menos que detectivesco, cambiaba el panorama radicalmente. Había un testigo directo, una mirada fiscalizadora que delataba al agresor. Elizondo dialogó brevemente con el testigo en su mismo idioma. Se trataba del cuarto árbitro, el sevillano Luis Medina Cantalejo. Él sí había visto el cabezazo del astro francés. Elizondo confió en la agudeza visual de Cantalejo, se dirigió hacia Zidane y le mostró la cartulina roja. Francia se quedaba en la prórroga con un futbolista menos.

El testimonio del árbitro español determinó la suerte de la final. Fue una jugada redonda, o nefasta, según se mire, nunca mejor dicho, porque lo que hizo Medina Cantalejo fue mirar, pillar in fraganti, como esos profesores que ven al alumno justo cuando saca la chuleta, aunque hoy habría que decir usando el ipod , el smartwatch o cualquier aparato de estos que cuando lo de Zidane aún no se estilaban de tan sobredimensionada manera como hoy.

Acabada la prórroga, llegaron los penaltis y allí no estuvo Zidane para ayudar a los suyos. Italia se llevó la victoria, y Francia lloró la doble derrota, la de su selección y la de su mejor jugador, que emborronaba una trayectoria hecha hasta entonces de sutiles pinceladas futbolísticas. El que salió indemne, o casi, fue Materazzi, practicante de malas artes, provocador compulsivo, con esa mirada de actor secundario de película de Coppola. Si aún a cuarenta metros de distancia era posible apreciar un cabezazo, no lo era, sin embargo, escuchar la provocación del italiano, que, en cualquier caso, no justificaba la acción de Zidane.

En un principio se especuló con que el italiano se había referido a la madre del francés. Este reconoció tiempo después que a quien Materazzi había hecho alusión era a su hermana. La delegación francesa protestó por la expulsión, argumentando que Medina Cantalejo había revisado el vídeo de la jugada, algo que la FIFA prohibía entonces. El organismo emitió un comunicado el día siguiente de la final aclarando que fue el cuarto árbitro español el que había visto “con sus propios ojos” la acción y no se había ayudado de ninguna imagen grabada.

“Tuve la suerte de poder verlo. Solamente cumplí con mi obligación”, reconoció más tarde Medina Cantalejo, presidente hoy del Comité Técnico de Árbitros de la RFEF y que acumuló 1551 partidos de experiencia en Primera División. Esa suerte, o quizá su celo arbitral, lo convirtieron aquel día en protagonista de la expulsión más famosa de la historia de los mundiales. Si Elizondo pudo hacer justicia en aquel partido fue gracias a quien él mismo definió como su “ángel de la guarda”. Alas no tendría, pero Medina Cantalejo veía como los ángeles. Eso sí.