Ni es una decepción ni sube el listón, a una altura más que aceptable, de las tres entregas previas, las que dirigió Sam Raimi e interpretó Tobey Maguire en 2002, 2004 y 2007.

Esta resurrección del mítico cómic de Stan Lee y Steve Ditko, con vocación de iniciar una nueva serie, no es un puro remedo y aporta algunos elementos inéditos en el plano argumental al filón, si bien no consigue la brillantez ni la espectacularidad de los títulos precedentes.

El director Marc Webb, con el mérito añadido de que solo había dirigido un largometraje, la comedia 500 días juntos, ha salido airoso de una prueba complicada, logrando que los admiradores del protagonista se sientan plenamente vinculados al universo original. La cinta denota algunos ligeros desfallecimientos, pero son en gran medida, resultado de su excesivo metraje y de una lógica falta de familiaridad con el entorno del cómic.

Y en cuanto al actor Andrew Garfield, hay que decir que su labor como Spider-Man es lo suficientemente eficiente como para haberse ganado seguir incorporándolo en el futuro.

El principal logro de esta cuarta aventura es que no se ha caído en la pura reiteración y se ha transitado por el camino abierto por un guión que aporta datos nuevos en la pantalla grande. En efecto, el factor de mayor peso es que el espectador contempla la etapa de la vida de Peter Parker, el futuro superhéroe, menos aireada, la que nos lleva a su infancia, a la época en que se quedó sin padres, que desaparecieron en misteriosas circunstancias, y fue acogido y criado por sus tíos Ben y May.

También a sus años como estudiante y en los que conoció a una bella muchacha, Gwen Stacy, y sintió por vez primera la llamada del amor. Pero, por encima de todo, nos adentramos en la época en que experimentó la necesidad de saber lo sucedido con sus padres.