Reitera algo sobradamente conocido en la obra del director Steven Soderbergh y es que su cine es tanto más interesante cuanto más modesto es y menos ambicioso. Es entonces, lejos de la presión de las grandes estrellas cuando sale a relucir su verdadera creatividad. Aquí lo demuestra con creces en un producto pequeño, de apenas siete millones de dólares de presupuesto, que ha rodado con entera libertad, controlando todos los resortes, hasta el punto de ser responsable también de la fotografía y del montaje, que ha firmado con seudónimos.

La clave reside, además, en un guión magnífico de Reid Carolin que se adentra con propiedad y conocimiento de causa en el universo de los stripers masculinos, apenas explotado en la pantalla.

Su inicial y brillante planteamiento de comedia con los esquemas del musical clásico se resiente algo al encauzarse en la segunda mitad por el drama, si bien logra remontar el vuelo en un loable final. La cinta, por otra parte, ha sido un éxito tan inesperado en Estados Unidos que ya se está preparando la secuela, aunque Soderbergh se ha descolgado de la misma por su decisión, irrevocable de momento, de dejar el cine para dedicarse a la pequeña pantalla y a escribir.

Aunque el titulo es el nombre de uno de los personajes, un Mike que dedica el día a intentar abrirse paso en el mundo de los negocios para hacer realidad el sueño americano y

las noches a mostrar sus encantos seductores en un club de striper de hombres de Tampa, lo cierto es que hay un segundo protagonista que es clave en la historia. Apenas tiene 19 años y será apodado El Niño por sus compañeros de trabajo, que lo acogen por consejo de Mike cuando comprueban que tiene indudables cualidades para ingresar en la plantilla del club.