Revela pros y contras que confirman algo que es consustancial con la película desde que llegó a las pantallas, su capacidad para interesar por momentos pero también para defraudar en otros las mejores expectativas. En este sentido, la polémica es inevitable y uno entiende que sus fotogramas hayan suscitado tanto elogios como críticas, sobre todo a partir de un guión de Brad Desch que no siempre atina a la hora de configurar unos personajes lo necesariamente consistentes. De ahí que haya sido ubicada por debajo de los trabajos más conocidos del director, el italiano Gabriele Muccino, especialmente de En busca de la felicidad, Siete almas y Un buen partido.

Las razones hay que encontrarlas en la ausencia de elementos básicos en la descripción de los personajes vitales, empezando por el protagonista, incorporado por un Russell Crowe irregular pero con su innegable talla, y haciendo hincapié en el de su hija, interpretado por una Amanda Seyfried que paga en mayor grado las deficiencias psicológicas.

En fin, lo que suele decirse material controvertible que pierde solidez por un exceso de sentimentalismo y porque no consigue encontrar el punto idóneo en el que los caracteres dejan de ser tipos caprichosos y se revisten de humanidad. Lo que no significa, ni mucho menos, que no haya momentos en la cinta emotivos e interesantes que tratan de explorar los más profundos recovecos de seres marcados por la tragedia. De hecho, Jake Davies, un escritor de prestigio que ganó el Pulitzer, arrastra las trágicas secuelas de un accidente de tráfico en el que falleció su esposa y que ha provocado en él terribles problemas mentales, incluidos unos inquietantes brotes psicóticos. Y aunque se entrega por entero al cuidado de su hija de cinco años, Katie, no podrá evitar su ingreso en una institución mental. Lo más interesante de la película es la vertiente narrativa, ya que Muccino utiliza dos tiempos con notable fluidez.