Proveniente de una familia de músicos, pintores y escritores, Carmen Machi considera que ha gozado del enorme placer y del privilegio, "que debería tener todo el mundo", de haber estado siempre en contacto con la cultura. Ahora, a punto de entrar en su quinta década, vive un momento de fertilidad creativa que considera "increíble" y que rompe el tópico de que no hay papeles para actrices de cierta edad. En algo más de un año ha estrenado en los escenarios la desgarrada Agosto, dirigida por Gerardo Vera; ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Daniel Veronese; Juicio a una zorra, a las órdenes del último imprescindible de las tablas en este país, Miguel del Arco, y Dispara/agafa tresor/repeteix, en la que Lluís Pasqual le ha dado la alternativa a la hora de interpretar en catalán. En el cine, Machi forma parte del espectacular reparto de Los amantes pasajeros, en la que Almodóvar la ha convertido en una portera chismosa y deslenguada. No es extraño, pues, que se considere una persona feliz.

Por los piropos que se intercambian, su relación con Almodóvar parece excelente. ¿En qué congenian?

Sobre todo, en la forma de ver la vida y la profesión. Me parece una persona apasionante. ¡Sabe tanto de su mundo y del de los demás! A mí me ha descubierto cosas como actriz que yo ignoraba que tenía. Crea una alerta; una "tensión-alerta". Cada cosa que dice o hace es para degustarla, y no te la puedes perder. Esta vez mi participación es breve, pero creo que bastante jugosa.

¿Alguna vez pensó que se iba a encontrar en el camino personajes tan interesantes, prácticamente puestos en fila?

Nunca me han faltado, sobre todo en el teatro, pero últimamente he sido realmente afortunada. Estoy trabajando con gente nueva, pero también con directores con los que empecé, y en muchos casos nuestra evolución ha sido similar y favorece que te consideren capaz de hacer ciertas cosas. Yo estuve en la primera función de teatro que dirigió Gerardo Vera. He formado parte del grupo de actores del Teatro de la Abadía. A Lluís Pascual y a Miguel del Arco les conozco de siempre. No llego a ellos a través de la popularidad televisiva. Pero ese es uno de los efectos colaterales de tener un éxito en televisión; que es como si no hubiese hecho nada antes.

¿Por qué cree que se produce ahora este reencuentro del público con el teatro?

Es cierto que muchas salas están llenas. Tiene algo de milagro y mucho de paradójico. Para empezar, es una de las poquísimas artes que no te puedes descargar por internet, y eso ya es importante. El teatro -que siempre está en crisis- resulta que se viene arriba en plena supercrisis. Y eso que al moribundo hay quien parece empeñado en practicarle la eutanasia. Lo demuestra la subida brutal del IVA. Está claro que hay un empeño en que se considere que la cultura es un artículo de lujo y que parezca un pecado asistir a una función cuando tanta gente no tiene para comer. Lo mejor es que estamos captando a un público nuevo. Mientras hacíamos Agosto, veía a gente muy joven llorando a lágrima viva en el patio de butacas. Eso produce una enorme satisfacción.

El teatro, en sus orígenes, perseguía ser el espejo de la vida, pero permite ir más allá. Es directo, transparente y limpio. Y luego cada uno se va a su casa o a tomarse un café, reflexiona y saca sus conclusiones. Es el arte que más duro te pega. Y sí, quizá ahora más que nunca, cuando la sociedad está con las garras hacia arriba, buscamos respuestas. Y ahí, sobre el entarimado, es posible encontrarlas. En Juicio a una zorra, por ejemplo, el autor, Miguel del Arco, da voz a Helena de Troya, una mujer vilipendiada que no quería que la recordaran como una bella tan caprichosa que hasta había sido la causa de una guerra, para devolverle su dignidad. Porque eso es lo que no se puede permitir. Que nos roben la dignidad como seres humanos. Pero pasan los siglos y seguimos cometiendo los mismos errores. Es una función que, como te pille un poco fl ojito, te deja muy revuelto, pero con respuestas. O con más preguntas. Pero con los ojos más abiertos. Las mujeres, además, han estado históricamente más expuestas...

Y este es un buen ejemplo. Para empezar, la de Troya es un personaje secundario en su propio drama. Muchos hombres han hablado de ella, pero ella nunca ha podido decir lo que piensa y siente. Es bella, siempre fue considerada una mujer florero. Y prefiere ser olvidada que cargar con culpas que los hombres le adjudicaron sin mediar explicación. Bueno; es la historia de la mujer, en su ir y venir a lo largo y ancho de los siglos, resumida en dos horas de teatro. Es muy doloroso interpretarla, pero también muy catártico.

¿Pone límites a la expresión del dolor?

No siempre puedo. A veces, con algunos personajes, me cuesta mucho. Llego al agotamiento emocional, me revuelven mucho por dentro. La sensación es de estar exhausta; de vacío. A mí no me gusta mucho trabajar con mis emociones; me gusta trabajar con las del personaje, pero últimamente hay algunos que me tienen que salir de las entrañas. Y duelen.

¿Echa en falta una buena comedia?

¡Si es igual de agotador! Pero, claro, se sufre menos, por supuesto. La comedia está muy subestimada. Requiere de una técnica y de un tempo que no precisa el drama. De una inmediatez de respuesta del público, y eso se ignora bastante. Y se habla de la comedia como si no te costara nada hacerla porque tú eres así de graciosa, como el personaje, lo que no es verdad y llega a ser casi ofensivo.

¿Ha sido incómodo que el público la identificase con su personaje de Aída en la vida real?

Sí, pero es que estuvo conmigo mucho tiempo y tuvo un gran alcance mediático. La popularidad es muy peligrosa. Ahora lo digo con serenidad, pero no siempre ha sido así. Te deja muy poco espacio para ti mismo. Eres continuamente otro, porque así lo deciden los demás. Viene sin que lo pidas, y luego, ¿qué haces con ello? Es un proceso muy cómodo para el que sigue tu serie. No hace nada. Está en casa, coge el mando y te ve. Luego te reconoce en la calle y, como has estado en su salón, te entra con una familiaridad muy difícil de manejar. La mayoría de la gente es amable, y yo he llevado la cara de un personaje muy querido. Y de ese cariño me he beneficiado yo, y me han querido a mí, y se lo agradezco profundamente. Pero hay un punto? como el hecho de tocarte o agarrarte... Todos tenemos derecho a ese espacio natural alrededor de nuestro cuerpo en el que nadie debe entrar si no le das permiso. Ni tu mejor amigo. Y hay gente maleducada capaz de insultarte sin cortarse un pelo en un restaurante porque le has negado una foto, si estás en mitad de la cena. Y te preguntas: ¿pero qué he hecho yo para que este señor me insulte?

¿Considera que ha marcado su carrera?

He hecho muchos personajes que ya pasaron y se olvidaron. Igual a mí este me ha dejado menos huella que otros. Me acuerdo poco de ella. Lo digo de verdad. Mucha gente piensa que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo lo que sé es que ya no está en mi cabeza. Se fue.

¿Sabe usted quién es, después de haber hecho suyas tantas identidades?

No. Pero no sólo por ser actriz. Esto lo facilita, pero creo que la mayoría de los humanos no sabemos quiénes somos. De hecho, dedico mucho más tiempo a los personajes que a mí. Procuro no llevármelos a casa, pero a medida que trabajas emociones ajenas, las filtras y se te van quedando dentro. Pero aunque no sepa quién soy, tengo la seguridad de que soy.