Romana de nacimiento, madrileña de adopción, Aitana Sánchez-Gijón enfrenta su madurez con vitalidad en el ánimo y el brillo en la mirada de quien es consciente de que el camino recorrido ha merecido la pena, y el que queda por delante, también, aunque las circunstancias sean otras. Ya se encargará ella, que salió peleona y no oculta que, tras su sonrisa, se esconde una mujer con carácter.

Se muestra reflexiva y crítica con lo que no le convence, aunque deja espacio para soltar la carcajada cuando la ocasión lo merece. Con la mirada puesta en el estreno teatral, la próxima primavera, de La Chunga, un texto de Vargas Llosa sobre una mujer que esconde su belleza para sobrevivir en un mundo eminentemente masculino, se ocupa estos días de sacar adelante con la emoción que precisan los dos personajes que interpreta en la exitosa Babel, del dramaturgo Andrew Powell.

Si las personas se expresaran más, sufrirían menos?

Sin duda. Desde siempre. En la leyenda de la famosa torre de Babel, Dios confundía a los hombres haciéndoles hablar lenguas distintas, para castigarles por su soberbia. Lo que ocurre ahora tiene más delito, poco que ver con que se hable o no el mismo idioma y mucho que ver con esta sociedad que hemos creado con ritmos de vida vertiginosos y relaciones superficiales e interesadas que hace que sea difícil encontrarnos con "el otro" en algún punto.

Esa tendencia a pensar que el césped del vecino está más verde que el propio ¿es también culpa de la sociedad actual?

También, pero no del todo. Yo creo que el ser humano nace con el gen de la insatisfacción permanente dentro. Anhelamos algo que muchas veces ni sabemos lo que es. Y lo más curioso es que creemos que su falta es lo que nos hace infelices.

¿La época actual es especialmente insolidaria?

Como siempre que se está sufriendo una situación crítica y angustiosa, se dan los dos extremos. Hay como un impulso de "sálvese quien pueda", pero luego, ante problemas como un desahucio, por ejemplo, aparece esa solidaridad en plena calle y a la luz del día. El ser humano es capaz de ser el más generoso del mundo o el más egoísta. Puede incluso llegar a pensar: "Como yo estoy pasándolo mal, estoy en paro y la inseguridad se ha instalado en mi vida, si al de al lado le pasa lo mismo, que se fastidie". Es un horror, pero es así.

¿Cómo se vive todo ello en su profesión?

Estamos acostumbrados a la inseguridad. Pero cuando el teléfono deja de sonar, pensamos que es porque no gustamos. No es como en una empresa en la que hacen un ERE y a una parte de la plantilla le toca la china. Nosotros convivimos con la fragilidad de nuestra situación laboral, pero lo personalizamos todo. "No me llaman porque estoy mayor. O porque se me ha pasado el momento". Siempre piensas que hay algo en ti. Por eso, en este caso, cuando ves que a otras actrices de tus mismas circunstancias les ocurre lo mismo que a ti, no te alegras, pero al menos te quitas el peso de encima que supone pensar que el problema eres tú.

Habla de fragilidad, pero parece que hay que ser de una pasta especial para vivir instalados en ella de por vida.

Sí. También somos fuertes, o nos hemos acostumbrado a estar en la cuerda floja. Hay fortaleza y fragilidad. Es que es una profesión muy vocacional. Es lo que amas hacer; es lo que sientes que sabes hacer. Y la experiencia te demuestra que esto da muchas vueltas. Puedes tener una racha pésima que dure años y después un golpe de suerte que te recoloque en el mapa.

¿Y dónde situaría su momento actual?

