Sabe uno que la intención es buena, que cuando el periodista José Ribagorda entra en una cocina repleta de productos de excelente calidad, lo que quiere es resaltar la buena mesa sin caer en sofisticaciones que a veces no son más que hojarasca de panolis, pero en un país, el nuestro, donde hay 12 millones de pobres, cada día es más difícil ver estos programas sin pensar en quienes no sólo no tienen atún rojo que rehogar con cebolla sino que, como decía un hombre en el último 'Callejeros' firmado por Sara Puertas, "yo era de los que comía buenos chuletones, pero ahora sólo los veo en la tienda".

Estoy seguro de que no exagero si digo que millones de españoles, hombres, mujeres, y niños, hace tiempo que no comen pescado fresco, carne de primera, frutas y verduras recién cortadas, y que su relación con estos alimentos es virtual. Los ven en televisión.

Cuando José Ribagorda estimula el apetito en su programa de Telecinco 'Cocineros sin estrella' -domingo por la mañana- lo que está haciendo es recuperar el sabor de la buena cocina doméstica sin estridencias ni imágenes que te revuelven las tripas como hace Alberto Chicote y su 'Pesadilla en la cocina' ni, quizá, sobrevalorar a endiosados chefs que hacen avanzar el arte culinario con sofisticados platos sino acercarse con amor a fogones manejados por excelentes cocineros con estrella, aunque no sea Michelin.

'Cocineros sin estrella' está en la línea de programas como 'Un país para comérselo', que emitió La 1. Es un programa para el disfrute y el gozo de la excelencia alimenticia, el de toda la vida, ese que se inicia en el momento en que levantas la tapa de una cacerola que ha hervido a fuego lento unas alubias para llorar. Algunos porque no las tienen.