En las últimas generales votó al PP, pero a los pocos meses dijo en una entrevista que no volvería a votarlos, también que unas veces votó a unos y otras a otros, pero que estaba tan desencantada que tal vez no volvería a votar nunca más. Era Amparo Baró, ejemplo de ciudadana cuya vida iba por un sitio y la artista por otro. Yo creo que era un poco conservadora, en lo político y en lo social.

Rechazó trabajar con «un chico muy gracioso que trabaja en Telefónica» cuando Pedro Almodóvar le envió el guión de Pepi, Luci, y Boom, porque le pareció una mamarrachada de mal gusto ya que tenía que mearle en la boca a alguien. Con el tiempo se arrepintió.

Mujer de teatro, fue la tele, como la comunista republicana Sole Huete, la que le dio una popularidad extraordinaria. Nada más alejado a sus convicciones en la vida real. Esa republicana fue uno de los pilares de la serie, que se grababa con público presente, un personaje muy querido que la gente redujo a la anécdota de las collejas que daba sobre todo a su hijo Paco, Javier Cámara. Baró siempre fue esquiva, alejada del brillo que otros necesitan para sentirse bien. Casi nunca recogía los premios que le dieron. Ni siquiera el Goya.

Sí recogió el Premio Ceres de Mérida por una obra dirigida por Gerardo Vera porque supuso su vuelta a escena después de muchos años. El público tiende a confundir la persona con el personaje. Cuando el jueves supimos que moría a los 77 años todo el mundo habló de sus collejas. De ellas estaba hasta la flor. Pasó por El internado, por El club de la comedia, pero Amparo será la Sole de las collejas. Qué drama.