En el mapa teatral, sin ninguna duda. Me llegan muchas propuestas interesantes. Del cine ando un poco desaparecida. Tengo un proyecto estupendo para rodar en Galicia con Luis Tosar que ha sido, de lo poco que me ha llegado, algo que merece la pena. Pero tiene dificultades de financiación, como muchos de los que escuchamos hablar estos días. Dicen los productores que nunca ha sido tan difícil hacer una película aquí como en el momento actual. Se está viviendo una situación agónica. Acabaremos haciendo esto por amor al arte, como los cortos. Incluso el teatro, aunque estamos viviendo un momento creativo excelente y de romance con los espectadores, con los que se está produciendo una conexión muy fuerte a través de espectáculos muy diversos, no sabemos cuánto durará con estas disposiciones que nos están esquilmando y cerrando todas las salidas. Además, como el poder adquisitivo es mucho menor, y el país está cada vez más asfixiado, cuando no se llega a final de mes, de donde primero se recorta es del ocio y la cultura. Yo he reducido mi caché hasta cifras similares a las que percibía cuando empezaba, pero no estoy dispuesta a trabajar en las humillantes condiciones que muchos esperan que aceptes. No lo puedes hacer porque entras en una espiral de la que ya no te puedes recuperar. Tampoco trabajaría en una película financiada por el Opus Dei, por ejemplo, que tienen dinero a espuertas€

¿Considera que el Gobierno actual les tiene enfilados?

Sin ninguna duda. La cultura es incómoda para el poder, pero en general, no sólo para un partido de derechas. No todos los que trabajamos en esto somos progresistas. Hay de todo. Y yo he escuchado a más de un empresario habitual simpatizante del Partido Popular despotricar contra un presidente al que han votado. Creo que el Gobierno está tirando piedras contra su propio tejado y se está poniendo a todo el mundo en contra. Lo que más me enfada es la deshonestidad con que tratan a los ciudadanos, cuestionando nuestro derecho a poner en duda el sistema que tenemos y a los políticos que tenemos. Me enfada que nos consideren antidemócratas, cuando los que están clamando en las calles y alzando la voz lo que piden es mejorar el deteriorado Estado de derecho actual. Ahora mismo han prescindido o están en riesgo de hacerlo de derechos adquiridos con tanto esfuerzo que eran -o, al menos, lo parecían- conquistas irrenunciables. Se está aprovechando este momento de pánico general, de tener a la gente contra las cuerdas, para recortar derechos y libertades.

¿Alguna vez pensó que viviría un momento tan dificultoso como este?

Nunca. Hasta el punto de que han cambiado mis prioridades. Mi familia siempre estuvo en primer lugar. Ahora debo preocuparme por salvar mi economía familiar y luego intentar que lo económico no me condicione hasta hacerme perder el placer que me produce trabajar en lo que me gusta. Un difícil equilibrio, la verdad.

Y si alguno de sus hijos -tiene dos: Teo, de once años, y Bruna, de siete- le saliese artista tal como están las cosas, ¿le apoyaría?

Como si quieren ser ferroviarios. Ahora mismo todo es un lío. Da igual ser arquitecto, médico o ingeniero. Nuestros jóvenes están en una situación muy incierta, por decirlo educadamente. No hay ninguna profesión que sea mejor que otra. Quizás las que tenga que ver con las nuevas tecnologías. La de actor es una profesión maravillosa que a lo mejor no es demasiado práctica. No lo sé. No soy objetiva, y además soy de letras (ríe).

¿La eligió conscientemente?

Con toda la consciencia de mis ocho años. Fue entonces cuando entré en el taller de teatro María Galleta del centro cultural de mi barrio. A mis padres no les extrañó. Por su dedicación a la docencia, estaban inmersos en un ambiente de artistas, escritores, gente políticamente comprometida. Mi madrina es la hija de Alberti, Aitana. Y él me dedicó un poema cuando cumplí un año y lo escribió en un cuadrito con un dibujo que, por supuesto, conservo porque tiene un significado muy especial. Por mi casa pasaba todo tipo de gente, se hablaba de muchas cosas, por eso no se sorprendieron. Me ayudaron, pero me hicieron responsable de mis pasos. Estuvieron muy atentos a lo que hacía con mi libertad, pero nunca fueron de "padres de la artista". Ni cuando me fui con doce o trece años con mi profe Alicia Hermida y su compañía de teatro, La Barraca, de gira un verano por esos pueblos y esas plazas. Era un poco la mascota del grupo y salía en los pasacalles. Fue maravilloso.

¿Recuerda su primer día en un plató?

