Muere Paco Correa, el consignatario canario de Onassis

A esta hora de la tarde Paco Correa va rumbo a Lobos, su paraíso

Paco Correa Mirabal con Onassis en una visita del naviero a Gran Canaria.

Paco Correa Mirabal con Onassis en una visita del naviero a Gran Canaria. / LP/DLP

Javier Durán

Javier Durán

Las Palmas de Gran Canaria

Francisco Correa Mirabal, Paco para su familia y hermanos, era el último de un grupo de empresarios portuarios forjados bajo la economía inglesa que comandó el Puerto de La Luz en las primeras décadas del siglo XX. Con los británicos conoció los entresijos de la consignación de barcos, aportando por su parte al negocio una enorme honestidad y lealtad. Desde su oficina en Staib, en el edificio Shell, junto al parque Santa Catalina, vigilaba la llegada de los petroleros de Aristóteles Onassis y Stavros Niarchos, magnates de la navegación con los que trabajó como su hombre de confianza en Canarias.

Hay toda una generación de grancanarios que encontraron su universidad en el mundo portuario. Paco Correa hablaba desde joven un inglés impecable, que le facilitó ser testigo cercano del rodaje de la película Moby Dick. Logró gracias a su traducción que los operarios de taller y el equipo de John Huston se entendiesen y saliese a la perfección la copia de la ballena blanca que surcaría las aguas de Las Canteras.

Ese acento perfecto y su condición de agente del griego de oro. La combinación que le llevaría a vivir el episodio más grande de su vida: saludar a Churchill, de paso por la isla como invitado de Onassis en su yate Christina. El estadista quiso conocer algunos de los paisajes insulares. Y que mejor guía para el exprimer ministro y su esposa, lady Clementine, que Paco Correa. Similar misión le correspondió con la cantante María Callas y con Jacqueline Onassis, que también recalaron en La Luz como esposas del multimillonario.

Hombre de una educación exquisita, marcado por una discreción a prueba de bomba, le quitaba importancia a estos acontecimientos, de los que sólo hablaba tras sucesivos ruegos. Hacía años que había cerrado Staib a regañadientes, una firma en la que había empezado como empleado y de la que se convirtió en titular por ofrecimiento de los propietarios ingleses, pero así y todo siempre requería del interlocutor confidencialidad. Costó lo suyo para convencerlo de que sus vivencias tenían que ser contadas en el periódico. Y así lo hizo.

Estaba orgulloso de que gracias a su gestión pudiese llegar sano y salvo a la isla de Skorpios, a petición de Aristóteles, un cargamento de Strelizia para la tumba del Alexander, el hijo del magnate. Pero presumía lo justo, siempre desde el comedimiento. Tampoco lo hacía para referirse a la mina de oro en la que se convirtió el Puerto de La Luz con el cierre del Canal de Suez. La bonanza de Gran Canaria ante el hecho convirtió la Isla en una especie de El Dorado, pero él hubiese preferido la paz, cero conflictos.

A esta hora de la tarde Paco Correa va rumbo a Lobos, su paraíso. Allí pasaba los veranos, en una de las casas que le preparaba Antoñito el farero. Con sus buenas cañas de pescar y su cámara Super 8, sentado a la mesa junto a su esposa Norma Fuentes y sus hijos Paquito, Sandra y Humberto, y todos los que quisiesen acompañarlos, llevaba a la práctica el ecologismo cuando nadie hablaba de él todavía. Seguro de que ya está en ruta. Hasta siempre.

El entierro se celebrará el miércoles a las 15:00 horas en el Cementerio del Puerto, partiendo del Tanatorio de San Miguel.

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