La cultura condiciona la forma en la que miramos el mundo que nos rodea. Es una herramienta tan potente que incluso los países la utilizan para ser más atractivos a los ojos del mundo: Hollywood en Estados Unidos, el manga y el anime en Japón, el K-pop en Corea del Sur. El poder blando. La música, el cine y el arte —¿quién nos dice lo que es o no arte?— que la mayoría consumimos suelen estar en manos de grandes compañías, discográficas y productoras: la cultura de masas que, aunque necesaria para el entretenimiento y el goce, anula a lo emergente, al pensamiento crítico, a esas formas de sentir el mundo traducidas en manifestaciones artísticas que se alejan de lo establecido, que no son normales. Este pequeño espacio busca dar voz a esa cultura de los márgenes, esa que parece que susurra porque pocos la oyen pero que en realidad grita que otro tipo de mundo es posible. Para ello, nos adentramos en las profundidades y nos colamos en esos sitios de la capital grancanaria —y del mundo— en los que, con mimo y esfuerzo, se crean refugios culturales en los que una siente que hay algo más allá de esta realidad de consumo rápido y de rutina que nos enfanga y aprisiona.