Bueno, es que siendo muy jovencita ya presenté un informativo juvenil en televisión y participé en aquel programa juvenil titulado Dabadabadá, haciendo entrevistas a Javier Solana o a José Luis Sampedro. Si pinchas YouTube, se me puede ver con 12 años, toda pizpireta. Pero la primera vez como actriz fue en la serie Segunda enseñanza. Se suponía que estaba en mi cuarto, tumbada en la cama con un mechero en la mano que le había robado a mi profesora, de la que estaba enamorada. Un asunto muy tabú por entonces. A mí se me salía el corazón por la boca. Yo lo escuchaba perfectamente. Pero, por suerte, sólo yo. De aquello hace ¿veinte años? No, yo voy a cumplir 44 ¡ Hace casi 30 años! Dios mío, no lo había pensado. ¿Cuándo empezó a hacer de todo casi 30 años?

¿Cómo lleva el paso del tiempo?

En general, bastante bien. Hay días en que me levanto nublada porque he pasado una mala noche y entonces me veo espantosa, muy mayor, y me encuentro todos los defectos. Y si me levanto más contenta, pues sólo veo las cosas buenas. Lo de la edad depende mucho del estado de ánimo. Asumo el paso del tiempo y ni me planteo recurrir a nada más allá de unas buenas cremitas, unos buenos tratamientos, comer bien y cuidarme en general. Me gusta cómo lo ha enfrentado Ángela Molina, con sus arrugas, sus canas y su pelazo. Es preciosa. Para mí, esos son los referentes: Charlotte Rampling, Susan Sarandon. No sé si se habrá hecho algo o no, pero si se lo ha hecho, no lo parece. Lo que poseen esas mujeres está más allá del tiempo.

¿Alguna vez se ha enfadado con su belleza, por restarle oportunidades?

Ser guapa es un privilegio, pero no tiene mérito. Simplemente los genes se han portado bien contigo. No se puede despreciar ese don y lo que eso significa en una profesión como la mía, donde la fotogenia es tan importante. Si lo tienes, lo tienes que agradecer y valorar, pero por otro lado, es cierto que en algún momento€ Esto, dicho por mí, suena feísimo, pero no por eso deja de ser cierto. Yo he oído demasiado a menudo "es que es demasiado guapa para el personaje" o "tiene demasiada clase". Y me he quedado con las ganas de demostrarles que no tenía por qué ser así. Por tanto, me ha perjudicado. Inteligencia, sensibilidad, capacidad de encarnar personajes diferentes: eso es lo prioritario. De jovencita, si me decían que salía muy guapa en tal o cual película, me rebotaba si no iba acompañado de un reconocimiento a mi talento. Y ahora ya no me molesta tanto. Vamos, incluso lo agradezco. Pero, lo que son las cosas, ahora estoy preparando un personaje que recoge esto de una manera muy concreta. En primavera estrenaré La Chunga, de Vargas Llosa, que cuenta cómo una mujer que regenta un bar en una barriada peruana en los años 40 anula su belleza y femineidad para sobrevivir en un mundo dominado por los hombres. Un pedazo de personaje.

Luego, a pesar de los pesares, ¿su profesión le está dando lo que esperaba?

En realidad, mucho más. Cuando sueñas de niño tienes tus anhelos, pero esto es un oficio y hay que vivir de ello. Eliges cómo va a ser tu vida en torno a una pasión, a una vocación, pero no deja de ser un trabajo. Lo mitificas desde tu mirada de chaval, pero cuando trabajas con Anthony Quinn, Keanu Reeves, Gary Oldman o Christian Bale, enormes actores todos ellos, llega un momento en que te sientes -en lo humano- a la par. Ya no están en el pedestal. Te relacionas de tú a tú.

Lo raro es que, con esas oportunidades, no acabase usted en Hollywood

Cuando rodé la película con Keanu (Un paseo por las nubes, 1995), sí podía haber pasado algo en ese sentido. Yo aluciné con todo aquello, pero no lo busqué. Me cayó por casualidad, y yo no podía trasladarme ni dedicar mi energía a hacer pruebas y a visitar estudios. Tenía el compromiso de hacer teatro aquí con mi compañía. Igual si me hubiera quedado, habría hecho más cosas allí. Pero elegí volver a casa...