OBITUARIO

Muere Soledad Quintana, experta en hierbas medicinales

Vivía en un vivienda cueva situada a poco más de 200 metros del santuario de La Cuevita, en Artenara

Soledad Quintana Sarmiento.

Soledad Quintana Sarmiento. / T. M. R.

José A. Luján Henríquez

Tengo la convicción de que las personas que viven en el ámbito de una casa-cueva desarrollan una doble mirada. Con esta duplicada dirección tratan de mantener el equilibrio entre el interior y lo exterior, entre su silencio concentrado y el paisaje del entorno, y con ello conforman una singular personalidad. Esta reflexión se me ha presentado en estos días en que los artenarenses estamos despidiendo a una entrañable mujer como fue y sigue siendo en nuestro recuerdo Soledad Quintana Sarmiento.

Vivía en una vivienda cueva que para ella tenía un valor más allá de la casa habitual. Está situada a poco más de 200 metros del santuario de La Cuevita y fue construida hace más de sesenta años por su marido, Juan Pérez, a golpe de pico, cuando dejaba su tarea de jornalero por cuenta ajena e incluso después de dejar su media docena de cabras bien atendidas, bien ordeñadas y bien guardadas en su corral.

En su primera juventud, ayudaba a sus hermanos a elaborar carbón en hornos de leña de almendreros creados en las vertientes de la Caldera de Tejeda, por El Colmenar y La Higuerilla. De aquel infierno de calor y de fuego, fue rescatada en 1960 cuando se casó con Juan Pérez, un jornalero que vivía en las inmediaciones del Santuario de La Cuevita y cuyo padre le enseñó a ser estelero, que es el componedor de huesos cuando se destartalaban. Visto el lugar desde la balconada de su casa, parece como si aquellos barrios fueran el infierno de Dante. Soledad llegó a este lugar de la Cuevita procedente de La Higuerilla, en la hondura de la Cuenca de Tejeda. Y aquí, al amparo de la Virgen de La Cuevita, desarrolló su vida, llegando a procrear hasta ocho hijos como son Guillermina, Expedita, Juan Faustino, Bernardo, Juana, Cuevi, Soly y Juan Manuel; Eli y Damián.

Mientras su marido, el pastor Juan Pérez, tenía a su cargo una decena de cabras, Soledad laboraba en la vida doméstica, haciendo un queso que ayudaba a complementar la economía del hogar. También continuó desarrollando su afición al cultivo y conocimiento de las hierbas medicinales para aplicar a personas y animales. Los habitantes de estos caseríos tenían que recurrir a la medicina popular para atemperar los males que se colgaban de los seres vivientes. El veterinario y la farmacia quedaban lejos, además de los honorarios que solían costar sus servicios.

Fue nuestra mejor informante en esta vertiente de la medicina popular, y muchos vecinos acudían a su casa a buscar los remedios para las enfermedades. En vísperas de las fiestas de La Cuevita de 2015, participó en la actividad «Encuentros con la Historia», en la que se abordó el papel de la mujer en Artenara. En los libros recopilatorios de la historia local constan los valiosos testimonios de esta afectuosa mujer. Allí pudimos comprobar su extensa memoria que acumulaba un rico conocimiento heredado de sus padres. Los nombres de las plantas, cuando eran necesarias, tenían un destino en los órganos enfermos del cuerpo humano y también de los animales.

Soledad era la mujer que guardaba en su memoria el nombre de casi cuarenta enfermedades referidas a personas, media docena de procedimientos para la aplicación de los remedios naturales, y una quincena de enfermedades de animales. Este amplio conocimiento de la medicina popular convierten a nuestra vecina desaparecida a los 81 años de edad en un archivo viviente que tuvimos la suerte de rescatar y publicar en los libros de Crónicas de Artenara, por lo que van a perdurar dentro del patrimonio efímero de nuestro pueblo. Además era conocedora de la toponimia de aquella abrupta geografía. Descanse en paz esta entrañable mujer, que transmitía paz interior, cercanía afectiva y conocimiento popular.

El funeral se celebrará el viernes día 10, a las seis de la tarde, en la iglesia de Artenara.