Después de la primigenia lucha de titanes que ya cantó el poeta Antonio Vega, el agua y la tierra dejaron escapar cada uno pequeñas gotas de un sudor enigmático que cristalizó al tocar la húmeda superficie marina, esparciendo por el planeta esa maraña de islas en la que soñamos con perdernos y envejecer, si es posible, hasta con cierta dignidad.

En Formentera, una isla que parece querer escapar de sí misma, pero a la que todos quieren llegar para poder encontrarse, las bodegas Terramoll han creado un singular vino nacido de la solidaridad. Cuatro uvas bien diversas que se apoyan para poder generar un milagro que se titula SAVINA. Voigner, Moscatel Morisco, Malvasía y Garnacha blanca. Cuatro personalidades que podrían crear mundos a su antojo, pero que unidos en diversa mesura, logran que el rapto de la luz tenga momentos espectaculares.

Si los vinos, en general, tienen la promesa y la voz de la tierra que los ha visto nacer, los vinos blancos tienen la obligación, a demás, de la luz. Tienen el difícil equilibrio de la transparencia, el brillo y la limpidez palpable. El fugaz momento quieto de fragancias que nos pueden acompañar miles de años.

A las tierras altas de Formentera, a ese altiplano que deja transitar salinidades azuladas y neblinosas entre los sotobosques y agujas de pino, se les llama La Mola. Allí las manos del hombre llevan trabajando en conjunción con la naturaleza miles de años para conseguir vinos, hay quien dice que desde 1246. La tradición nos habla de la Monastrell, que aprecia los calores y es uva de aguante, como cualquier entidad del sur. Pero esta tenacidad que solo tienen algunos seres humanos, que saben hablarle a la naturaleza en su mismo lenguaje, ha hecho posible que lleguemos a encontrar un vino blanco que con la sabiduría de la tradición tiene muy claro cual es el camino de la modernidad.

Las geografías son mapas hechas no solo de tierra y agua, como cuando los titanes habitaban. Ahora las geografías se componen también de esfuerzos y ambiciones, de luchas hermosas y tratos conceptuales que nos llevan a paisajes intuidos que ya estaban en los sueños de quien quiere llegar a conseguir los sabores y aromas que la Pacha Mama es capaz de dar.

Tierras calizas donde la raíz busca la luminosidad del espíritu solar, azotadas por rayos de sol, por vendavales frescos o tórridos, pero que configuran el alma de los habitantes y de los subsuelos. Desde ahí debajo es de donde proviene el milagro.

Para crear vinos hay que haber escuchado mucho a la tierra, conocer su lenguaje y poder traducir su amplio abanico a fuerza de dejar que la viña vaya creciendo, guiándola hasta la orilla donde navega el sueño que nos alimenta.

SAVINA 2011 es una experiencia mediterránea húmeda, sensual, asombrosa y difícilmente olvidable. Que llega a hablarnos con voz tan personal como solo aquellos que son únicos son capaces de hacer.

La medida de las cosas. Su diferencia, su identidad, radica en la personalidad que cada ser, objeto o hecho es capaz de transmitir.

Quien quiera tener la increíble sensación de mediterranear su vida de una manera hasta ahora desconocida debe de acercarse hasta los aromas que éste conjunto de cualidades ha puesto para desde allí recomenzar a valorar los días que nos tocan vivir de otra manera. No es que un vino pueda cambiarnos la vida, pero puede ayudar a ello. Porque nos añade una bondad que antes era desconocida en el cotidiano en que nos movemos. Y esa gentileza generada entre el tormentoso y dulce baile que realiza hombre y naturaleza, son singulares estadíos desde los que discernir que la vida puede llegar a ser mucho más que lo que nos habían dicho, ofrecido y hasta posibilitado.