No devolverá a Arnold Schwarzenegger la gloria de antaño, tras su etapa política como gobernador de California, pero tampoco es una apuesta trivial y mediocre. Sin llegar demasiado lejos es evidente que las cosas se han hecho de modo discreto y con alguna secuencia en tono brillante. La clave ha sido el confiar la dirección a un cineasta surcoreano, Kim Jee-Woon, que sabe lo que hace y que ha aportado a la trama una gotas esporádicas de humor que se agradecen.

Por eso esta una cinta de acción desmesurada que no ofende al espectador y que, salvando unos comienzos poco estimulantes logra en buena parte su meta de entretener sin más. Aunque Schwarzenegger está demasiado maduro para hacer algunos de los alardes que le vemos, tanto al volante de un vehículo como con los puños, las cosas no se han llevado al límite.

Con el aliciente relativo para el público español de la presencia, en un cometido de villano que no crea escuela, por supuesto, pero que aporta un mínimo de propiedad, de un Eduardo Noriega ciertamente perverso.

Subordinada casi por entero a una segunda mitad en la que la acción se adueña de la pantalla, los prolegómenos son decepcionantes y nos muestran a Ray Owens, sheriff de Sommerton, una tranquilísima ciudad en la frontera con México, decidido a pasar un apacible fin de semana. Pero desde el momento en que sospecha de la presencia de dos supuestos camioneros se hace patente que el panorama va a cambiar por completo.

Algo que se confirma cuando en un lugar cercano un poderoso narcotráfico que va a ser trasladado, bajo el amparo del FBI, al corredor de la muerte de una prisión de alta seguridad, logra fugarse con la ayuda de sus secuaces. La conexión entre ese suceso y los camioneros se ratifica y en su fuga desesperada hacia México el fugitivo tiene en su ruta la ciudad de Sommerton. El enfrentamiento está servido.