Sabemos por experiencia, y se ha dicho muchas veces, que la tele tiene mala leche, y que acoge o rechaza por criterios tan personales como, a veces, extravagantes. A veces no sabes muy bien por qué te cae mal alguien o por qué te cae bien. Otras veces sí, y eres capaz de hilvanar un discurso con los pros y los contras. Es histórica la desafección catódica que produce José María Aznar, pero en una parte de la audiencia, claro, la misma que nivela su rechazo telegénico a su rechazo político.

Seguro que a sus fieles ideológicos no les produce ese íntimo sarpullido cada vez que aparece en pantalla. Es ley de tele. La lista sería larga si tu- viéramos que hacerla exhaustiva. Hoy me detendré sólo en dos personajes de ámbitos casi opuestos. Uno se acuna en las sábanas del humor. Otra, en el catre de los opinantes.

Se suele tener por ingenioso, incluso ahora anda en ´El hormiguero´ elaborando un nuevo diccionario formado con trozos de una palabra y de otra hasta crear una nueva. Es Luis Piedrahita, el maduro que juega con su flequillo a ser Justin Bieber. Desternillante. En cuanto abre la boca, la caga. Siento no hallar con la brillantez con que el chistoso lo hace una palabra más ajustada.

Su voz chirría como un pito desafinado. Su extraordinaria mandíbula y su tendencia a hablar dando saltitos ladeando la cabeza, hacen el resto. En verdad consigue que uno apriete el gesto como si tuviera delante un plato descartado con improperios por Alberto Chicote.

La otra figura es Paloma Zorrilla, que se sienta en tertulias de diversas cadenas para defender al PP, haga lo que haga. Poco hay que decir. ¿Alguien la entiende cuando habla? Lo mejor es que es mejor no entenderla.