No quiero ni imaginar cómo habrían llovido críticas a nuestras televisiones privadas si en nuestro país llega a ocurrir lo que acaba de pasar en el reality francés Koh Lanta ,donde a la muerte de uno de los concursantes en este formato de supervivencia ha sucedido el suicidio de su médico personal. Todo ello en Francia, cuna de la civilización, espejo donde las gentes de la cultura se miran envidiando su legislación en materias de cine y audiovisual.

El país de Isabelle Huppert. El colmo de los colmos de la distinción. Ay, si estos hechos se hubiesen sucedido en los territorios de Tele 5. No quiero ni pensar qué comentarios tan sangrantes habríamos leído en las editoriales y las firmas de cualquier medio.

Lo que quiero decir es que en todas parten cuecen habas. Que en un mundo globalizado la televisión tiene unas reglas del juego comunes. Y que, en definitiva, por aquí no se está haciendo tan mala televisión como se presupone. Quien quiera ver algo selecto, ya se sabe, que lo busque en algún canal de la televisión pública.

Pero, no nos engañemos, la audiencia, aquí como sucede más allá de los Pirineos, se decanta de forma masiva hacia los productos-franquicia que todos conocemos. Esos en los que acaban de acontecer los sucesos que ahora comentamos. En esto que acaba de llegar a nuestras pantallas Master Chef, reality de baja intensidad que, de buenas a primeras, no parece haber conectado con el público.

Yo lo quiero defender, a pesar de que hubo bastantes cosas de su primera entrega que no me gustaron: el tremendo encorseta-miento del jurado, el publirreportaje de las fuerzas armadas, que todo esté tan editado. Pero tiene una materia prima de oro: los concursantes. Su espontaneidad. Denles todo el protagonismo y enganchará rápido